A menudo se afirma que el abad Stoppani era el tío de Renilde o tal vez un pariente menos próximo, pero es dudoso, dado su nacimiento en Lecco. Prescindiendo de las coordenadas geográficas, es difícil creer que de un vínculo así no se haya conservado ningún contacto objetivable. Hace más de treinta años, el sociólogo Nedo Fanelli, por entonces director del Centro Studi Maria Montessori de Chiaravalle, se dedicó a una investigación profunda sobre la familia de origen de nuestra ilustre protagonista, 6sin llegar a ningún resultado concluyente. En cambio, hay quien continúa dando crédito a esta hipótesis y se refiere a él definitivamente como tío materno de la científica 7respaldándose en una discutible interpretación de una afirmación de la misma Montessori. Durante la Convención de las Mujeres Italianas llevada a cabo en Milán en 1908, la científica, al dirigirse a un amplio auditorio, mencionó a un tío que «cuando intentaba explicarle la obra sublime del desarrollo espontáneo del hombre, me decía: “No me cuentes estas cosas, porque siento que enloquezco”». Es poco creíble, sin embargo, que un hombre de ciencia como Stoppani necesitase ser iluminado por su sobrina en temas que debían ser muy familiares para él y que mostrase respecto a estos ese fervoroso entusiasmo. En cualquier caso, no existe prueba de un encuentro entre el abad y la joven Maria.
Gracias al manuscrito de Alessandro y a sus «recuerdos oídos en la juventud» podemos reconstruir una especie de árbol genealógico que se remonta a comienzos del siglo XVIII. Cuatro hermanos Montessori, tal vez nacidos en Correggio, provincia de Reggio Emilia –un clérigo, un militar y dos burgueses–, eran titulares en Ferrara de una contrata para la fabricación de tabacos. De sus nombres Alessandro recuerda solo el de Domenico, nacido en Módena, pero «fundador de la rama de Ferrara»: su bisabuelo. El contrato para la fábrica había sido estipulado bajo el pontificado de Clemente XIII, por tanto, entre 1758 y 1769. Domenico, administrador imprudente de los bienes de la familia, había muerto súbitamente, dejando en graves dificultades económicas a sus hijos, que sin embargo fueron ayudados por sus tíos. Giovanni, único nombre de la segunda generación que recuerda, dado que era su abuelo, consiguió alrededor de 1810 un empleo en la fábrica de tabacos de Ferrara. Casado con Artemisia Verdolini, tuvo dos hijos, ambos nacidos en Módena: Giulio Cesare y Ercole Nicolò o Nicola (1796-1874). Este último, después de la muerte de su primera mujer, se volvió a casar con Teresa Donati y con ella se fue a vivir a Bolonia. Serán los abuelos Nicola y Teresa los dos padrinos en el bautizo de Maria. Los hijos de Nicola, ambos de Ferrara, son Giovanni (que tendrá tres hijos, dos mujeres y un varón, Tito, casado con una mujer enferma y estéril) y Alessandro, que tendrá una única hija, Maria. La rama de Ferrara finaliza, pues, aquí. Absolutamente inventados, por tanto, los «nobles orígenes» de los que hablan algunos. 8La lista de Alessandro se cierra con la siguiente frase: «Maria Montessori, nacida en Chiaravalle en 1870, soltera. Doctora en Medicina y Cirugía y profesora de Ciencias Naturales».
