Más recientemente se ha presentado de ella una imagen de pedagoga rigurosamente cristiana, tal vez en perjuicio de la gran atención que prestó al resto de expresiones de la fe religiosa. Ciertamente, ideas y hechos pueden ser vistos de formas distintas y todas son legítimas, pero proceder a base de interpretaciones no beneficia la causa de los niños ni de la escuela, sino que se detiene en modelos del siglo pasado (basados en premios y castigos, juicios y competiciones desde la primerísima infancia), resistentes a cualquier cambio sustancial.
En esta, como en las ediciones precedentes, he buscado atenerme a hechos documentados, nunca haciendo conjeturas ni interpretando.
Se pueden encontrar correcciones y capítulos nuevos, todo nacido de investigaciones y contactos posteriores.
Aun sin descartar la posibilidad de haber cometido errores involuntarios, puedo afirmar que la poliédrica personalidad de Montessori y su apertura de ideas ofrecen continuamente nuevas oportunidades de profundización.
En la primera edición había escrito un agradecimiento afectuoso a mis lectores de confianza: Sara y Fulvio Honegger, Mariuccia Poroli y Franca Russi, Lia De Pra y Costanza Buttafava. Sin su opinión no me habría sentido tranquila. Dediqué un agradecimiento muy especial a Goffredo Fofi, amigo fraterno de toda la vida, que entendió muchas cosas de los niños y de los adultos, y a Renilde Montessori, heredera directa de un gran pensamiento, que compartió mis intenciones.
En esta tercera edición quiero también expresar la más viva gratitud a Carolina Montessori por la cuidadísima relectura con la que me ha obsequiado tantas veces, detectando errores e imprecisiones en la historia de su bisabuela y de la familia, con la competencia que le viene, además de los recuerdos, de su actual misión de reordenación y de cuidado del Archivo Maria Montessori en la AMI.
Gracias, Carolina, has sido para mí una amiga inestimable.
Otro sentido agradecimiento es para el ingeniero Mario Valle y para su esposa Antonella Galgano, además de otro para el ingeniero Germano Ferrara por el trabajo de preparación técnica del texto. Estoy también muy agradecida a Marcello Grifò, con el cual he compartido constantemente, en una amistosa sinergia, el cansancio de la puesta a punto de esta edición. Quiero expresar también mi gratitud hacia Rosa Giudetti, presidenta de la Asociación Montessori de Brescia, por el empeño llevado a cabo durante estos años en la divulgación de nuestros propósitos educativos.
Siglas utilizadas en el presente texto
El asterisco indica organizaciones que ya no existen .
AIM* |
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Scuola Assistenti all’Infanzia Montessori (Roma) |
AMI |
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Association Montessori Internationale (Ámsterdam) |
AMS |
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American Montessori Society (Nueva York) |
ANIMI |
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Associazione Nazionale per gli Interessi del Mezzogiorno d’Italia (Roma) |
BES* |
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Bureau International de l’Éducation |
CEIS |
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Centro Educativo Italo-svizzero «Remo Bordoni» (Rímini) |
CEMEA |
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Centri di Esercitazione ai Metodi dell’Educazione Attiva |
CESMON |
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Centro Studi Montessoriani (Roma) |
CISM |
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Centro Internazionale Studi Montessori (Bérgamo) |
CNM |
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Centro Nascita Montessori (Roma) |
GAM |
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Gonzaga Arredi Montessori (Gonzaga, MN) |
LUMSA |
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Libera Università Maria Santissima Assunta (Roma) |
MCE |
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Movimento Cooperazione Educativa (Italia) |
NAMTA |
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North American Teachers Association |
NEF* |
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New Education Fellowship |
OMEP |
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Organization Mondiale pour l’Éducation Préscolaire |
ONM |
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Opera Nazionale Montessori (Italia). En el texto: l’Opera |
QI |
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Quoziente d’Intelligenza |
UDI |
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Unione Donne Italiane (Roma) |
Muchas veces me he aventurado a trazar notas biográficas sobre Maria Montessori, cuya filosofía de vida y logros han impregnado mi vida profesional y mi visión de la realidad; pero con la perspectiva del tiempo, después de haber continuado buscando incansablemente nuevos documentos y datos, he tenido que constatar imprecisiones que aquí, de nuevo gracias a la ayuda de Carolina Montessori, he corregido con placer, valiéndome, como siempre, de ulteriores fuentes y testimonios.
