1 ...6 7 8 10 11 12 ...25 Aunque nunca se podrá afirmar que la motivación es únicamente una respuesta a fuerzas irresistibles, identificar los factores clave de la motivación sí que nos permite rastrear el camino que cada mujer en concreto eligió en su vida y también identificar patrones de conducta comunes. La primera parte de este capítulo se propone comprender la relación entre esas mujeres como individuos y las influencias significativas que les afectaron en su juventud. La segunda parte examina la posterior interacción entre los factores determinantes en la juventud y las respuestas de las mujeres maduras a cuestiones y acontecimientos más amplios. A través de los recuerdos de la infancia y la juventud, este capítulo intenta desenredar las hebras principales de la madeja: predisposición, influencia y acontecimientos relevantes, en la formación de las actitudes que llevaron a la participación en la Guerra Civil Española. [8]
LO INNATO Y LO ADQUIRIDO
El primer tema que surge con una regularidad asombrosa en esta recopilación de recuerdos es la preocupación por el prójimo, prueba de una sensibilización temprana ante el sufrimiento y la injusticia, que siguió siendo un elemento esencial en el resto de la vida de muchas mujeres de esta investigación. [9]Penny Phelps experimentó de pequeña tales sentimientos, mientras otras personas reaccionaban de manera muy diferente.
Recuerdo el Zepelín descendiendo sobre Cuffley, sorprendido por los reflectores, justo encima de las vías del tren. Y recuerdo el bang bang, que debían de ser los antiaéreos, y vi cómo alcanzaron al Zepelín, que se desintegró y cayó. Todo el mundo comenzó a gritar y aplaudir, pero yo, que era muy joven, no tuve [la misma] sensación. Lo que sentí fue horror, horror porque tuviera que pasar aquello y se quemara viva la gente. [10]
Después de casi ochenta años, los recuerdos de juventud de estas mujeres incluyen referencias a los soldados heridos en la Primera Guerra Mundial y la viva impresión que les dejó en el recuerdo su llegada al mundo infantil, una revelación mutilada de la realidad del mundo adulto. Frida Stewart, que condujo una ambulancia hasta España durante la guerra, escribió sobre un suceso inolvidable que sucedió cuando tenía seis años y la Cruz Roja llevó a algunos heridos a una fiesta al aire libre, en el jardín de su abuelo, en Longworth.
... llevaban puesta la ropa azul claro del hospital, algunos habían perdido un brazo, o llevaban la cabeza vendada, y los empujaban en sillas de ruedas. Otros cojeaban, con ayuda de muletas, porque habían perdido un pie o una pierna en el frente. Los niños participamos en un desfile, para entretenerlos, y cada uno representaba a un aliado. Yo era Japón, y blandía una bandera roja y blanca con un círculo y los rayos del Sol Naciente. Habría sido divertido desfilar vestida con un kimono rojo, pero la visión de aquellos espectadores mutilados y vestidos de azul estropeó mi alegría juvenil aquella tarde. [11]
A otras, como Kathleen Gibbons y Marjorie Jacobs, también las conmovió profundamente un recuerdo similar.
Al volver a casa del colegio, cuando vivíamos en Edlington, los soldados heridos iban en el tranvía, en la parte de arriba. No se me ha borrado el recuerdo de sus manos y brazos heridos. Si había algún soldado que tuviera bien las piernas, me cogía y me sentaba sobre sus rodillas. Recuerdo que el olor de las heridas llenaba aquel espacio. Cuando llegaba a casa, lloraba por ellos. [12]
Recuerdo la Primera Guerra Mundial. La gente regresaba a casa, los hombres que regresaban habían perdido un brazo o una pierna. formaban pequeños grupos, caminaban por la cuneta. Tocaban la armónica y pedían limosna. Era la única forma de ganar algo de dinero para mantener a su familia. Lo recuerdo perfectamente. Esas cosas te marcan. [13]
El último comentario, «esas cosas te marcan», subraya la importancia de estos recuerdos en el grupo de mujeres del estudio. La mayoría de los niños de aquella época seguro que vieron a los heridos de guerra, pero para estas mujeres sigue viva aquella sensación, y la han elegido entre una rica galería de recuerdos para narrarla como una experiencia inolvidable de su vida.
