identikit ideológicamente de doble cara: ¿quién era realmente Maria? ¿La intelectual agnóstica y laica, carente de «superestructuras» metafísicas, decididamente convencida de que los vectores de la historia individual y colectiva se tenían que buscar en las interacciones químico-físicas y en las variables socioeconómicas que regulan la vida de los hombres? ¿La personalidad influyente, unida a oscuros y fuertes poderes, invisibles artífices de un orden supranacional? ¿La celadora de doctrinas de carácter iniciático y esotérico a cuya potente influencia se reconduciría una parte de su producción? O era una creyente sincera, una católica devota que en un determinado momento pensó incluso en consagrar su propia existencia y la de las jóvenes mujeres que la rodeaban a una misión educativa iluminada por la luz de la fe; la autora de refinados escritos sobre la educación litúrgica y sobre la participación en la vida eclesiástica de los niños, apreciada por presbíteros, religiosos y religiosas, como Luigi Sturzo, Antoni Batlle, Igini Anglés, Vincenzo Ceresi, Marie de la Rédemption, Isabel Eugénie y Luigia Tincani?
En este contexto, sería frívolo proponerse alcanzar una unívoca y compartida veritas sobre el personaje y sobre su propio pensamiento, ni tampoco el presente ensayo pretende hacerlo. Su autora, por otra parte, está convencida de que tales investigaciones, rigurosas y analíticas, si bien deseables y necesarias, pertenecen al historiador o al documentalista y resultan de menor relevancia, al menos en un primer momento, para los que se acerquen con interés, puede que por primera vez, a la extraordinaria revolución pedagógica que Montessori teorizó y sostuvo con obstinación. Toda la obra de la doctora, como en muchas ocasiones ella misma tuvo ocasión de corroborar, ha estado orientada a colocar al niño y todas sus auténticas necesidades en el centro de cualquier acción educativa, y sería realmente paradójico que aquella que permanece entre sus últimas alumnas vivas no compartiese esta tesis. Por ello, el verdadero protagonista del volumen que se entrega de nuevo al juicio del lector no es tanto Maria Montessori, la mujer, la madre, la científica, el poliédrico personaje conocido a escala planetaria, sino su Método, que paradójicamente es todavía hoy bastante menos conocido que su creadora.
Planteada esta necesaria premisa hermenéutica, todavía queda hacer alusión a una tipicidad de esta biografía montessoriana. Acabaría desilusionado quien la recorriese buscando aquella amplísima cantidad de informaciones y de referencias bibliográficas y archivísticas que caracteriza otros significativos escritos del mismo género. Estas se dan por adquiridas en buena parte. Se ha hecho intencionadamente, y no solo con el fin de no recargar un texto con propósitos puramente divulgativos, sino para proponer en ella una modalidad de transmisión de la «historia» perteneciente a las primeras generaciones de montessorianos hoy desaparecidos. Esta –si se me permite la comparación– presenta una fortísima afinidad con aquel proceso de mediación de un saber que en la tradición educativa hebraica se plasmaba a través de la relación personal entre un maestro y su alumno, vivida bajo la forma de un contubernium y resumida en el binomio qibbel / m’sar , recibir / transmitir.
Del mismo modo, las primeras «testigos» del Método, después de conocer a Montessori en las clases, se convirtieron verdaderamente en alumnas después de hacerse discípulas de alguna de las antiguas compañeras que habían tenido con ella una intensa comunión de vida y de acción: Grazia, Sofia Cavalletti y Gianna Gobbi siguieron a Adele Costa Gnocchi; Vittoria Fresco, a Anna Maria Maccheroni; Costanza Buttafava, a Giuliana Sorge, y así sucesivamente. Para todas ellas, la historia de Montessori era aquella aprendida, de viva voz, de sus maestras, y su formación no consistió nunca en un conjunto de nociones técnicas que había que recordar y poner en práctica con precisión mecánica. Fue este, por ejemplo, el gran malentendido en que incurrió Joan Palau i Vera, el cual, después de leer El método de la pedagogía científica y visitar una de las «Casas de los niños» de Roma, intentó aplicarlo en solitario en el parvulario que había abierto en Barcelona. Fue, como es bien sabido, un clamoroso fracaso.
Para cada uno de estos pioneros del Método, este fue ante todo una praxis, un ejercicio cotidiano, una llamada constante a la observación y a la valoración ponderada de las multiformes e imprevisibles demandas de los niños que encontraban.
Por lo tanto, no debe sorprender si en esta biografía no se encuentran referencias a escritos, fechas y lugares o se ven reducidas al mínimo las informaciones sobre el largo debate crítico que acompañó al desarrollo de la pedagogía montessoriana. Por el contrario, resonarán frescas como en aquel momento las voces de los muchos primeros apóstoles del Método que, en efecto, han hecho su historia y que, demasiado a menudo, otros han descuidado. La autora los conoció a todos, o casi: Paolini, Maccheroni, Sulea Firu, Costa Gnocchi, Guidi, Joosten, solo por citar algunos personajes con los que mantuvo una larga y entrañable relación con el deseo de saber cómo había empezado todo. De su mano conoció la «verdadera» historia de Maria Montessori y en este libro ha preservado del olvido el inestimable legado de su memoria.
Gradualmente, junto con su historia de Montessori, Grazia Honegger Fresco también ofrece a sus lectores las memorias de una vida entera dedicada a poner en práctica las intuiciones, dedicada al cuidado del niño, «padre del hombre», y dice acertadamente a quien hojea sus páginas: « Tradidi enim vobis in primis quod et accepi », «Así pues os he transmitido, ante todo, lo que a mi vez he recibido».
Marcello Grifò
Palermo, 1 de mayo de 2018
Prefacio a la tercera edición
Hoy, casi diez años después de la segunda edición, nos encontramos ante un interés renovado por Montessori y por su método «salvífico». Se abren clases de primaria sin haber organizado antes una Casa de los niños, se recoge apresuradamente alguna de las sugerencias que abundan en la red para poder afirmar que «aquí se hace Montessori». Me propongo con esta nueva edición, en la que hablo honestamente de ella y de sus propuestas para cada fase del desarrollo, aclarar tales malentendidos, muy peligrosos para el bienestar de los niños.
Muchos consideran que el repentino interés por las propuestas de Montessori nació a partir de la serie sobre su vida emitida en Italia por Mediaset durante la primavera de 2007: dos capítulos realmente decepcionantes. Es cierto que una historia televisiva no puede transformarse en un análisis pedagógico; sin embargo, en aquel caso se dio demasiado espacio a tramas fantasiosas, a empalagosos sentimentalismos absolutamente extraños al personaje, a improbables relaciones con la familia Montesano o con el fascismo, sin dedicar al menos una o dos escenas para transmitir el valor de sus innovaciones. En efecto, se trata de una «telenovela» que habría podido tener como protagonista a cualquier otra mujer de principios del siglo XX.
El motivo por el cual se hizo famosa en todo el planeta no se entendía a partir de la ficción: todo quedaba confuso, como un poco milagroso. En aquel momento nadie de la prensa italiana lanzó dudas sobre la veracidad de aquella historia; alguno, más bien, aprovechó la ocasión para presentar a Montessori como una ambigua seguidora de ideologías no cristianas, entre la teosofía y la masonería, partidaria de teorías positivistas y admiradora de Mussolini, como queriendo decir: «No os fieis de ella porque bajo sus palabras se esconde un pensamiento peligroso, incluso esotérico».
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