Una vez pasado el tiempo, llegó la hora de irme y me sentí como mal al ver que iba otra vez al orfanato, ya que sabía que no la vería más. Cuando volví, no me sentía bien; nos duchaban con agua fría y de comer lo que recuerdo era leche con espaguetis. Siempre me quedaba castigada sin recreo hasta que no terminaba ese mejunje; pasaba muchos días sin recreo por no comer eso. La habitación era grande, igual con 15 camas, con una pegatina para saber cuál era la nuestra. De vez en cuando, nos hacían cambiar de cama. Y no solo eso, un día de invierno me hicieron salir con la nieve que había a barrer la calle, no sé si era como un castigo o qué, pero eso no me agradaba nada.
Unos días más tarde, me dijeron que iba a venir una mujer a por mí, a conocerme. Yo en ese instante no sabía qué pasaba, pero, bueno, eso era lo de menos, ya que mi vida iba a cambiar completamente a mejor. La mujer que vino iba a ser mi futura madre, la cual vino con su hermano, que iba a ser mi futuro tío. Bueno, como ya he contado anteriormente, fui corriendo hacia donde estaba mi futura madre, con una sonrisa, sin saber lo que pasaba en esos momentos…
No solo estaban mi futura madre y mi tío, sino que también estaba con ellos una mujer que era de Rusia, creo. Era la traductora, para que mi madre y mi tío entendiesen lo que decía cuando hablaba en ruso. Lo que mi madre, Miren, dijo de mí nada más verme es que llevaba un vestido y un lazo más grande que mi cabeza… No sé si es un sarcasmo, pero, bueno, es lo que ella siempre me ha contado de la primera vez que me conoció en persona. Vino a verme dos o tres días. Al mes siguiente, hubo un juicio en el que el juez decidiría si me adoptaba o no en función de todo lo que había presentado mi madre (ganancias, propiedad, fotos de la casa en la que viviría, etc).
Después de darle a mi madre el permiso de adopción, estuvimos una semana en Rusia, una noche en Veronés y cuatro días en Moscú. Me acuerdo de que un día estábamos en un hotel donde había un pasillo grande y mi tío iba corriendo detrás de mí grabando, diciéndome que no tocase las puertas, porque yo no paraba de tocar todas las puertas del pasillo. Algunos recuerdos me los sé porque mi tío grababa todo el rato y tengo los vídeos y, de vez en cuando, los veo y me emociono mucho, la verdad. En Moscú visitamos un acuario, y vimos delfines y morsas. También fuimos a un zoo donde había flamencos, monos, jirafas, tigres y muchos animales más. En el zoo comimos patatas, en ruso son kartoshka , rellenas de ensaladilla con tomate y mayonesa. También había atracciones; yo me acuerdo de que me monté en un tren chu-chú.
Y llegó el día en el que me fui con mi nueva familia a Donostia, en Euskadi. Por lo que mi madre recuerda, mi hermano y mi prima nos vinieron a buscar al aeropuerto; yo no me acuerdo, porque me quedé dormida hasta el día siguiente. En casa nos esperaban mi abuela y mi tía con ganas de conocerme, por lo que me cuentan. Por lo que sé, un día vinieron amigos de mi hermano a conocerme por la noche, mientras dormía. Tengo más recuerdos posteriores, pero más borrosos, así que no los voy a contar, ya que no son muy importantes.
Bueno, como ya os he relatado, he pasado por muchos psicólogos y especialistas con quienes no he tenido mucha suerte, ya que muchos pensaban que tenía algo que ni siquiera tenía, solo ellos lo suponían. La verdad es que no me gustaba nada ir a esos sitios, ya que me trataban como si fuera rara, de forma distinta a los otros niños. Algunos de ellos no me dirigían la palabra; entraba, me sentaba y no decían nada. Otra profesional era bastante extraña. Dibujaba algo de color negro y me decía «¡estás depresiva!» y cosas de esas. Todo lo que dibujaba lo relacionaba con mi estado de ánimo, algo que no tenía que ver; yo solo quería dibujar lo que salía de mi imaginación, y eso no significaba cómo estaba de ánimo, pero, bueno, su teoría era esa. Llegó un día en el que me cansé de sus teorías, así que me ponía debajo de la cama y me dormía mientras ella hablaba en voz alta sobre sus teorías raras sobre mí. Se me pasaban sus sesiones rápido, ya que me quedaba debajo de la cama dormida, hasta que un día me pilló y desde ese momento no me dejaba ponerme debajo de la cama, ya que sabía que me dormía. Después de tantas sesiones con ella, mi madre decidió comentar un día cómo iban las cosas, ya que veía que no avanzaba, y nos fuimos de ese sitio. Yo estaba contenta de ser libre, porque no me gustaba ir a esos sitios. Pero, por lo que se ve, fui a más sitios, ya que mi madre quería saber qué me pasaba y dar con alguien que pudiera ayudarme y hacer entender a mi madre mi comportamiento. No recuerdo todos los sitios a los que fui, pero sí los que más me llamaron la atención; por ejemplo, una mujer que me ponía una especie de cinta en la cabeza y en las muñecas y con un ordenador veía cosas raras y decía: «Este lado del cerebro lo tiene más desarrollado que el otro», o «en este lado tiene un bloqueo cerebral…».