Las noticias sobre la niñez de la hija, aun recogidas desde su más tierna infancia, son igualmente sucintas. En cada cumpleaños el padre anota su altura: ochenta y ocho centímetros a los tres años, un metro y nueve centímetros a los cinco, uno con cincuenta y ocho a los dieciséis. En torno a los siete meses dice «mamá» y «papá»; a los once camina sola; entre los dieciséis y los diecinueve sabe explicar lo que quiere y conoce «una cantidad de nombres de personas, animales y objetos». A los dos años ya le han salido veinte dientes. Un desarrollo totalmente normal: una niña sana con unos padres atentos y «modernos», como demuestra esta otra anotación:
El 30 de abril de 1871 en la sala del cuerpo de guardia de la Guardia Nacional de Chiaravalle le fue inoculada la vacuna de la viruela por el doctor Arcangeli Adriano, habiendo extraído el pus de un ternero que a tal efecto algunos días antes había sido vacunado. Ocho días después la viruela se manifestó vigorosamente en ambos brazos. 9
En febrero de 1873 Alessandro es trasladado a Florencia, donde permanece con su familia casi dos años. De esta estancia toscana el padre nunca contará nada, salvo que el primer octubre Maria «comenzó a ir a la escuela» (no dice cuál): los padres temían que «por su carácter vivaz e independiente» no se acostumbrara a esta; sin embargo, la niña demostró su capacidad de adaptación. El 2 de noviembre de 1875 la familia se muda de nuevo, esta vez a Roma, porque el padre ha conseguido un empleo más prestigioso, y la niña es matriculada en la escuela preparatoria municipal de Rione Ponte, cerca de Campo de’Fiori. A comienzos de marzo de 1876, Maria ingresa en otra escuela municipal en la via San Nicolò da Tolentino, en las inmediaciones de la plaza Barberini, y por tanto en otro barrio distinto. Es fácil imaginar que los Montessori fueran a vivir a aquella parte de la ciudad. Es el padre el que sugiere ese cambio. También puede ser que decidieran mudarse a una zona menos popular y que precisamente este hecho hubiese determinado la elección de la nueva escuela.
UNA INFANCIA SERENA Y PROTEGIDA
¿Qué tipo de niña fue Maria Montessori? Tal vez podríamos imaginarla –basándonos en la afirmación paterna antes citada– como una niña de aquellas que en Roma son llamadas «fierecilla»: vivaz, curiosa, ávida de saber. Su paso por los estudios elementales, sin embargo, no parece muy brillante, puede que a causa de algún problema transitorio de salud y una larga rubeola. No obstante, va contenta a la escuela y crea lazos de afecto con sus compañeras. Comienza a estudiar francés y pianoforte, pero abandona pronto. Alrededor de los diez u once años –es Alessandro de nuevo quien lo cuenta–, el estudio comienza a apasionarla, obstaculizado a veces por fuertes migrañas ininterrumpidas. En mayo de 1884 se convierte en «mujer, sin padecer graves molestias».
Entre los papeles del Fondo Giuliana Sorge se encontraron algunos folios de protocolo –catorce páginas repletas de una escritura muy tupida– que Maria escribió entre 1904 y 1907 en los cuales somete a un análisis decididamente despiadado los sentimientos, los deseos y las desilusiones que inquietaban su ánimo de niña. Se extiende en torno a su gran pasión por el arte dramático, mostrada desde pequeña:
Mi juego era el teatro. Si por casualidad veía recitar, yo imitaba con gran vivacidad: hacía mías las partes hasta empalidecer o sollozar y llorar recitando cosas fantásticas. Inventaba pequeñas comedias, improvisaba argumentos; componía vestuarios y escenas. En la escuela no estudiaba lo más mínimo: el estudio no me interesaba en ninguna de sus vertientes. No estudiaba nunca las lecciones y estaba poco atenta a las maestras organizando juegos y comedias mientras duraban las clases. No me interesaba pasar a las clases superiores.
Gracias a su imaginación sobresalía en las redacciones y conseguía disimular sus lagunas, por ejemplo, en gramática o en matemáticas.
No entendía las operaciones aritméticas y durante mucho tiempo escribí los resultados poniendo cifras inventadas, las primeras que me pasaban por la cabeza. Escribía bien, pero «de oído» y sabía leer bien: leía con tal énfasis que hacía llorar a los otros y a menudo la maestra reunía a más clases para que me oyesen. Si había que recitar algo, era suficiente con una prueba y estaba lista.
Maria preguntó a su padre si podía asistir a una escuela de declamación para señoritas: él acepta y «se sacrifica» –lo que suscita en ella mucha gratitud– porque la acompaña «todas las noches, incluso los días de fiesta». 10Los docentes de la escuela se congratulan de su trabajo.
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