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Director de la colección: Fernando Sapiña Coordinación: Soledad Rubio |
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electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.
© Del texto: Arcadi Navarro i Cuartiellas, 2009
© De la traducción: Miguel Candel Sanmartín, 2009
© De la presente edición:
Càtedra de Divulgació de la Ciència, 2009
www.valencia.edu/cdciencia
cdciencia@uv.es
Publicacions de la Universitat de València, 2009
www.uv.es/publicacions
publicacions@uv.es
Producción editorial: Maite Simón
Diseño del interior: Inmaculada Mesa
Corrección: Communico, C.B.
Cubierta:
Diseño original: Enric Solbes
Grafismo: Celso Hernández de la Figuera
ISBN: 978-84-370-7098-8
Realización ePub: produccioneditorial.com
A Adrià,
mi particular curso acelerado
de Biología Evolutiva.
PRÓLOGO
Este libro es el fruto de casi quince años de irritación sostenida. No porque me haya costado tres lustros escribirlo, sino porque he necesitado todo ese tiempo para decidirme a empezarlo. El motivo de mi enojo son ciertas opiniones, consensos y apriorismos ideológicos predominantes en nuestra sociedad sobre la naturaleza y sobre el lugar que en ella ocupa la humanidad. Se trata, esencialmente, de ideas basadas en la percepción de la naturaleza como una madre. Una madre que nos procura un entorno estable, pacífico y libre de contaminación en el que sus hijos, todos y cada uno de los seres vivos del planeta, puedan prosperar en libertad. Empecé a tomar conciencia de la falsedad de esta clase de ideas mientras estudiaba Biología en la Universidad Autónoma de Barcelona. Concretamente, cursando las asignaturas de Genética de Poblaciones y Evolución. Las opiniones que durante aquellos años podía leer en los periódicos o escuchar en la televisión, incluso las ideas que expresaban algunos compañeros de carrera a la hora del café, entraban directamente en contradicción con la poderosa visión del mundo que se desprendía de aquellas asignaturas.
Muchas veces, esa visión idealizada de la naturaleza está al servicio de causas loables. Son causas que comparto, como por ejemplo evitar el cambio climático o aumentar el uso de energías renovables, y creo que es muy importante que esas causas ganen adeptos. Ahora bien, no hay que exagerar ni dramatizar. Defender esas causas con argumentos falsos o erróneos no puede sino ser contraproducente. Sean cuales sean las medidas que haya que adoptar para salvar el planeta, seguro que todas pasan por dejarse de preconcepciones y procurar conocer realmente cómo funciona la naturaleza. Contribuir a difundir algunos aspectos de este conocimiento ha sido mi objetivo al ponerme a escribir este libro.
Dejando de lado cuestiones tan trascendentes como éstas, lo que me resulta más molesto –en el plano personal, quiero decir–
es que muchas de las personas que sostienen estas ideas equivocadas sobre la naturaleza son gente que aprecio y respeto, buenos amigos o familiares, con quienes he agotado más de una sobremesa discutiendo estas cuestiones. A veces llegamos a algún acuerdo, pero en la mayoría de los casos seguimos (y seguiremos) discutiendo. ¿Cuál es la razón básica de nuestras discrepancias? Creo que el error fundamental de muchos de mis interlocutores consiste en ignorar la esencia darwinista del mundo viviente y la lección principal que de ello se desprende: que incluso donde parece reinar la armonía, en las estructuras más portentosas y los procesos más elaborados de la vida, se ocultan, invariablemente, conflictos. El conflicto es inherente a la vida. Es constante y permanente, aun cuando permanezca oculto. El conflicto, además, no es una fuerza destructiva, sino el principal mo-
tor de nuestra existencia. Es la fuerza que, desde hace 3.500 millones de años, configura la vida en la Tierra, la causa última de la colosal diversidad y la impresionante belleza del mundo vivo. El conflicto, pues, da forma a la naturaleza y la hace lo bastante fascinante como para que muchísimas personas, entre las que me gustaría poder contarme, dediquen sus vidas a estudiarla. El conflicto y su relación con el mundo vivo es el tema central de este libro.
No pretendo dirigirme a un público especializado, así que he procurado ordenar los muchos tipos de conflicto que encontramos en la naturaleza de modo que la introducción de los conceptos biológicos necesarios para entenderlos sea gradual. En el primer capítulo, presento algunos de los tópicos erróneos a los que hacía referencia y explico cuál es, a mi modo de ver, su denominador común: una visión antropomórfica e idealizada de la naturaleza. La sociología no
es mi campo y, lógicamente, éste es el capítulo que más me ha costado escribir (y me temo que será también el menos satisfactorio). En el segundo capítulo, intento exponer de manera sencilla las reglas básicas de funcionamiento del mundo vivo: los principios darwinistas de la selección natural. Quien los conozca puede saltarse esta parte con toda tranquilidad. En cada uno de los capítulos siguientes, comento, uno por uno, los tópicos más habituales sobre la naturaleza y procuro explicar el porqué de su falsedad teniendo en cuenta la biología evolutiva actual, entendida siempre en un sentido amplio. Es importante dejar claro desde el principio que ninguna de las ideas científicas que aquí presento es mía. Todas son fruto del trabajo de otros investigadores, algunos de ellos autores clásicos, otros en camino de serlo. Espero haber interpretado bien sus resultados y haber hecho justicia a la gran importancia y el enorme interés de sus descubrimientos. En este aspecto, cualquier error en que haya podido incurrir es responsabilidad exclusivamente mía.
Hablando de responsabilidades: la culpa de haber escrito esto es, obviamente, mía, pero en estricta justicia habría que saldar cuentas con otras personas. Los principales instigadores, los que me han animado a escribir, son Marta Soldevila, Carles Lalueza y Jaume Bertranpetit, tres amigos de lo más estimulantes e insistentes, que además me han dado muy buenas ideas, tanto antes como después de leer lo que yo había escrito. También comparten una cierta responsabilidad mi sacrificada esposa, Adela Pau, un buen amigo, Hafid Laayouni, y mi cuñado, Isidre Carner, pues han tenido la paciencia de leer los borradores de algunos capítulos y ánimos para hacerme un montón de sugerencias útiles que no sé si habré sabido tener en cuenta. Mi padre, Vicenç Navarro, leyó el primer manuscrito completo y no me desheredó. Además, tanto él como mi madre, María Cuartiellas, son culpables de muchas cosas. Haberme dejado estudiar Biología fue seguramente una de las más graves. Otro de mis cuñados, Miguel Candel, tuvo la amabilidad de aceptar traducir mi libro y, de paso, poner todas las comas en su sitio. Otros amigos y compañeros leyeron versiones más avanzadas del texto y no tuvieron el valor de criticarlo con demasiada dureza. Estos amigos son Carles Morcillo, Jordi Nadal, Mariví Rodríguez y Tomàs Marquès. Bien, Jordi Nadal sí que hizo críticas durísimas (y muy atinadas), pero no tuve tiempo de hacerle mucho caso. Tampoco hice caso de mi hermana Mimar Navarro, que me sugirió un cambio importantísimo. Finalmente, Rafael Marín, uno de mis más viejos amigos (y quizá el único objetivo), manifestó rotundamente que el título que yo había escogido era horrible.
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