A continuación, sin embargo, cometió la terrible falta de sugerirme Contra Natura y decirme: «En general, me gusta. Preséntalo al concurso ese». A todos ellos, muchísimas gracias.
Me sentiría muy satisfecho si los hipotéticos lectores que tengan la paciencia de llegar hasta el final considerasen que este libro puede contribuir a disipar algunas ideas preconcebidas. Tal es, insisto, mi objetivo principal. En todo caso, si usted ha encontrado estas líneas donde las he colocado (escondidas debajo de un párrafo de agradecimientos dirigidos a gente que le debe de resultar totalmente desconocida), es probable que mi segundo objetivo se haya cumplido y que alguien, en algún lugar, haya comprado mi libro.
Barcelona, 12 de febrero de 2009
CAPÍTULO 1
LA NATURALEZA IDEAL.
EL PROBLEMA DEL BIOCENTRISMO
Diners de tort fan veritat, e de jutge fan advocat; savi fan tornar l’hom orat, pus que d’ells haja. Diners fan bé, diners fan mal, diners fan l’home infernal e fan-lo sant celestial, segons que els usa. Diners fan bregues e remors, e vituperis e honors, e fan cantar preïcadors: Beati quorum. Diners alegren los infants e fan cantar los capellans e los frares carmelitans a les grans festes. |
Diners, magres fan tornar gords, e tornen lledesmes los bords. Si diràs «jas» a hòmens sords, tantost se giren. Diners tornen los malalts sans; moros, jueus e crestians, lleixant a Déu e tots los sants, diners adoren. Diners fan vui al món lo joc, e fan honor a molt badoc; a qui diu «no» fan-li dir «hoc». Vejats miracle! Diners, doncs, vulles aplegar. Si els pots haver no els lleixes anar; si molts n’hauràs poràs tornar papa de Roma. |
«Elogi dels diners»
ANSELM TURMEDA (1352/55-1425) * * «Dinero hace verdad de error / y de juez, abogado defensor; / sabio torna al privado de razón, / cuanto más de él haya. / Dinero hace bien, hace mal, / dinero hace al hombre infernal / o bien santo celestial, / según cómo lo usa. / Dinero hace peleas y clamores / y vituperios y honores, / y hace cantar a predicadores: / Beati quorum. / Dinero alegra criaturas / y hace cantar a los curas, / a los frailes y frailucas, / en las grandes fiestas. / Dinero torna a los flacos gordos, / vuelve blancos a los tordos. / Si dices “plata” a hombres sordos, / enseguida se vuelven. / Dinero torna a los enfermos sanos; / moros, judíos y cristianos, / dejando a Dios y a todos los santos, / dinero adoran. / Dinero hace hoy al mundo el juego, / y rinde honores a mucho borrego; / a quien dice “no” le hace decir “luego”; / ¡mira qué milagro! / Dinero, pues, quieras allegar. / Si lo puedes tener, no lo dejes escapar; / si tienes mucho, podrás llegar / a papa de Roma». [N. del t.] 1 Sí, biocentrismo es una palabra fea, pero naturocentrismo, ecofanatismo, naturofilia o papanatismo naturófilo no son mucho mejores. 2 La popular y poderosa idea de J. P. Lovelock de que la Tierra es un organismo vivo y autorregulado.
El poema «Elogi dels diners» (Elogio del dinero), de Anselm Turmeda, al que Raimon ha puesto adecuada melodía, despierta en casi todo el mundo una singular sensación de asentimiento. Aunque la música suene en el mp3 de un Mercedes 4x4 mientras su propietario se dirige a la calle comercial más selecta de la ciudad para pasar una tarde de compras, es fácil que esa persona llegue a sentirse identificada con una denuncia tan punzante del consumismo, el monetarismo y los poderes fácticos antidemocráticos que dominan el mundo. Quizá arrinconará esos sentimientos tan pronto haya aparcado el coche. Sin embargo, es posible que la música le anime a participar en alguna manifestación antiglobalización o en alguna campaña contra las tenebrosas conspiraciones del capitalismo internacional. Tanto si el propietario del coche de lujo emprende alguna acción como si no, raramente se parará a pensar si su inspiración ha sido errónea. Y lo ha sido.
