1 ...8 9 10 12 13 14 ...20 Los efectos de la hambruna de 1373-1374
En una isla en la que la producción de cereales no satisfacía, ni en los años normales, la demanda interior, las crisis frumentarias podían convertirse en un flagelo muy importante. Las secuelas de la hambruna de 1373-1374, por ejemplo, han quedado reflejadas en la documentación coetánea con más precisión que las de la Peste Negra. El soberano y las autoridades menorquinas tuvieron que conceder moratorias de deudas a las familias con menos recurso, 108otorgar salvoconductos a quienes trajeran cereales, 109enviar síndicos a Cataluña, Aragón, Sicilia y Cerdeña para adquirir grano, 110organizar incluso repartos de pan entre los hambrientos 111y subvencionar con 7 libras la manumisión de esclavos, con la condición de que abandonasen la isla, 112medida que permitió a un considerable contingente de cautivos sardos regresar a su tierra. La situación todavía no se había normalizado después de la mieses de 1375, puesto que, en septiembre de aquel mismo año, las autoridades menorquinas solicitaban a sus homólogas de Mallorca que autorizasen la salida de trigo, higos pasos y otros alimentos. 113A pesar de las providencias adoptadas por el concejo, muchos vecinos de Menorca, bajo la presión del hambre, cometieron robos y, para escaparse de la justicia, se enrolaron como remeros en galeras armadas, acentuando con ello el déficit demográfico que ya padecía la isla. 114La falta de pobladores alcanzó cotas tan alarmantes que Pedro el Ceremonioso, en enero de 1376, tuvo que prohibirles que participasen, como mercenarios, en la defensa del castillo de Cagliari. 115
Dos años de meteorología adversa y de especulación con los alimentos básicos incidieron negativamente sobre la agricultura y la ganadería; provocaron una expansión puntual del área sembrada, un recorte de los barbechos, un retroceso de los yermos y una importante contracción de la cabaña. Grandes y medianos propietarios, ante la fuerte subida del precio de los cereales, ampliaron, en la medida en que se lo permitieron sus respectivas reservas de grano, las sementeras, a fin de compensar con soluciones de tipo cuantitativo la brusca caída de la productividad. Las familias campesinas pobres tuvieron que empeñar o vender gradualmente sus rebaños para poder comprar grano, especialmente en las épocas de la «soldadura» y de la siembra. Una vez agotadas sus provisiones de cereales secundarios, legumbres, salvado y otros alimentos de emergencia, incapaces de obtener nuevos préstamos, se vieron obligadas a sacrificar los pocos animales que les quedaban, desde las cabras hasta la yunta de bueyes. Dos años de sequía, al agostar unos pastos en retroceso y encarecer los derivados de los cereales secundarios, acabaron por diezmar también los hatos de las grandes explotaciones, redujeron el contingente de animales que no habían sido destinados al mercado o a la mesa de sus respectivos propietarios. 116La contracción de las manadas no fue debida, sin embargo, solo a causas internas; dimanó también de algunos factores exógenos, como el incremento de las compras de ovejas, cabras y cerdos por parte de los carniceros mallorquines, que hicieron valer, durante la prolongada crisis alimentaria, su derecho de acceso irrestricto al mercado pecuario menorquín. 117El tirón simultáneo de las demandas local y foránea elevó los precios de la carne y del queso hasta cotas nunca vistas. Los recaudadores de la fábrica de la catedral de Mallorca, que obtenían anualmente de las seis parroquias menorquinas unos 130 quesos, se quejan, en 1373, por no haber podido alcanzar la cantidad acostumbrada, per so que els formatges hi eren tant cars que [ els pagesos ] no li’n volien donar . 118La subida inicial de los precios de los cereales acabó, pues, por arrastrar al alza los del ganado de carne y otros alimentos básicos, aunque con un ritmo no sincrónico.
Durante la fase álgida de la hambruna, las autoridades locales, mediatizadas por los colectivos privilegiados, autorizaron la división de los pastos compartidos. 119Para acelerar la regeneración de la principal fuente de recursos de la isla, Pedro el Ceremonioso, en 1376, prohibió el sacrificio de ovejas en condiciones de procrear, bajo pena de 10 morabetinos de oro. 120La elevada cuantía de la sanción evidencia la importancia que el soberano concedía entonces al crecimiento de la cabaña menorquina.
El relanzamiento de finales del siglo XIV
El cambio de coyuntura se produjo hacia 1380, cuando empiezan a aparecer en la documentación referencias indirectas de una reactivación económica, en la que la ganadería volvería a jugar un papel decisivo. El soberano, en abril de 1383, autorizaba la salida de carneros; 121dos años después, en noviembre de 1385, concedía a los habitantes de Menorca el derecho a extraer libremente rocines y caballos para venderlos en el mercado mallorquín. 122La privatización de los baldíos comunales se aceleraba. 123Las autoridades menorquinas, alarmadas por el incremento de los robos de reses y la rotura de cercas por parte de los cautivos, habían tenido que instaurar, en 1382, un procedimiento judicial acelerado para este tipo de delitos, crear un cuerpo de encerquadors (rastreadores), para detener a los delincuentes, y establecer una escala de sanciones en función del número de animales sustraídos y del grado de reincidencia del reo, que iba desde los azotes públicos hasta la pena de muerte. 124El protagonismo de los esclavos no respondería tanto a un movimiento de protesta social por parte de una fuerza de trabajo sobreexplotada y hambrienta, como a su instrumentalización por los respectivos propietarios, interesados en acelerar el crecimiento de sus hatos, en reducir la competencia de los pequeños ganaderos. Los ladrones depredarían, pues, los rebaños más vulnerables, los de los campesinos pobres, y respetarían los de los poderosos. Este colectivo, en Menorca, estaba integrado por unos caballeros exentos de inmunidad fiscal 125y con unas rentas que apenas les permitían mantener el nivel de consumo y el rango propios de la baja nobleza, y por los generosos , terratenientes acomodados con obligaciones militares pero sin título nobiliario. 126Tanto para unos como otros, los hatos se estaban convirtiendo en su principal fuente de recursos. Es posible también que estas reiteradas sustracciones de animales fueran una de las secuelas económicas de la lucha de bandos que, desde 1349, sacudía intermitentemente la sociedad menorquina. 127
La multiplicación de las denuncias evidencia, en todo caso, que la ganadería constituía entonces una actividad clave para la mayoría de los estamentos sociales menorquines, una hipótesis que cuadra bien tanto con el avance de la clausura de las alquerías, como con la solicitud que las autoridades locales habían cursado, en enero de 1376, al Gran e General Consell de Mallorca de que derogase la nueva imposición de cinco sueldos por res que gravaba las ventas de ganado menorquín. La propuesta tenía como objetivo que los carniceros y los mercaderes mallorquines incrementasen sus compras de ovinos, atraídos por su alta calidad; 128aumentar la demanda de carne menorquina mediante una reducción sensible de la presión fiscal que soportaba en el principal mercado balear. Parece que la iniciativa del concejo de Ciudadela alcanzó su objetivo, puesto que, en la primera década del siglo XV, no solo crecieron considerablemente las sacas de animales, sino que además algunos ciudadanos mallorquines confiaban en comanda los carneros adquiridos a ganaderos locales, para que finalizaran su engorde. 129Los precios y la calidad del ganado también atraían entonces a los carniceros barceloneses, 130que pugnaban con sus homólogos baleares por el control del mercado pecuario menorquín.
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