AAVV - Los carniceros y sus oficios

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Compradores, deudores y vendedores activos en los campos de la artesanía y la industria, los carniceros de los siglos XIII-XVI de las coronas de Aragón y Castilla y del sur de Francia (Languedoc y Provenza), que alimentaban y a veces dominaban los mercados (de la piel, el cuero, la lana, el hierro…), fueron nexos comerciales entre la ciudad y el campo, donde construyeron sus redes. Fueron también miembros de las elites urbanas y rurales y actores de las políticas fiscales, en particular a través de la explotación de los impuestos indirectos aplicados a los productos de consumo. En los estudios aquí reunidos, tanto retratos de grupo como biografías, los carniceros constituyen el observatorio de un fenómeno que va más allá de su actividad principal: la pluriactividad, fundamento básico de la empresa medieval. Así mismo, se presta especial atención a los vínculos entre las ciudades, pequeñas o grandes, y el campo, con sus pueblos y aldeas, mediante un análisis diferente y complementario de la historiografía tradicional, centrada en los carniceros de las ciudades, y se abre el estudio a las redes que tejieron y dominaron entre las ciudades y el campo. Esta investigación fue acogida por la Casa de Velázquez y formó parte del programa científico titulado «Empresas rurales en el Mediterráneo occidental, siglos XIII-XVI».

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El monarca, a principios de julio de 1349, ordenaba a la Universidad de Menorca gravar con una nueva imposición la venta de carne en la isla y consignar íntegramente la recaudación a la reparación de las murallas de Ciudadela y a la mejora de la infraestructura defensiva de la isla. 78Los impuestos indirectos sobre el consumo de carne constituirían, pues, la vía más rápida de que disponía el monarca para obtener recursos económicos extraordinarios en los pródromos de un conflicto bélico. Su iniciativa fiscal debió de provocar tensión entre unos pobladores que se estaban reponiendo aún de los estragos de la epidemia, puesto que, en septiembre, el gobernador, para neutralizar la reciente subida del precio de la carne, bloqueaba las exportaciones de animales; el veto, como era de esperar, fue rápidamente desautorizado por el lugarteniente general de las islas, aduciendo que el derecho de compra de que gozaban los carniceros de Mallorca continuaba en vigor durante las coyunturas adversas. 79Las actuaciones de los diversos niveles de la administración pública en la gestión de la crisis política y alimentaria subsiguiente a la Peste Negra no fueron, pues, plenamente concordantes, debido a la prioridad que cada uno de ellos concedía a la defensa de sus intereses específicos. En los períodos de emergencia, tanto el lugarteniente general como los tablajeros mallorquines procuraban preservar la circulación de reses entre las islas, cortando de raíz las interferencias puntuales de las autoridades menorquinas. 80

La mortandad provocó una brusca redistribución de la propiedad inmobiliaria, un fuerte declive de la producción agrícola y una sensible reducción de la demanda de alimentos, especialmente de cereales: el concesionario de la recaudación de las rentas reales, a finales del 1348, declaró unas pérdidas del orden de las 200 libras. 81Pedro el Ceremonioso, a pesar de su falta crónica de recursos, tendría que dispensar, en agosto de 1350, a la diezmada población de la isla de contribuir en el impuesto de maridaje, que se estaba recaudando con motivo de su matrimonio con Leonor de Sicilia. 82

La brusca caída de la mano de obra provocada por la pandemia fue parcialmente contrarrestada con cautivos sardos, que se integraron como esclavos en el sistema productivo menorquín. 83A pesar de esta aportación demográfica externa, los propietarios rurales y los campesinos tuvieron que optar por la ganadería, que exigía menos de fuerza de trabajo que la agricultura; redujeron la superficie destinada a los cultivos, prolongaron los barbechos y crearon nuevas áreas de pastos.

En la prioridad concedida por los propietarios rurales menorquines, en 1349, a los rebaños intervino además un incremento transitorio de la demanda exterior y local de carne. Apenas finalizada la epidemia, los supervivientes se apresuraron a resarcirse tanto del pánico que había pasado como de los sacrificios expiatorios que les habían impuesto las autoridades eclesiásticas y seculares. Según la literatura satírica italiana, 84muchos de los que se habían enriquecidos con la acumulación de herencias, se autogratificaban gastronómicamente; frecuentaban las tabernas, organizaban fiestas y banquetes, comían y bebían sin medida, 85exigían sistemáticamente una alta presencia de carnes frescas, especias, azúcar y vinos dulces en sus mesas. 86Aunque la tácita finalidad moralizadora o crítica de sus autores desaconseja una lectura literal de estas obras, no se puede negar que reflejan, en parte, la realidad que se vivió a mediados del siglo XIV en las ciudades cisalpinas y en muchas otras regiones europeas, a las cuales una historiografía más pobre y menos expresiva ha privado de los testimonios correspondientes. Esta actitud hedonista debió de tener numerosos seguidores entre los colectivos más poderosos e influyentes de las sociedades balear y catalana, especialmente entre la aristocracia, el patriciado urbano y los profesionales liberales.

