Selva Dipasquale y Tamara Domenech
dibujos
Sonia Neuburger
Selva Dipasquale, Tamara Domenech, Sonia Neuburger, 2020
1a edición, 2020
ISBN: 978-987-86-5209-2
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Palabras iniciales: La tubería oculta
La posibilidad de la creación de este libro surge un sábado a la tarde del mes de diciembre de 2018, en el living de la casa de Selva, mientras conversábamos sobre literatura, noticias de amigos en común, hijos, la conflictividad social, todo junto en no más de tres horas y cada tanto silencios de mate y té hasta que surgió la coincidencia de sentirnos atraídas por los distintos oficios que existen en los barrios en los que cada una vive.
Villa Luro y Villa Santa Rita son cercanos en términos geográficos, en cuanto a la composición de los comercios que los habitan, los servicios que ofrecen y los horarios de apertura, descanso y cierre, la preeminencia de las siestas. Ese tiempo en el que se suspende el trabajo y motiva un extrañamiento respecto a la tendencia del estar abierto las 24 hs.; disponibles más que dispuestas en torno a la lógica de las redes sociales; el delivery en bicicleta o moto, remeras de llamativos colores en las que los logos resaltan modos de precarización laboral. Prácticas del capital alborotadas que funcionan en torno a «comunidades de consumidores», «clientes» y un sistema de «movilidad» capaz o incapaz de satisfacer de manera «rápida» por no decir «instantánea» aquello que se «necesita o se desea».
En nuestros barrios priman los comercios donde se venden productos o servicios realizados a partir del desarrollo de oficios, mencionamos entre otros, los que en este trabajo pudimos relevar: relojero, carpintero, dibujante técnico, restaurador de cacerolas y cuchillos, zapatero, peluquera, peinadora, marquero, pintoras artesanas, modista, jardinero, ceramista, cerrajero y tatuador. Es así, como sentimos la necesidad de indagar sobre estos saberes, herramientas, formas de moldear la materia, el tiempo. Y dárnoslo, en medio de obligaciones diarias para entrar, preguntar, escuchar y escribir poemas. En este sentido, cada una, después de visitar estos lugares y realizar una entrevista comenzó y concluyó un poema que fue enviado a la otra para que continuara su desarrollo a partir de la imaginación distante, disociada de no haber estado allí. Y así fuimos escribiendo un libro de a dos, o a cuatro manos.
Si la poesía fuera un oficio más, nos preguntamos cómo sería si sus técnicas, herramientas, temas fueran siempre los mismos. Y como nos negamos a la rutinización de la existencia, pensamos que este método de acercamiento a las personas y a las palabras, podría colaborar, con sus filtraciones sutiles, a crear nuevos u otros caminos dentro de los ya pautados, obligados, estandarizados.
Al hacer las entrevistas nos encontramos cada vez con personas apasionadas por su labor, todos dijeron hacer las cosas como si las hicieran para sí, y lograr sentirse satisfechos, plenos con un buen trabajo realizado y reconocido por quienes se los encargan. Cuerpos heridos pero vitales dando cuenta del malestar y del amor.
Al desplegar nuestro oficio de poetas, desgrabando, interviniendo las entrevistas y escribiendo los textos poéticos advertimos, a poco de andar, que los entrevistados en muchos fragmentos nos entregaban los poemas servidos en bandeja. Con Tamara viajamos en la sonoridad de las palabras que designan herramientas. Intervinimos, sí, pero también reescribimos historias de vida que nos fueron contadas con un entusiasmo, que no deja de sorprendernos, por darlas a conocer, con un agradecimiento que nos honra, somos nosotras las agradecidas con cada trabajador, trabajadora, artistas de la materia, que nos abrieron las puertas de su taller y nos compartieron anécdotas de sus vidas. Este libro nos convence de lo que se ha dicho muchas veces: la poesía es de todos y para todos. Está ahí a la vuelta de la esquina. Con sus alegrías y sus inmensos dolores. Poetas somos todos. Quizá, entre la docilidad y la resistencia, haya un tiempo para una manufactura mitad real mitad fantasía, trabajada por herramientas que opacan y lustran el espacio y el mobiliario que nunca dice nada sobre cómo son las cosas que hacemos, cómo pasan las personas que nos rodean, las cosas que son.
El arte como oxigenación, temple y gama hacia el encuentro con alguien.
Con el deseo de que las puertas que abrimos, y que sigamos abriendo, no nos priven de ciertos compromisos con aquello que nos rodea, de ciertos afectos. Nos gustaría concluir estas palabras iniciales con lo expresado por el poeta Fabio Morábito: Hay gente que cree, puesto que no los ve, los tubos no existen o no son importantes, gente que no tiene conciencia de que el agua no es mágica, sino que hay que llevarla por conductos concretos, conductos que representan un esfuerzo notable… Cuando veo unos tubos asomar por el revoque de un muro de una casa o de un establecimiento público, siempre me sorprendo. Ahí va el agua, me digo, como un perfecto tonto, y caigo de nuevo en la cuenta de que las cosas son más simples y más complejas de lo que se cree. Más simples, porque la idea de una tubería es bastante sencilla, tan sencilla que es casi denigrante; el agua se merecería un medio de transporte más digno que un tubo; y más complejas, porque como vivimos en una cultura del recubrimiento, del eufemismo, de la ocultación del esfuerzo, hemos terminado por creer que los tubos no existen y que todo ocurre detrás de los muros de una manera automática. En resumen, hay que recuperar, en todos nuestros actos, la tubería oculta, no perderla de vista, o como diría Antonio Porchia, acompañarla.
Tamara Domenech y Selva Dipasquale
Toca el tiempo con bruselas
tic tac en una caja
tic tac de madera.
Opuesto a un recuerdo
lo desarma y sumerge cada parte
platina
volante
áncora
en detergente y ácido
burbujas atraviesan los segundos
lágrimas contraen sus alas en el aire.
Y como rompía máquinas de chico
de grande sabe contemplar con paciencia
la ingeniería destartalada del amor.
Lo que se hace a mano es eterno.
Armar, desarmar, volver a armar.
Que la cuerda se vaya desenroscando
vaya haciendo su trabajo, su fuerza.
Para amar hay que pensar.
Y eso está haciendo falta
aprendices del amor.
*Entrevista a Daniel Ríos (59). Relojero.
Paisaje de arena cubierto de aserrín y al soplar
herramientas y máquinas desnudas
como tras una danza el abuelo
de movimientos aéreos sin fuerza
preciso como joyero
hacedor de un oficio en extinción.
Armó un placard a escala de muñeca
con espejo en una de las puertas
para que la abuela, al abrirla,
se reflejara en sus manos.
Que quede bien claro
melanina de todos los colores
aglomerado
fórmica
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