La mayor escisión entre las políticas del New Deal y el Popular Front se dio precisamente en la actitud que, desde los discursos públicos de uno y otro bloque, se adoptó ante los conflictos internacionales. El gobierno de Franklin D. Roosevelt no solo se mantuvo dentro de la tradición aislacionista, hegemónica en Estados Unidos desde el final de la Primera Guerra Mundial, sino que sancionó la intervención en conflictos extranjeros a través de la Ley de Neutralidad (Neutrality Act), promulgada en 1935 como respuesta a la invasión de Etiopía por la Italia fascista, en virtud de la cual se prohibía a los estadounidenses vender armas a los países beligerantes en un conflicto internacional. En 1937, por iniciativa del senador aislacionista Arthur H. Vandenberg, se introdujo una enmienda que respondía de manera directa a las movilizaciones que siguieron al estallido de la guerra civil española y trataba de suplir las carencias de la ley de 1935. Esta enmienda regulaba la no intervención en guerras civiles y restringía más aún los negocios y la ayuda a las partes beligerantes procedente de los ciudadanos estadounidenses mediante la prohibición del comercio con material bélico, así como de la concesión de préstamos o créditos a las partes beligerantes. 19
El desarrollo de la política exterior de la Administración Roosevelt no estuvo exento de fricciones. 20 El ala izquierdista del Partido Demócrata, a la que pertenecía el presidente, era más proclive al intervencionismo o, como mínimo, al levantamiento del embargo, mientras que el ala más conservadora, que dominaba el Senado, se opuso a ello hasta el final de la década. De hecho, a comienzos de su carrera, Roosevelt había predicado el internacionalismo (al que habría de volver cuando se avecinaba la Segunda Guerra Mundial) pero en 1932, temiendo perder la postulación demócrata, había repudiado la Sociedad de Naciones e insistido en que las deudas de la Primera Guerra Mundial debían pagarse por completo. Una vez elegido presidente, no estaba dispuesto a poner en peligro su programa legislativo interno alejándose de la poderosa ala aislacionista de su propio partido, por lo que perseveró en la política de no intervención, cuya consecuencia más inmediata fue la aprobación de la citada Ley de Neutralidad.
En muchos sentidos, el debate político sobre la guerra de España en Estados Unidos giró en torno a la pertinencia de la Ley de Neutralidad, el embargo de armas que el gobierno estadounidense mantenía contra España. Como afirma Marta Rey García, la apelación a los tribunales por parte de asociaciones pro republicanas con el fin de que se revisara la Ley de Neutralidad y se levantara el embargo fue una de las estrategias utilizadas por las organizaciones de izquierdas para llamar la atención de la opinión pública sobre la guerra civil española. 21 Las preguntas que, hacia el final de la guerra lanzó la naciente agencia de estadística Gallup a los ciudadanos funcionan como indicio del interés que esta cuestión llegó a despertar en la esfera pública estadounidense: «¿Cree que debería derogarse la Ley de Neutralidad que impide a nuestro país vender armas a los leales en España?» (16 de diciembre de 1938) «¿Debería el Congreso modificar la Ley de Neutralidad para permitir el envío de víveres a los leales en España?» «¿Y el de armas?» (7 de enero de 1939). 22
Pero mucho antes, prácticamente desde el estallido de la guerra, había comenzado a organizarse el Batallón Lincoln, cuyos voluntarios, procedentes de todos los sectores del progresismo estadounidense, fueron de manera clandestina a España para unirse a las Brigadas Internacionales. Al igual que los brigadistas de otros países, los voluntarios del Batallón Lincoln fueron reclutados por el Partido Comunista a través de las asociaciones American Society for Technical Aid to Spanish Democracy y la Friends of the Abraham Lincoln Brigade. Aunque no todos los voluntarios militaban en el partido, fueron tácitamente aceptados por este, que manifestó un abierto interés por reclutar en el exterior con el objetivo de «ocultar el protagonismo del partido y presentar al batallón como una empresa antifascista, por encima de sus credos políticos». 23
Al mismo tiempo, la movilización por los derechos civiles, que había empezado a cobrar fuerza a principios de la década, incluyó entre sus preocupaciones la creación de instituciones, sociedades benéficas y organizaciones de ayuda a la República española para la recaudación de fondos y el envío de alimentos y ayuda médica para los civiles. La organización más activa en este ámbito fue el Medical Bureau and American Committee to Aid Spanish Democracy (MB & NACASD), presidido por el arzobispo metodista Francis J. McConnell. Esta asociación consiguió crear en Nueva York un dinámico circuito de conferencias, producción y exhibición de películas, galas y espectáculos benéficos a través del que se recaudaron 569.053 dólares para la España republicana. Y esto era solo la punta del iceberg: el 25 de octubre de 1938 The New York Times publicaba un informe del gobierno según el cual, entre mayo de 1937 y septiembre de 1938, se habían creado en todo el país 30 nuevas asociaciones solidarias con la República española cuya recaudación ascendía a 1.653.048 dólares, una cantidad muy notable para la época. Para obtener permiso oficial de registro y autorizaciones para solicitar ayuda humanitaria para las víctimas de la guerra en España, estas organizaciones debían acogerse, como requisito indispensable, a la Ley de Neutralidad, que les prohibía mantener contacto o relación alguna con el gobierno español o las facciones involucradas en la guerra. 24 Estas y otras muchas asociaciones que se posicionaron respecto a la guerra civil española obraron en consecuencia, aunque de manera extraoficial, encontraron numerosas alianzas en el campo cultural y, concretamente, como veremos, en el campo cinematográfico.
EL CULTURAL FRONT Y EL FILM FRONT
Dentro del extraordinario clima de efervescencia que vivió Estados Unidos durante la época del Popular Front (cuya influencia se extiende, según Denning, 25 a lo largo de tres décadas y hasta su desaparición forzada por el maccarthismo) lo político y lo cultural se imbricaron hasta el punto de quedar, en muchos casos, indiferenciados. Síntoma de ello es la metáfora, común en los años treinta, de Cultural Front , que combina dos acepciones de la palabra “frente”: por una parte, la metáfora militar que designa un lugar o un espacio para la lucha o un campo de batalla; y por otra, la metáfora política que designa un grupo o una coalición de distintos grupos con unos objetivos comunes. En ese sentido, el Cultural Front se refería al mismo tiempo a las industrias y los aparatos culturales (un frente o terreno de lucha cultural) y a la alianza de artistas e intelectuales que convirtieron lo «cultural» en parte del Frente Popular. 26
La metáfora del Cultural Front pronto se trasladó al campo del cine para designar al circuito independiente de producción, distribución, exhibición y crítica cinematográfica cuyo objetivo prioritario era ofrecer un modelo alternativo al de la industria hollywoodiense, sustentada por el sistema de estudios. 27 Desde este punto de vista, el proyecto más exitoso fue la creación, en 1937, de la productora Frontier Films (FF), bajo cuyos auspicios se realizaron Heart of Spain (Herbert Kline y Geza Karpathi, 1937) y Return to Life (Henri Cartier-Bresson y Herbert Kline, 1938), entre otras. Frontier Films encarnó mejor que ninguna otra productora en Estados Unidos el espíritu antifascista, a la vez que profundamente comprometido con la realidad estadounidense, del Popular Front . Paul Strand, Joris Ivens y Leo Hurwitz fueron algunos de sus rostros más visibles de la organización, sustentada por un nutrido grupo de escritores, cineastas e intelectuales con un largo recorrido en el ámbito del cine proletario a sus espaldas.
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