Después de tantos sitios raros, me llevaron a un psicólogo llamado José Luis Gonzalo Marrodán. Al principio no quería ir, ya que estaba cansada de ir adonde me hacían cosas y preguntas raras que no tenían solución. Bueno, el ir a ese psicólogo tenía una explicación, ya que estuve en un colegio que fue mi primer colegio y me pusieron un curso menos por el simple motivo de que no conocía el idioma y nunca había ido a un colegio. Allí tuve amigas, pero una de ellas las apartó de mí y me dejaron sola, se burlaron de mí hasta 1.º de la ESO. Luego me cambié a otro colegio, que ahí ya fue un horror, pues terminé en un hospital ingresada por casi suicidarme, porque la gente se reía de mí por ser nueva. Al principio sí tuve amigas, pero se fueron distanciando de mí y dejándome sola; no entendía por qué, aunque ya estaba acostumbrada a ello. Lo que sí recuerdo es que tuve una amiga y me duró, aunque no mucho, por un comentario que hice de esta amiga. Otra chica escuchó lo que dije sobre ella y se lo chivó. Yo le expliqué que no era en el sentido malo, pero, como a ella le habían fallado tantas personas, desconfiaba mucho y me dejó de lado con motivo. De ahí en adelante, me empecé a sentir mal, y se metían conmigo por volver a estar sola y acudir a una clase donde íbamos gente que tenía problemas de estudio y allí nos ayudaban. Cuando fui a ese nuevo colegio, es cuando empecé con José Luis. Al principio no quería ir, ya que había pasado por muchos sitios y me sentía un bicho raro, pero alguien le hablo de él a mi madre y pensó que me ayudaría mucho. Recuerdo que (no sé si fue el primer día u otro) nos propuso un juego con un ovillo, el cual yo tenía que coger por un extremo y mi madre por el otro. Me dijo que me fuese hasta el portal con mi extremo. Al principio no entendía para qué valía eso, pero luego nos explicó que, pasara lo que pasara entre nosotras, madre e hija aprenderíamos a arreglarlo y estaríamos siempre unidas.
Hay algo que a él le sorprendió: cuando fui por primera vez a su consulta, le conté todo mi pasado como si nada, y todo lo que había vivido, y me dijo que era muy valiente por contarlo y una luchadora. De entrada no me gustaba ese hombre porque ya había pasado por muchos sitios y nadie había conseguido ayudarme a mejorar. Pero, al pasar el tiempo, me empezó a caer bien y sentía que empatizaba conmigo, ya que, cuando le contaba mis situaciones y cosas vividas, él me apoyaba y me entendía; entendía mis situaciones, mis dolores y cómo debía de haberme sentido en esos instantes. Nunca me había sentido tan bien contando esas cosas a alguien que me entendía y comprendía mi situación; por fin estaba en el lugar correcto y me sentía protegida por segunda vez, aparte de por mi madre. No me costó nada contarle a José Luis lo que había vivido a lo largo de mi vida. Para mí, contarlo era como quitarme un peso de encima. Él me dijo que estaba sorprendido por cómo lo contaba, sin preocupación ni miedo; lo contaba como si nada, con naturalidad, con fluidez... Iba con él cada semana, y me gustaba mucho; además, estaba cerca de mi casa. Siempre tenía muchas cosas que contarle, ya que me escuchaba atentamente, no como los otros, que asentían con la cabeza y no decían nada. Encima, siempre escribía en una hoja en blanco todo lo que hablábamos y luego lo metía en una carpeta con mi nombre y apellido.
Читать дальше