Virginia M. Axline - Dibs en busca del sí mismo

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Dibs en busca del sí mismo: краткое содержание, описание и аннотация

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Este volumen está basado en la historia real de Dibs, un niño con problemas que logró reconstruir su sí mismo con su propio esfuerzo. Esto fue posible también gracias a la terapia de juego, tal como se describe minuciosamente a lo largo del libro mediante la transcripción, una a una, de las sesiones terapéuticas. La terapia de juego llevada a cabo por la psicóloga Virginia Axline, proporcionó a Dibs las condiciones relacionales que le permitieron explorar y elaborar su experiencia interna consigo mismo y con las personas significativas que le rodeaban. Aunque sin duda se trata de un libro de gran relevancia para los especialistas en terapia, también lo es para cualquier persona interesada por el aún desconocido mundo infantil y la repercusión, en el día a día, de las relaciones en el seno de las familias o de la escuela.

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A la mañana siguiente llegué al colegio antes que los niños. Las aulas donde estaba el jardín de infancia eran luminosas y alegres, con un equipo atractivo y apropiado.

–Los niños llegarán pronto –dijo Miss Jane–. Me interesa mucho saber qué opinión se forma usted de Dibs. Espero que se le pueda ayudar. Ese niño me preocupa muchísimo. ¿Sabe?, cuando un niño sufre realmente un retraso mental se puede apreciar un patrón global de conducta consistente, que se observa en sus intereses y en sus modos de actuar. ¿Pero Dibs? Nunca sabemos de qué humor va a estar, solo sabemos que nunca habrá sonrisas. Ninguna de nosotras lo ha visto sonreír nunca. O parecer remotamente feliz. Este es uno de los motivos por los que sentimos que su problema va más allá del simple retraso mental. ¡Es tan emocional! Ahí llegan los niños.

Los niños empezaban a llegar. La mayoría de ellos entraban con miradas que expresaban alegría en sus caras. Ciertamente parecían relajados y confortables en ese colegio. Se llamaban saludándose alegremente unos a otros y a las profesoras. Algunos se dirigieron a mí preguntándome mi nombre y por qué estaba allí. Se quitaban sus abrigos y sombreros y los colgaban en sus perchas. Los primeros momentos eran de libre elección. Los niños buscaban juguetes y actividades que les interesaban, y jugaban y hablaban unos con otros de manera muy espontánea.

Entonces llegó Dibs. Su madre lo dejó dentro de la clase. Solo pude darle un vistazo porque habló brevemente con Miss Jane, dijo adiós y dejó a Dibs, que llevaba puestos un abrigo y un gorro de lana gris.

Se quedó allí, de pie, donde su madre lo había dejado. Miss Jane se dirigió a él, le preguntó si quería colgar su abrigo y su gorro. Él no respondió.

Era alto para su edad. Su cara estaba muy pálida. Cuando Miss Jane le quitó el sombrero pude ver que tenía el pelo negro y rizado. Los brazos le colgaban inertes a los lados. Miss Jane lo ayudó a quitarse el abrigo. Parecía no estar cooperando. Ella colgó su gorro y abrigo en su percha.

Mientras se acercaba a mí me dijo en voz baja: «Bien, este es Dibs. Nunca se quita el abrigo ni el gorro él mismo, así que nosotras lo hacemos ya rutinariamente. Algunas veces tratamos de que se una a otro niño en alguna actividad o le damos algo concreto para que haga. Pero él rechaza todas nuestras ofertas. Esta mañana lo dejaremos solo para que usted pueda ver por sí misma qué es lo que hace. Podría quedarse ahí por mucho, mucho tiempo. O podría comenzar a ir de una cosa a otra. A veces pasa de una cosa a otra como si no pudiera concentrarse. Otras veces se focaliza en algo durante una hora. Todo depende de cómo se siente».

Miss Jane se acercó a otros niños. Yo me dediqué a observar a Dibs tratando de que no pareciera que lo estaba mirando.

Él permaneció de pie donde estaba. Luego se dio la vuelta, muy despacio y de forma deliberada. Levantó sus manos en un gesto casi inútil de desesperación y luego las dejó caer a los lados. Se dio la vuelta de nuevo. Ahora yo estaba en su campo de visión si es que quería mirarme. Suspiró, se mordió los labios y permaneció allí.

Uno de los niños corrió hacia Dibs.

–¡Hola Dibs! –le dijo–. ¡Ven a jugar!

Dibs se lanzó hacia él. Lo hubiera arañado, pero el niño dio un salto hacia atrás con rapidez.

–¡Gato!, ¡gato!, ¡gato! –se burló el niño.

Miss Jane se acercó a ellos y le dijo al otro niño que se fuera a jugar a otro lugar de la clase.