Otros ejemplos de recuerdos que reflejan la conciencia social demuestran que, desde muy jóvenes, percibieron las injusticias del sistema de clases. Cora Blyth se casaría más tarde con un refugiado republicano pobre, sin la aprobación de sus padres. De niña, también hizo buena amistad con gente que no pertenecía a los círculos sociales más convenientes.
[Mi madre] tenía una marcada conciencia de clase y yo tenía una muy, muy buena amiga –la única que tuve, porque no fui al colegio hasta que cumplí diez años y no tenía a nadie con quien jugar–. Cuando cumplí siete años, conocí a una niña que vivía a dos casas de la mía. Era hija de un pintor de brocha gorda, creo. Y a mi madre no le hacía mucha gracia. Por ejemplo, no podía dejar que entrara en casa, y aquello me daba mucha vergüenza porque yo me daba cuenta. Y siempre me preocupaba que las criadas no pudieran sentarse en el jardín. Y también que no tuvieran más días de fiesta. Todo aquello no iba nada con mi madre. Supongo que tuve conciencia social desde una edad muy temprana. [14]
Otra mujer que sintió una extrañeza parecida por la rígida división social fue Leah Manning, maestra y diputada laborista que llegó a ser una líder destacada en varios comités sobre España y responsable, en gran medida, del trasporte a Gran Bretaña de cuatro mil niños vascos refugiados.
Cada mañana, antes de levantarnos, llegaba una fregona, con su enorme y basto delantal atado a la cintura y una boina de hombre sobre la cabeza. A veces, la miraba desde la ventana de mi habitación, con el golpeteo metálico de los cubos, mientras limpiaba los escalones y sacaba brillo al buzón, a la aldaba y a la campana. Luego, Emma [... una pariente lejana e insolvente que vivía con nosotros...] aparecía en el umbral con una taza de cacao humeante, unas rebanadas de pan con manteca y seis peniques. Me parecía tremendamente desagradable que Emma no le pidiera a la fregona que almorzara en la cocina. «¿Por qué no le pides a la fregona que entre en la cocina para tomarse el cacao? –le pregunté, impertinente–. No hagas preguntas y no te dirán mentiras», contestó Emma. [15]
Jessica Mitford, una de las hijas pequeñas de Lord Redesdale, fue noticia cuando se «fugó» a España con Esmond Romilly, que había combatido con las Brigadas Internacionales. Ella escribe sobre su infancia y del «temprano nacimiento de su conciencia, el descubrimiento de la realidad de otras personas» y «la visión impactante del auténtico significado de la pobreza, el hambre, el frío, la crueldad». [16]Los niños harapientos que podía ver durante el viaje en tren a Londres y las noticias de los diarios sobre la gente que vivía en una habitación, muerta de frío, la mortificaban por su incapacidad de idear una solución. Se apuntó a una organización llamada los Rayos de Sol, que preparaba una relación por correspondencia entre un niño rico y otro pobre. Más que enviar el típico regalo ocasional o la ropa usada y juguetes, Jessica decidió que su «Rayo de Sol», Rose, de catorce años de edad, debía ser rescatada de la vida que llevaba en los barrios bajos de Londres y vivir en la mansión de la familia. Le ofrecieron el puesto de segunda doncella, [17]pero en la práctica el plan no estuvo a la altura de las expectativas de ninguna de las dos chicas. Jessica se sintió consternada al comprobar que, a pesar de que su correspondencia había sido «elocuente», después de saludarse en la estación ya no dijeron ni media palabra y se mantuvieron en completo silencio durante el trayecto a casa. Rose lloraba hasta que el sueño la vencía y se negaba a comer. Al cabo de dos días, regresó a Londres, dejando a Jessica confusa y preocupada por si en cierto modo había sido culpa suya, o bien si la causa era el pesado trabajo de doncella. Ella misma reconocía la relación entre este recuerdo de infancia y su pensamiento posterior.
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