–Yo tuve una reunión con su madre la semana pasada –me dijo Mis Jane–. Le dije que con toda probabilidad tendríamos que pedirle que dejara el colegio porque sentíamos que habíamos hecho todo lo que podíamos por ayudarlo y que eso no era suficiente. Quedó muy afectada. Es una persona difícil de entender. No obstante, estuvo de acuerdo en hablar con usted acerca de Dibs y permitirle que lo estudiara. También dijo que si no podíamos seguir manteniéndolo aquí, nos agradecería mucho que le diéramos el nombre de un colegio privado para niños mentalmente retrasados. Dijo que su marido y ella habían aceptado la idea de que su hijo tenía un retraso mental o un daño cerebral.
Este comentario dio lugar a que Hedda explotara.
–¡Prefiere creer que es mentalmente retrasado antes que admitir que quizá tiene una alteración emocional y que quizá ella es la responsable! –exclamó.
–Parece que no somos capaces de ser muy objetivos –dijo Miss Jane–. Creo que ese es el motivo por el que le hemos mantenido tanto tiempo con nosotras y lo que nos ha hecho exagerar los escasos adelantos que ha logrado. No podemos soportar la idea de decirle que se vaya sin tratar de defenderlo. Nunca hemos sido capaces de hablar sobre Dibs o sobre las actitudes de sus padres sin implicarnos emocionalmente. Y ni siquiera podemos estar seguras de que nuestras actitudes hacia sus padres estén justificadas.
–Estoy convencida de que él está al límite –dijo Hedda–. No creo que pueda mantener sus defensas por mucho más tiempo.
Obviamente había algo en ese niño que había cautivado el interés y los sentimientos de las profesoras. Podía sentir su compasión por el pequeño. Podía sentir el impacto que su personalidad había producido. Podía captar lo conscientes que eran de nuestras limitaciones a la hora de tratar de entender con términos claros y concisos las complejidades de la personalidad de Dibs. Podía sentir el aprecio y el respeto que ese niño producía, que impregnaba a todo el grupo.
Se decidió que, si los padres estaban de acuerdo, vería a Dibs durante una serie de sesiones de terapia de juego. No había modo de saber lo que esto podría aportar a la historia de Dibs.
CAPÍTULO 2. DIBS CONOCE A VIRGINIA AXLINE
Allí estaba, fuera de nuevo, en medio de la noche, donde la luz opaca oscurece las contundentes líneas de la realidad y arroja sobre el mundo inmediato una amable vaguedad, donde no todo es cuestión de blanco y negro. Donde no se trata de «esto es», porque no existe una luz que ilumine la evidencia inequívoca con la que se ve una cosa « tal como es » y una conoce las respuestas . Donde la oscuridad del cielo aporta un espacio cada vez mayor que permite suavizar los juicios, dejar en suspenso las acusaciones, cobijar lo emocional. Donde «lo que es », visto con esta luz, parece adoptar tantas posibilidades que «lo definitivo» se vuelve ambiguo. Donde el beneficio de la duda puede florecer y sobrevivir el tiempo suficiente al menos como para forzarte a considerar el alcance y las limitaciones de la evaluación humana. Cuando los horizontes crecen y disminuyen dentro de una persona, los cambios no pueden ser medidos por otras personas. Cuando la comprensión crece a partir de la experiencia personal que permite a cada uno ver y sentir en formas tan variadas y tan llenas de significados cambiantes, que el propio estado de conciencia de uno mismo es el factor determinante. Desde ahí se puede admitir con más facilidad que lo fundamental de ese mundo de sombras se proyecta más allá de nosotros mismos, de nuestros pensamientos, actitudes, emociones y necesidades personales. Quizá entonces es más fácil entender que, incluso aunque no disponemos de la sabiduría como para enumerar las razones de la conducta de otra persona, podemos suponer que cada individuo tiene su propio mundo privado de significados, concebido a partir de la integridad y dignidad de su propia personalidad.