Fray Anselm Turmeda no se quejaba del dinero por los mis-
mos motivos que nosotros. Para él, el dinero no era el instrumento insuperable que a veces usan los poderosos para oprimir a los débiles, sino exactamente lo contrario. En plena crisis del mundo medieval, los artesanos y los comerciantes amenazaban con su dinero el poder de la nobleza y del clero. El dinero les servía para vestir lujosamente y gozar de los manjares más exquisitos; para construirse grandes palacios; para contratar a sus propios sirvientes y granjearse el favor de los reyes, para quienes ejercían de banqueros. El dinero, en definitiva, servía a los plebeyos para comprar una libertad que por cuna no les correspondía. Emancipados de sus amos y capaces incluso de influir en la elección del papa, las personas a quienes iba dirigida la crítica de fray Anselmo se convirtieron en algunos de los principales protagonistas del Renacimiento.
A cada época le corresponden unas ideas, una cosmovisión, unos mitos. El poder de esta clase de ilusiones colectivas es tan grande que pasamos automáticamente por el cedazo de nuestras preconcepciones todo aquello que percibimos o pensamos. Así es como podemos, por ejemplo, interpretar mal un poema que, haciendo uso de unos argumentos que jamás compartiríamos, critica una realidad que nos resulta extraña. Podríamos decir, sin embargo, que es obvio que la manera de ver el mundo de un poeta de los siglos XIV y XV era bastante menos objetiva que la nuestra. Acaso sea cierto: hoy nos resulta fácil darnos cuenta de que los coetáneos de Anselm Turmeda estaban sometidos a un lavado de cerebro cotidiano. La presencia abrumadora de la Iglesia y su justificación del poder establecido sobre la base de los designios divinos hacían que abstracciones míticas como el infierno o el cielo pareciesen muy reales. A la población se la exponía continuamente a imágenes, símbolos, plegarias y cánticos que confirmaban y reforzaban ideas que, independientemente de su validez, servían para mantener el statu quo.
Ahora bien, las mismas herramientas intelectuales que nos permiten analizar la cosmovisión medieval y, si corresponde, aislar los errores, nos llevan a plantearnos una cuestión delicada. ¿Somos nosotros mismos víctimas de alguna visión errónea? ¿Están fundamentalmente equivocadas algunas de nuestras ideas básicas sobre el mundo? La respuesta rápida e inocente es «no». A nosotros no nos bombardean con mensajes reiterativos destinados a manipular nuestra opinión. ¿O sí? Una respuesta más reflexiva acaso no sea tan tranquilizadora. De hecho, cuando hojeamos periódicos, escuchamos la radio, navegamos por Internet, paseamos frente a las estanterías de un supermercado tratando de elegir el yogur que tenemos que comprar o hacemos zapping sentados frente al televisor, nos sometemos a un amable y voluntario lavado de cerebro. En mi opinión, este bombardeo de ideas tiene grandes efectos sobre nuestra cosmovisión y nos induce a instalarnos en la complacencia y el pensamiento único. Quizá la única diferencia importante respecto a la época de fray Anselmo es que hay más diversidad de pensamientos únicos, pero en realidad cada uno de ellos está mantenido y reforzado por pequeños y constantes lavados de cerebro. No cuesta demasiado encontrar ejemplos: desde las modas pasajeras en que todo el mundo viste igual, va a los mismos restaurantes o compra el mismo libro, hasta las elecciones, en que la mayoría de los votantes ejercen su derecho guiados por emociones o ideas preconcebidas que los políticos se encargan de reforzar durante las campañas. De hecho, recibi-
mos una cantidad tal de mensajes simultáneos que examinarlos todos es un objetivo demasiado ambicioso. Es tarea de los sociólogos hacer un estudio exhaustivo de los orígenes y la justificación del variado surtido de apriorismos ideológicos y de ideas-consenso que, equivocados o no, dominan las sociedades modernas (como, por ejemplo, la curiosa creencia en la homeopatía, la férrea imposición legal del igualitarismo entre los sexos, la fe ciega en la democracia representativa, el respeto de los hábitos más absurdos siempre que se practiquen en nombre de alguna religión o el convencimiento absoluto que algunos fans tienen de que Elvis está vivo). Quizá, en el futuro, elaborar el catálogo de nuestros prejuicios será tarea de los historiadores. Para mí y para este libro ya será suficiente trabajo
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