Y la tercera y definitiva tecla que hay que pulsar es la acción terapéutica directa representada por la atención psiquiátrica y la intervención psicológica que asume José Luis desde la teoría de la Traumaterapia de Jorge Barudy y Maryorie Dantagnan. De un modo minucioso y claro nos explica aquí el proceso terapéutico de ocho años, con todos sus detalles y las valiosas aportaciones y observaciones del terapeuta, quien no ahorra detalles de los avances, descubrimientos, desánimos y recuperaciones que Janire va encontrando en un camino que tiene rectas, curvas, subidas y bajadas, pero que siempre va hacia delante y le ha permitido asumir su realidad actual.
La adopción no se puede abordar desde un único punto de vista, sino considerando todas las variables que intervienen, que son muchas y complejas. Hacer esto supone análisis, programación de distintos procesos y procedimientos en el modo de abordar los problemas e implicación profesional y personal. Y, sobre todo, tiempo y paciencia. Este modelo de trabajar en conjunto coordinando especialistas y poniendo todo ello al servicio de la adopción supone una vía de inestimable valor que, como hemos podido ver en este relato, se ha mostrado altamente eficaz.
Y, para finalizar, quiero dejar patente mi admiración a Janire y Miren por su generosidad y valentía al abrirnos una puerta a su intimidad y por su implicación en este proceso de «renacimiento». Sin su coraje y su empeño, esto no hubiera funcionado. Y a todo el equipo terapéutico (psicólogos y psiquiatras), que en una acción coral han conseguido hacernos ver las ventajas del trabajo coordinado y concienzudo al que han dedicado todo el tiempo que ha sido necesario para despertar en Janire su potencial resiliente y sus ganas de vivir.
Libro original desde su concepción y modo de publicación e imprescindible para todos aquellos que estén involucrados en el tema de la adopción desde cualquiera de sus vertientes.
Mi más cordial enhorabuena a todos los participantes en este hermoso proyecto.
José Ángel Giménez Alvira
Psicólogo y padre adoptivo
Torrijo del Campo (Teruel)
Navidad de 2020
Parte 1
EL RELATO DE JANIRE GOIZALDE
1.1 Una nueva vida florece: la historia resiliente de mi adopción, por Janire Goizalde
Hola, me llamo Janire Goizalde y soy una chica de veintidós años. Nací el día 5 de abril. Soy adoptada de Rusia, no me acuerdo de qué parte; pero eso es lo de menos, creo yo. La verdad, me considero una adolescente con muchos problemas, aunque mi psicólogo dice que son dificultades y no problemas. No sé si me lo dice para que me sienta mejor conmigo misma y animarme; pero, aun así, me gustan las cosas que me dice y me aconseja. Me ayuda bastante más que otros psicólogos con quienes he estado y toda esa gente que está relacionada con ayudar a personas como yo.
Como muchos expertos han evaluado (aparte de mi psicólogo), he tenido una infancia dura. Yo no pienso que sea tan dura, ya que en mi presente no me afecta, me parece a mí. Sin embargo, otros tienen otro punto de vista distinto al mío. Bueno, en algunas cosas sí que me afecta, aunque no lo quiera admitir delante de la gente y más de mi familia y mi psicólogo (ya os contaré eso más adelante: lo de mi psicólogo y quién es y todo eso). Como iba diciendo, soy adoptada y me acogieron (o, mejor dicho, me adoptaron) a los seis años. Mi madre vino a buscarme a Rusia junto al que iba a ser mi supuesto tío. Mi madre se llama Miren y mi tío (que se murió y que era con quien mejor me llevaba y me entendía, además de con mi madre) se llamaba Kepa. Por lo que mi madre me cuenta de la adopción, el primer día que vino a conocerme en persona, cuando la vi, fui corriendo donde ella estaba diciendo «mamá» en ruso. La verdad, no sé por qué, si no sabía quién era y nunca había visto a esa mujer en mi vida; pero, bueno, mi madre Miren lloró de alegría al verme ir corriendo a por ella y abrazarla, sabiendo que iba a ser su hija. Mi madre quería adoptar a una niña de pequeña edad, pero no había y le dieron mi nombre, aunque para mi madre era ya un poco mayor, no era lo que ella buscaba; pero se conformó con eso, y más después de que le hablaron de mí y le enseñaron fotos. Me sentí bien al ver a una persona como Miren, sobre todo después de la infancia y el pasado que había tenido.
