Figura 2
Hay abundantes evidencias de esto entre los primates. Las observaciones que la primatóloga Jane Goodall (1990) realizó sobre la vida de gorilas en libertad muestran que es habitual que desarrollen complejas relaciones sociales (S): suele haber un jefe al que se subordinan los demás miembros de la manada, pero cuando un macho joven intenta reemplazarlo, en vez de hacerlo brutalmente, aprovecha las ausencias de aquel para contraer alianzas con las hembras y con otros machos jóvenes haciendo uso del halago y del engaño hasta que entre todos logran derrocarlo. En los otros dos ámbitos cognitivos no hay nada parecido: los chimpancés y los gorilas no fabrican herramientas (T), aunque suelen cascar nueces con piedras y cortar ramas delgadas para alcanzar la miel del fondo de los panales; tampoco conocen su medio natural (N) más allá del instinto de supervivencia, si bien suelen recordar las zonas en las que había alimento o peligro, es decir, memorizan mapas mentales.
La situación de los seres humanos es completamente diferente. Hace unos cincuenta mil años apareció la agricultura en Sumeria y para desarrollar esta actividad era necesario que los tres tipos de conocimiento, S, T y N, estuviesen equilibrados y bien desarrollados. Piénsese que cultivar un campo de trigo es algo que se hace en equipo (se siega, siembra, labra, etc., entre varios), con herramientas (hoces, azadas, trillos) y con un conocimiento pormenorizado de las semillas y de sus ciclos naturales. Para coordinar toda esta labor y para transmitir los conocimientos necesarios de una generación a la siguiente resulta imprescindible un instrumento del que carecen los animales: el lenguaje. La hipótesis de Mithen es que el lenguaje L surgió como un puente capaz de relacionar los tres compartimentos estancos S, T y N, haciéndolos mutuamente permeables:
Esto no quiere decir que la especie humana apareciese entonces. Antes de las sociedades agrícolas sedentarias hubo sociedades de cazadores, mucho menos numerosas, en las que ya se fabricaban instrumentos y se conocía el medio, pero no sabemos hasta qué punto fue necesario el lenguaje, tal y como hoy lo conocemos, para el desarrollo de sus actividades. Al fin y al cabo los grupos de primates también cazan conjuntamente, se ayudan a veces de palos y conocen qué presas les convienen y cuáles no. Esto no quiere decir que la especie humana apareciese entonces. Antes de las sociedades agrícolas sedentarias hubo sociedades de cazadores, mucho menos numerosas, en las que ya se fabricaban instrumentos y se conocía el medio, pero no sabemos hasta qué punto fue necesario el lenguaje, tal y como hoy lo conocemos, para el desarrollo de sus actividades. Al fin y al cabo los grupos de primates también cazan conjuntamente, se ayudan a veces de palos y conocen qué presas les convienen y cuáles no.
Figura 3
2.2.2 Del Australopithecus ghari al Homo erectus
Nuestros antepasados más próximos son los chimpancés (Pan troglodytes y Pan paniscus, respectivamente ubicados al norte y al sur del río Congo), de los que nos separamos hace unos seis millones de años: como nosotros, son omnívoros, viven en tierra y no sólo en los árboles y tienen una vida social y sexual bastante animada. Menos parecidos son los gorilas (Gorilla gorilla) y los orangutanes (Pongo pygmaeus), siempre herbívoros: el primero vive en Kenia, en pequeñas comunidades asentadas a ras de suelo y se separó hace diez millones de años; el segundo vive en Borneo, es sólo arborícola y solitario y se separó hace quince millones de años.
De ahí hasta los seres humanos actuales hay un largo trecho evolutivo jalonado por un complejo registro paleontológico. Parece que el primer paso hacia la evolución lo dio la postura bípeda, consecuencia de un cambio de clima provocado por una catástrofe geológica. Al hundirse el valle del Rift, que es una falla gigantesca que va de Afganistán hasta Etiopía, los primates de selva tropical quedaron aislados de sus congéneres orientales, condenados a vivir en un clima mucho más seco. Ello les obligó a bajar de los árboles, donde habitualmente vivían y encontraban su dieta vegetariana, y a buscarse el alimento en las grandes praderas de la sabana. Allí la vida era peligrosa y el alimento escaseaba. En consecuencia, tuvieron que acostumbrarse a recorrer enormes distancias siguiendo las manadas de los grandes herbívoros al objeto de aprovechar sus descuidos y sobre todo sus cadáveres. Así surgieron varias especies de homínidos carroñeros que andaban sobre los cuartos traseros y de los que son restos paleontológicos el Ardipithecus ramidus (Etiopía, de hace cuatro millones y medio de años), el Australopithecus anamensis (Kenia, cuatro millones de años), el Australopithecus afarensis (Tanzania, Chad y Etiopía, tres millones y medio de años) y el Australopithecus africanus (Sudáfrica, tres millones de años). Se trata de seres pequeños (medían un metro y pesaban unos 30 Kg.), con un cerebro similar al de un chimpancé, pero que podían correr con notable agilidad.
El bipedismo se tradujo en una serie de cambios espectaculares en el aparato óseo, sobre todo en lo relativo a la longitud de los huesos de la pierna y a la forma de la pelvis:
Figura 4
También cambió el aspecto exterior, pues, al correr tras las presas, hubo necesidad de eliminar el exceso de calor, lo cual provocó la caída del pelo que cubría el cuerpo para permitir una sudoración abundante. No obstante, lo más importante fue que, al quedar libres las extremidades anteriores, pudieron aprovecharse para otra cosa. El paso siguiente fue, pues, el desarrollo de la mano, la cual sirvió para agarrar objetos (trozos de carne, las crías durante los largos desplazamientos y, seguramente, palos usados como armas). Pero la incipiente sofisticación de la mano prehumana encerraba el germen de un progreso espectacular. Un aparato de precisión como éste podía usarse para fabricar instrumentos, lo que abrió el portillo a un desarrollo tecnológico que no ha parado hasta hoy. Dichos instrumentos deben proyectarse hacia el futuro; el que fabrica un cuchillo tiene en mente lo que hará con la pieza que desea cortar. Así, los restos paleontológicos que atestiguan los primeros instrumentos son correlativos de un aumento de la caja craneana, señal inequívoca de que el cerebro crecía a la vez.
Hasta hace poco se creía que la fabricación de instrumentos era exclusiva del género homo, pero en 1997 se descubrió en Etiopía una nueva especie de homínido, el Australopithecus ghari de hace dos millones y medio de años, el cual usaba piedras talladas y las transportaba consigo. Sea como sea y trátese o no del célebre eslabón perdido, lo cierto es que desde entonces hasta ahora mismo los restos de especímenes del género homo trazan una trayectoria nítida que nos lleva con seguridad hasta nuestra especie. El Homo habilis de hace dos millones de años usaba piedras toscamente talladas por una sola cara (es la cultura de Olduwai) y tenía un cerebro de unos 600 c.c. Se extinguió hace 1,2 millones de años y fue sustituido, hace un millón y medio de años, por tres especies emparentadas que ya no se reducen al solar africano: el Homo antecessor en Europa (Atapuerca), el Homo erectus en Asia (antes llamado de Java y de Pekín) y el Homo ergaster en la propia África; son bastante parecidos, de metro y medio de estatura, cerebro de unos 750 c.c. y una cultura lítica evolucionada (acheuliense) con hachas de dos caras.
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