Me llevé de esa reunión el sentimiento de respeto que todos compartían y el interés por reunirme con Dibs. Me sentía capturada por esa impaciencia contagiosa, junto con la convicción de que no abandonaríamos la esperanza sin tratar una vez más, solo una más, de no basarnos solamente en los imprecisos recursos de los que disponemos para problemas de este tipo. Desconocemos las respuestas para muchos de los problemas de salud mental. Sabemos que muchas de nuestras impresiones son frágiles. Apreciamos el valor de la objetividad, del estudio ordenado y cuidadoso. Sabemos que la investigación constituye una combinación fascinante de corazonadas, especulaciones, subjetividades, imaginaciones, esperanzas y sueños mezclados con precisión, junto con hechos reunidos de forma objetiva, ligados a la realidad de una ciencia matemática. Un aspecto sin el otro resulta incompleto. Juntos, avanzan paso a paso a lo largo del camino en búsqueda de la verdad, donde quiera que ella pueda ser encontrada.
Así que pronto me reuniría con Dibs. Iría al colegio y lo observaría en grupo con los otros niños. Trataría de verlo a solas durante un rato. Después visitaría su casa para entrevistarme con su madre. Decidiríamos el horario para otros encuentros en el Child Guidance Centre (Centro de Orientación Infantil). Ese sería nuestro punto de partida.
Buscábamos la solución al problema y todos sabíamos que esta experiencia adicional podría constituir solo un pequeño atisbo acerca de la vida privada de este niño. No teníamos ni idea de lo que todo esto podía acabar significando para Dibs. Se trataba solo de una oportunidad más para tratar de atrapar el hilo que podría desentrañar algún pequeño insight que nos ayudara a comprender.
A medida que me adentraba en la carretera del East River, pensaba en los muchos niños que había conocido, niños que eran infelices, que se sentían frustrados en su intento por lograr una identidad propia que pudieran reclamar con dignidad, niños incomprendidos, que se esforzaban una y otra vez por llegar a ser una persona por derecho propio. De los sentimientos, pensamientos, fantasías, sueños y esperanzas que proyectaban, crecían nuevos horizontes en cada uno de ellos. Había conocido niños que se sentían desbordados por sus miedos y ansiedades, tratando de autodefenderse de un mundo que les resultaba insoportable, debido a muchas razones. Algunos habían emergido con fuerzas y capacidades renovadas para afrontar su mundo de un modo más constructivo. Otros no habían sido capaces de soportar el impacto de sus intolerables destinos. Y no existían explicaciones fáciles; decir que se les había rechazado y no se les había aceptado no nos aportaba mucho para la comprensión del mundo interno del niño. Demasiado a menudo estos términos son solo etiquetas convenientes que nos sirven de coartada para disculpar nuestra ignorancia. Debemos evitar los clichés, las explicaciones rápidas hechas a medida. Si queremos acercarnos a la verdad, debemos mirar con mayor profundidad en el interior de las razones de nuestra conducta.
Decidí que iría al colegio al día siguiente por la mañana. Telefonearía a la madre de Dibs y quedaría para reunirme con ella en su casa tan pronto como fuera posible. Vería a Dibs el próximo jueves en la sala de terapia de juego del Centro de Orientación Infantil. ¿En qué terminaría todo esto? Si no lograba romper ese muro tan robusto que había construido alrededor de sí mismo, y era muy posible que no lo lograra, tendría que pensar en referirlo a otro tratamiento diferente. Algunas veces algo que funciona muy bien con un niño no sirve para otro, pero no nos damos por vencidas fácilmente. No descartamos un caso como «sin esperanza» sin intentar, al menos, algo más. Algunas personas piensan que es muy malo mantener viva la esperanza cuando no hay motivos para ello. Pero no estábamos buscando un milagro; buscábamos comprender, porque creíamos que la comprensión nos permitiría iluminar modos más eficaces sobre cómo ayudar a la persona a desarrollar y utilizar sus capacidades de manera más constructiva. La búsqueda continúa y continúa, y continuaremos buscando hasta encontrar el camino que nos permitirá salir del desierto de nuestra ignorancia.
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