La vida de Maria Montessori, incluso en su linealidad cronológica, tiene múltiples aspectos escondidos a causa de sus viajes constantes. En el curso de su existencia vivió en varias ciudades, visitó numerosos países, cosechó amigos y alumnos por doquier y dejó señales de su existencia en personas y lugares diversos, no siempre fáciles de conectar. En su empeño por «sembrar» los resultados de sus descubrimientos acabó por esconder –y en cierto modo negar– los años luminosos de su formación, que coincidieron con las luchas feministas y con la experiencia dolorosa de la maternidad, marcados por un nuevo sentido de la justicia social y por la nueva conciencia sobre el rol de la mujer. La sofocante hipocresía de su tiempo ha considerado inapropiadas algunas de sus experiencias, hasta el punto de construir alrededor de su figura una especie de leyenda.
La primera vez que se me propuso este trabajo se cumplían cien años de la apertura de la primera Casa de los niños. Acepté con placer, decidida a citar solo noticias documentadas o ciertas, encontradas en artículos, cartas, fotografías de la época, referidas por testigos fiables o vividas por mí personalmente. La intención era restituir una imagen nítida de Maria Montessori, libre de los tonos hagiográficos, que no encajan con ella y, a pesar de todo, comunes en muchas biografías, y de las tan frecuentes interpretaciones gratuitas. En las cartas a algunas de sus alumnas que conocí –Anna Maria Maccheroni, Adele Costa Gnocchi, Giuliana Sorge, Maria Antonietta Paolini–, Maria siempre alternó un tono confidencial o ligeramente irónico con una especie de desapego hacia las cosas, siempre mirando al futuro, con el pensamiento orientado a la causa de los niños y de los jóvenes, al bienestar de toda la humanidad a través del reconocimiento de los derechos de la «larga infancia humana».
Hemos visto a Maria Montessori en sellos, en las monedas de doscientos y en los billetes de mil en los tiempos de la lira, a modo de vieja gloria nacional, de «estampita religiosa» de papel entregada a la historia. Un modelo superado, se oye decir, que paradójicamente ahora seduce a muchos frente a una escuela que programa, adiestra, manda deberes, ocupa desmesuradamente el tiempo de los alumnos de cualquier edad, motiva continuamente a la competitividad y obliga a socializaciones forzadas mientras devalúa las individualidades. Una escuela que juzga sin juzgarse nunca, que no prepara a los docentes para la autocrítica. Un sistema, en resumen, en el que el niño, el joven, el adolescente no son tenidos en cuenta con sus necesidades de crecimiento específicas y sus diferencias individuales, sino que o bien son tratados como si fuesen vasos vacíos que hay que llenar o bien son superprotegidos y consentidos hasta el punto de hacer de ellos tiranos siempre descontentos. ¿Cuándo encontraremos nosotros, los adultos, la justa medida?
No han faltado, desde el final de la Segunda Guerra Mundial en adelante, experiencias que proponen varias vías educativas: los CEMEA, fundados en Francia en 1936 y conocidos también en Italia, el CEIS de Rímini, la Escuela-Ciudad Pestalozzi en Florencia o las clases planteadas por Maria Lodi y Lorenzo Milani. Aunque muy celebradas, no dejan de ser casos aislados y no han influido en los modelos pedagógicos habituales. Ni siquiera Dewey, dado a conocer después de la Segunda Guerra Mundial por aquel excelente maestro que fue Lamberto Borghi, y mucho menos Freinet, con el MCE –nombre de por sí amenazador para la vida tranquila–, tuvieron una repercusión significativa en las facultades de pedagogía y en los istituti magistrali . 1
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