Mi infancia no es que fuera como la de un niño o una niña normal por varios motivos. En concreto, mi familia de origen no era muy normal que digamos. En ella había muchos problemas: mi madre era alcohólica, al igual que mi padre, y entre ellos siempre discutían y sus frustraciones las pagaban conmigo, como si yo fuese la culpable. Mi padre maltrataba a mi madre, y a mí, y yo no entendía el porqué, aunque a veces pensaba que yo era la causante de sus desgracias. Me acuerdo de algunas cosas, no de todas, pero algo es algo. Recuerdo, por ejemplo, que mi hermano y mi abuela vivían en otra casa, una especie de caserío, y que mi hermano todas las mañanas iba a recogerme para llevarme con él y mi abuela, ya que sabían en qué circunstancias vivía con mis padres. Hasta que un día mi madre se fue de compras y no volvió en tres días, y ya nunca más. Durante esos días mi hermano no fue a por mí, y se me hace sospechoso, ya que ningún día faltaba a su encuentro conmigo. Mi padre fue a la cárcel por razones que yo desconozco, y que tampoco me importan, después de haber visto cómo me trataba a mí y a mi madre biológica.
Recuerdos traumáticos. Por Janire Goizalde.
Por lo que me han contado los de servicios sociales (o unas personas), empezaron a investigar sobre la muerte de mi madre y se dieron cuenta de que tenía una niña. Entonces fue cuando vinieron a por mí y me llevaron al orfanato. Desde entonces, mi vida cambió brutalmente, no sabía dónde estaba ni conocía a nadie; lo raro es que no tenía miedo, y creo que era porque, al ser pequeña, no era consciente de lo que pasaba a mi alrededor en esos momentos. De cuando llegué al orfanato, lo único que recuerdo es que un niño, nada más verme, vino donde yo estaba y me mordió, ¡vaya forma de saludarme! No tenía amigos en ese lugar, ya que era nueva y no tenía ni idea de cómo socializar con los niños.
El orfanato, comparado con cómo vivía con mi familia, era mucho mejor en algunos aspectos; por ejemplo, siempre tenía algo para comer y nunca me faltaba y, por una vez en la vida, me encontraba en mejores condiciones que cuando estaba con mis padres. Pero también hay cosas que nunca se me irán de la memoria, como que vivíamos en un edificio grande y había una especie de casitas para que los niños y niñas como yo jugasen. En una de esas casas, no sé por qué, tengo el recuerdo de haber sufrido una violación por parte de unos niños mayores que yo. No me afecta hoy día, porque yo era muy pequeña, pero en cualquier caso eso es una violación a una menor de edad, nunca he entendido el porqué de ello, de lo que me hicieron. En cualquier caso, actualmente no me afecta tanto ese recuerdo.
No tengo recuerdos de todos los días, pero sí de algunos días y momentos de cuando vivía allí, como que un día cualquiera vino una ambulancia y me llevó al hospital, no sé si era porque estaba malnutrida o porque pesaba muy poco; aparte de que era bizca y tenía en el cuello una marca que me hizo mi padre cuando se enfadó sin razón y su frustración la pagó conmigo. Cuando llegué a urgencias u hospital, había una enfermera con quien me llevaba muy bien y, por una vez en la vida, empecé a sonreír. Había una especie de vestuario y yo, de vez en cuando, iba para hurgar en su bolso y pintarme los labios, era mi enfermera. Tengo un vago recuerdo de su cara, pero lo que más recuerdo son los zapatos que llevaba y, siempre que veo aquí esos zapatos, me viene ella a la mente. En cualquier caso, en esos momentos era mi única amiga, aunque había una norma: nunca había que ser amiga de una paciente, y menos de una niña, o sea, no se podían encariñar con nosotras por una ley que tenían. Ella siempre me decía que lo nuestro lo guardase en secreto y que no fuese a los vestuarios porque, si me pillaban, las dos nos meteríamos en un problema; es lo único que recuerdo de ella. Era muy distinta a las demás por la forma en la que se comportaba conmigo; por una vez en la vida, sentía que le importaba a alguien y que no me haría daño.
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