Más allá del domicilio, empieza el espacio que es civil, el barrio, la población, incluso aquella red anónima de personas que transitan en los espacios de la gran ciudad. El individuo mismo no puede negarse al transitar fuera de su domicilio, pues la isla que puede ser el “sí mismo” no es tal. Su estructura le exige deshacerse de la sofocante identidad vacía de un ser separado e inmóvil. El sujeto, en palabras de Giannini, posee una vocación migratoria y sin una bitácora de caminante la conciencia como re-flexión de sí, no es nada:
La salida domiciliaria ocurre, pues, como un impulso, tal vez inconsciente pero certero, a transgredir aquella identidad inmóvil; a transgredirla en una re-flexión verdadera, es decir, en un acto que haga pasar cotidianamente lo mismo ( í dem ) a través de lo Otro —O del mundo— que ha empezado a frecuentar (1992: 21).
Esta esencial transitividad, es la base del conocimiento y de la comunicación entre individuos dentro de la experiencia común. Este tránsito y la comunicación vehiculizan la experiencia común hecha lenguaje. Se trata de la lingüisticidad tan radical que puede incluir un tipo de comunicación no hecha palabra, a través de gestos o expresiones no verbales que se comprenden y significan, siempre en virtud de la experiencia lingüística común. En este sentido, el significado de todo movimiento de tránsito, así como lo hemos venido reflexionando, implica una referencia de alguien que comunica algo a otro alguien. La transitividad favorece el hecho comunicativo pues promociona la comunicación para entrar en la creación de una comunidad de ser, y no solo de estar. Nunca somos anclados en un lugar, cerrado y vacío.
Al hablar, y por el hecho de hacerlo, afirmo la convicción de que mi experiencia es transmisible a, comunicable con, la suya; que mediante el acto de nombrar esta experiencia va co-identificando los diversos objetos (teóricos y prácticos) con que se encuentra el interés común, y al mismo tiempo significando ese interés, proponiéndolo bajo una cierta luz a la consideración pública (Giannini, 1992: 73).
Cabe destacar que esta experiencia común compartida a través de la comunicación no es por sí misma el término de los conflictos, las diferencias o las distancias entre sujetos. Sería ilusorio, o cuanto menos ingenuo, pensar que con la experiencia común se acaban los problemas comunes. Al revés, la experiencia común es también experiencia de una cierta conflictividad, un anhelo de aclaración y acuerdo jamás totalmente satisfecho. Dentro de esta experiencia en conflicto, el espacio de la ciudad y de la organización política es el núcleo conflictivo por antonomasia. Es uno de los espacios más sensibles al saber moral (6), en la medida que requiere la contribución en su forma de diálogo para la resolución de las diferencias, las injusticias sociales, la convivencia política, tanto a nivel local como nacional (incluso internacional). ¿Quién no ha oído el diálogo en un bar sobre política o sobre problemas sociales? ¿Quién no ha oído discurrir dialógico dentro de las organizaciones sociales y comunitarias en torno a objetivos comunes? ¿Quién no ha visto el voluntariado para organizarse en pos de ideas y sensibilidades morales compartidas?
Tocamos mediante la idea de experiencia común el quid de la democracia. La clave, a nuestro juicio, que nos permite repensar la democracia sobre la base de una ciudadanía que se implica, que participa, que se “siente” parte de aquella experiencia común, en medio de las vicisitudes comunes y patentes. La necesidad de asociación, menciona no es un producto de una magia ideológica, como una suma de puras ideas, sino de la necesidad más básica de toda experiencia en tanto búsqueda de la felicidad.
En este sentido, el papel moral de la comunidad se conforma por medio de la experiencia común. Frente a la comprensión de un sujeto desarraigado de su comunidad por tratarse de un mero individuo, replicamos la comprensión de un ciudadano experiencial, que se identifica con su comunidad, que desarrolla su personalidad a partir de la pertenencia a la comunidad. El ciudadano experiencial no es un sujeto abstracto, sino muy concreto que sabe qué virtudes debe desarrollar para participar, para construir democracia y desarrollar una vida concreta en el seno de la comunidad a la que pertenece. El ciudadano experiencial conoce los problemas a los que se enfrenta diariamente. El ciudadano experiencial tiene ideas y propuestas para la configuración de su organización social. El ciudadano experiencial está dispuesto a ser partícipe, a colaborar, a unirse a los grandes proyectos de la comunidad local, pero también a la comunidad nacional e incluso internacional. La actividad política institucional, junto con ser un constructo sobre la base de ideas y principios, no puede desentenderse de su pertenencia a comunidades reales de comunicación mutua y experiencia común. La experiencia del ciudadano experiencial se extiende a través de la familia, la comunidad local, el sindicato, la junta de vecinos o la organización solidaria. Desde ese núcleo tan concreto de redes ciudadanas emerge una comprensión del poder político muy diferente. Pues ya no se trata de la lógica de representantes políticos que se constituyen en una suerte de “élite democrática”, como entes separados y distantes de la realidad y de la experiencia, que discuten desde su escaño para hacer “descender” sus decisiones heroicas y expresiones benignas de su generoso poder delegado por la inmensa masa informe ciudadana. Los nuevos políticos, bajo una comprensión experiencial, emergen de la ciudadanía experiencial, se auto comprenden como puntas de iceberg, porque su trabajo de representantes es una muestra ínfima de la realidad y la profunda e intensa experiencia ciudadana a la que están intrínsecamente unidos.