Dibs se fue hacia la pared cerca de una mesa pequeña en la que había algunas piedras, conchas, trozos de carbón y otros minerales. Permaneció junto a la mesa. Lentamente, levantó primero un objeto y luego otro. Pasó sus dedos por ellos, se los puso en su mejilla, los olió, los chupó. Luego los dejó en su lugar con cuidado. Miró hacia donde yo estaba. Fue una mirada fugaz que retiró con rapidez.

Se dejó caer en el suelo, se arrastró debajo de una mesa y se sentó allí, donde casi no podía vérsele.

Entonces me di cuenta de que los otros niños estaban formando un pequeño círculo con sus sillas alrededor de una de las profesoras. Se trataba del momento en el que los niños mostraban a los demás lo que habían traído al colegio y les contaban algo sobre las novedades que les habían pasado. La maestra les contó un cuento. Ellos cantaron algunas canciones.

Dibs, debajo de la mesa, no estaba muy lejos. Desde su lugar privilegiado podía oír lo que decían y ver lo que estaban mostrando, si quería hacerlo. ¿Se había anticipado a esta actividad del grupo cuando se puso debajo de la mesa? Era difícil saberlo. Permaneció debajo de la mesa hasta que el grupo se deshizo y los niños se dedicaron a otras actividades. Entonces, él también, se fue a hacer otras cosas.

Gateó alrededor de la habitación manteniéndose pegado a las paredes, deteniéndose para examinar muchos de los objetos con los que se iba encontrando. Cuando llegó a la amplia vitrina donde estaba el terrario y el acuario, se levantó y se quedó mirando fijamente el interior de los grandes recipientes cuadrados de vidrio. De vez en cuando alargaba el brazo y tocaba algo dentro del terrario. En esos momentos su movimiento parecía hábil y ligero. Permaneció allí durante media hora, parecía completamente absorto en sus observaciones. Reptó por la habitación de nuevo y completó su periplo alrededor de esta. Siguió tocando con rapidez y cuidado algunas cosas, para pasar luego a hacer otras.

Cuando llegó al rincón donde estaban los libros tocó los que estaban sobre la mesa, eligió uno, cogió una silla, la arrastró a través de la sala hasta un rincón y se sentó cara a la pared. Abrió el libro y comenzó a examinar cada una de sus páginas muy despacio, pasando cada página con sumo cuidado. ¿Estaba leyendo? ¿Estaba mirando los dibujos? Una de las profesoras se le acercó.

–Oh, ya veo –le dijo–. Estas viendo el libro de los pájaros. ¿Dibs, quieres contarme algo acerca de él? –le preguntó utilizando un tono amable y suave.

Dibs lanzó el libro lejos de él. Se tiró al suelo y permaneció allí, tieso y rígido, boca abajo, inmóvil.

–Lo siento –dijo la profesora–. No ha sido mi intención molestarte, Dibs. –Recogió el libro, lo puso sobre la mesa y vino hacia mí–. Esto es lo típico –me dijo–. Hemos aprendido a no molestarlo. Pero yo quería que usted viera por sí misma qué es lo que sucede.

Mientras mantenía la misma posición, Dibs había girado su cabeza de tal modo que podía ver a la maestra. Nosotras fingimos no verlo. Finalmente se levantó y se puso a caminar lentamente alrededor de las paredes de la habitación. Tocó las pinturas, los lápices de colores, la arcilla, los clavos, el martillo, las maderas, el tambor, los platillos. Los cogía y los ponía de nuevo en su sitio. Los otros niños se dedicaban a sus cosas sin preocuparse demasiado por Dibs. Evitaba cualquier contacto físico con ellos y ellos le dejaban en paz.

Entonces, llegó el momento de salir fuera a jugar. Una de las profesoras me dijo: «Quizá quiera venir. Quizá no. No me apostaría ni un centavo por ninguna de las dos posibilidades». Anunció en voz alta que era la hora de salir al recreo. Le preguntó a Dibs si quería salir fuera.

–No salir fuera –dijo Dibs en un tono monótono y pesado.

Yo dije que pensaba salir, ¡hacia un día tan bonito! Me puse mi abrigo.

De pronto Dibs dijo: «¡Dibs va fuera!». La profesora le puso el abrigo. Él caminó torpemente hacia el patio de recreo. Su coordinación era muy pobre. Parecía como si estuviera atado todo él con nudos, tanto física como emocionalmente.

Los otros niños jugaban en las cajas de arena, en los columpios, con los aparatos de gimnasia, con las bicicletas. Jugaban a la pelota, a pillar, a esconderse y a buscarse. Corrían, brincaban, trepaban y saltaban. Pero Dibs no. Se había ido a un rincón lejano, había cogido un palito pequeño, se había puesto de cuclillas y rascaba en la arena hacia delante y hacia atrás. Hacia delante y hacia atrás. Hacia delante y hacia atrás. Haciendo pequeños surcos en la tierra. Sin mirar a nadie. La mirada clavada en el palito y en el suelo. Encorvado en su actividad solitaria. En silencio. Encerrado en sí mismo. Remoto.

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