La desestabilización demográfica y económica de muchas familias campesinas permitió, en las décadas centrales de la centuria, a los caballeros y a los propietarios rurales acomodados ampliar a buen precio sus dominios, 87con predios privados y lotes de baldíos comunales, empezar a cercarlos con paredes de piedra seca, dejando únicamente unos portillo muy estrechos para el paso de los rebaños de sus vecinos, 88y solicitar licencias de veda. La expansión y la clausura de los patrimonios de los poderosos perjudicaban a los campesinos pobres, quienes, a medida que recuperaban la capacidad de análisis del nuevo contexto generado por la pandemia, denunciaban puntualmente la construcción de cercas. 89Sus quejas fueron neutralizadas, sin embargo, por la presión de los poderosos: el soberano, en 1352, prohibía la caza a pie y a caballo en las tierras valladas, la destrucción de cercas y el tránsito de personas y animales por los vedados, bajo pena de 10 sueldos. 90La medida debió de provocar un movimiento de defensa de los usos tradicionales, puesto que Pedro el Ceremonioso, cuatro años después, tendría que ratificar los citados vetos. 91

A mediados del siglo XIV, la ganadería, como consecuencia de estos cambios, experimentó en Menorca una recuperación importante, como se desprende de la magnitud que alcanzaron entonces los contingentes de bueyes y ovejas, 92caballos, 93quesos, 94lana y cueros 95enviados a Cataluña, el destino más probable también de muchas de las licencias de extracción de equinos concedidas por el soberano tanto a miembros de la nobleza y oficiales de la administración como a algunos ciudadanos locales. 96Las ventas al Principado no comprometieron la circulación de ganado entre las dos Gimnesias, que no solo se mantuvo, sino que además se diversificó. 97

Los comerciantes mallorquines aprovecharon su acceso irrestricto a la cabaña menorquina para reexpedir cerdos y todo tipo de ganado a Cataluña. Estas nuevas operaciones mercantiles fueron denunciadas inmediatamente como fraudulentas por los jurados de Menorca ante el soberano, alegando que sus adquisiciones de animales tenían que destinarse exclusivamente al abastecimiento del mercado interior balear. 98La finalidad de las quejas era evidente: obtener para los mercaderes y armadores locales el cuasi monopolio de las ventas exteriores de ganado. Apoyándose tal vez en estas arbitrariedades, el almotacén de Ciudadela, con la autorización tácita del consistorio, elevó la cuota de los animales seleccionados por los carniceros mallorquines que tenían que desviarse hacia los mataderos locales del 15 al 20%. 99La réplica del municipio de la Ciutat de Mallorca fue casi inmediata: gravó con una tasa específica, de 2 sueldos y 6 dineros, los ovinos traídos por los mercaderes menorquines que no se vendieran a peso. 100Esta escalada represalias acentuó el contencioso ya existente entre los consistorios de ambas islas por incrementar la participación de sus respectivos ciudadanos en las lucrativas sacas de ganado menorquín, disenso para el que, en 1368, todavía no se había encontrado una solución satisfactoria. 101

La reaparición de los robos de animales, tanto por parte de esclavos 102como campesinos, 103demuestra que las ovejas y los bueyes, al pacer sin pastor por pastos dispersos, continuaban siendo una presa fácil. La sustracción de reses constituía, pues, uno de los costes principales de la expansión de las greyes y de la atenuación gradual de la capacidad de vigilancia de sus propietarios, especialmente de los pequeños.

La cabaña menorquina, a pesar de su desarrollo sostenido, todavía no podía cubrir sistemáticamente todos los segmentos de la demanda interior balear; en algunos momentos, algunas causas endógenas o exógenas podían provocar déficits sectoriales transitorios. En 1360, poco después que una flota castellana hubiese atacado Barcelona, el lugarteniente real, para garantizar la defensa del archipiélago, ordenó que, en Ciudadela y Mahón, solo se embarcasen caballos con destino a Mallorca. 104Pedro el Ceremonioso, para acelerar el crecimiento de los rebaños de equinos, prohibía, tres años más tarde, a los nobles, a los generosos 105y a cualquier persona que, a juicio del gobernador y de los jurados, pudiese adquirir un rocín cabalgar en mulos, asnos o yeguas. 106El precio de un buen caballo podía alcanzar entonces las 50 libras. 107

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