3. La estructura del poder pol í tico y la participaci ó n ciudadana
El fuerte nivel de especialización de la política institucional ha conllevado a que sean los expertos quienes se hagan responsables de la organización política institucional. Muchas pueden ser las consecuencias de esta manera de implementar el poder político, pero a nuestro juicio la más importante tiene que ver con la manera como se elaboran la propuesta y la implementación de las políticas públicas, que queramos o no, afectan a todos los ciudadanos de manera muy concreta. De un tiempo a esta parte, son los expertos quienes deciden y planifican los cambios en la organización de lo político. Los políticos y sus asesores toman las decisiones, mientras los ciudadanos se ven apartados de estos procesos, restringiendo su participación, como hemos dicho, a las elecciones democráticas cada cierta cantidad de años. Así, las decisiones políticas provienen de arriba y descienden abajo para su implementación. Pocas veces las decisiones o determinaciones políticas provienen de la experiencia ciudadana.
Una interesante publicación en el Reino Unido elaborada por la House of Lords (7), denominada Power to the People (8), da cuenta de una ardua investigación que consideró a miles de personas comprometidas con su rol ciudadano en diferentes ámbitos sociales, económicos y políticos. Los resultados de dicha investigación instalaron ciertos elementos que nos gustaría destacar en la idea de pensar una ciudadanía que se constituye desde la experiencia.
El resultado de la investigación dio cuenta de una distancia entre los políticos y los ciudadanos, basada principalmente en la desconfianza mutua, en especial desde los segundos hacia los primeros, pero también de los primeros a los segundos, en la medida que los políticos no confían en la sabiduría de la experiencia ciudadana, por considerarla informe, sujeta a los vaivenes pasionales y arbitrarios de ciudadanos que no piensan. Una cuestión discutible, toda vez que la organización ciudadana a nivel micro da cuenta de una responsabilidad patente y concreta para con los destinos de la propia organización. Si a nivel micro el ciudadano es así de responsable ¿por qué no lo sería a nivel macro? Ahora bien, a nuestro juicio el hecho más interesante que devela Power to the People , es que la desconfianza hacia los políticos no ha mermado la capacidad de participación de los ciudadanos. Es decir, esta idea que la democracia se encuentra en peligro por la desafección participativa no es un hecho real. Pues la investigación demuestra que la apatía ciudadana es más bien un mito. El compromiso social es un aspecto que los ciudadanos viven con fuerza y cotidianamente. Los ciudadanos son voluntarios en muchas causas públicas y en muchos tipos de organizaciones comunitarias, sociales, deportivas, ONGs, voluntariados, etc. Los ciudadanos son aquellos que se toman las calles cuando requieren manifestar sus decisiones, requerimientos y sus compromisos cívicos. Lo único que no hacen es participar en la política institucional ni se unen a los partidos políticos. De manera, uno de los hechos relevantes que se evidencia en esta investigación es que la política institucional, en tanto poder político formal, no es capaz de aprovechar ni se hace cargo de la fuerte motivación participativa ciudadana. Es decir, la desafección no está causada por la falta de interés de los ciudadanos, sino porque la estructura política institucional que no es capaz de leer ni menos canalizar esta actividad participativa del ciudadano experiencial para integrarla a sus procesos institucionales. Finalmente, esta realidad devela que el poder no lo está ejerciendo los ciudadanos, aun cuando poseen toda la capacidad y la motivación para involucrarse en los destinos del país de manera concreta y comprometida. En el Reino Unido se dieron cuenta que se requiere entonces de un programa de cambio que implemente una transformación en la estructura política para involucrar a las personas en el poder político. Se necesita otorgar poder a la gente, para que crezca en ellos la idea y la sensación efectiva que son escuchados, que su aporte vale, que pueden intervenir proyectos de ley, que pueden tomar decisiones políticas que afectan a todos.
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