c ) Los varones eclesiásticos
Distinto es el caso de los varones; en ocasiones encontramos clérigos entre las familias más poderosas del círculo morisco. Fueron pocos, desde luego, pero los suficientes como para no pensar que se trate de una mera excepción a la norma. Ya los hubo en tiempos pasados, no se trata de una situación demasiado llamativa. Los casos de los jesuitas Albotodo e Ignacio de las Casas se pueden sumar a otros frailes, como fray Leandro de Granada, miembro de los preclaros Granada Venegas, y a clérigos seculares de origen mixto como el conocido sacerdote alpujarreño Francisco de Torrijos, por sólo citar una breve muestra. 5
Como más adelante volveré sobre ello, baste mencionar aquí que sin salirnos del grupo de islamizantes de 1727 encontramos a don Juan Pedro de Aranda Sotomayor, don Felipe de Figueroa y Aranda, don Álvaro de Mendoza, don Vicente de Mendoza y don Luis Pérez de Gumiel, todos inmediatos parientes y clérigos de menores órdenes. Y junto con ellos, a don Melchor de Figueroa, clérigo presbítero. Y en el grupo de los asimilados, sólo entre los León y Cisneros hallamos bastantes eclesiásticos, como se indicará más adelante.
Las razones que explican esta disimilitud en cuanto al género de los hijos creo que son bien sencillas. La dedicación al clero masculino, como creo haber demostrado para el ámbito superior de la nobleza hispana, 6no fue una cuestión de vocación, sino de inversión . Un hijo o pariente clérigo, un párroco o beneficiado en la familia, suponía un peón introducido en el estamento privilegiado, una fuente importante de ingresos que podía y debía retornar al seno de donde partió, y un plus de respetabilidad. Y en el caso concreto que estudiamos, un colchón protector frente a agresiones externas, a críticas, murmuraciones, agresiones, rechazos e incluso, por qué no, frente a la curiosidad inquisitorial.
d ) Ausencia de casamientos mixtos
Llama la atención en este grupo la práctica inexistencia de casamientos mixtos, lo que se corresponde con la omnipresencia de los enlaces intracomunitarios y, sobre todo, con la recurrencia de la endogamia, de la que voy a tratar largamente en las páginas que siguen. No hace falta ser un genio para explicar las razones de este comportamiento exclusivista. No son otras que las del deseo de reforzar sistemáticamente los fuertes pilares que unían al grupo, así como evitar la intromisión de extraños en aquellos senos familiares no demasiado ortodoxos en lo religioso y en lo cultural.
Hubo excepciones, aunque pocas. Las familias más integradas empezaron antes o después a casar con cristianos viejos, como sucedió con los Bazán de Abla, que se separan por completo del grupo, o los Mondragón de Zújar, que hacen lo propio. Entre estos últimos, destaquemos el caso de Juan Ruiz de Mondragón y de su mujer doña Luisa de Tarifa, vecina de Baza, hija de don Pedro de Tarifa y de su parienta doña Catalina de Tarifa y Muñoz, ambos de la más preclara oligarquía urbana local bastetana, aunque de origen judeoconverso. 7
Un paradigma de lo expuesto lo representa la extensa parentela de los Venegas de Monachil, incluyendo a los que descienden de ellos por varonía, y a los Jiménez Venegas y a los Beamonte, cuyo parentesco es efectivo, pero cognático. En torno a 1600 comienzan a casar con cristianos viejos locales, repobladores acomodados venidos tras el reparto de tierras ordenado por Felipe II, con granadinas (don Alonso Venegas con doña Baltasara de Villavicencio, en 1611) o incluso con familias procedentes de lugares más lejanos (don Luis Belvís y doña María de Oviedo, vecina de Osuna, en 1594). Estrategia que alternan con los casamientos endogámicos, que se mantienen en 1628, 1632 y aún más tarde. 8
2. UNA GRAN FAMILIA
Ya en la época morisca clásica , si podemos denominar así al período que va desde 1492-1500 a 1570, lo que indudablemente era un panorama disperso, un grupo bastante numeroso de familias de colaboracionistas repartido a lo largo y ancho del antiguo territorio nazarí, se va a ir convirtiendo poco a poco en un bloque bastante compacto de parentelas relacionadas entre sí por lazos matrimoniales. Es la respuesta que desarrollaron los principales núcleos de la élite morisca, tanto los de origen noble o distinguido como los más numerosos advenedizos, enriquecidos y encumbrados recientemente al calor del comercio.
Como creo haber demostrado, 9poco a poco se fue conformando una red que cubría las actuales provincias de Granada y Almería, englobando a la mayoría de esta élite colaboracionista, la cual tenía por eje a los Granada Venegas y sus numerosas líneas menores. Pero todo eso terminó con la guerra y la expulsión de 1570. Esta cesura no sólo provocó inmensos traumas en los linajes que consiguieron escapar al extrañamiento poblacional, sino que les obligó, he de insistir en ello a lo largo de las siguientes páginas, a reestructurarse por completo en lo familiar.
Vaciado el reino de Granada de población de origen islámico, al menos de manera oficial, los moriscos tardíos se encontraron no sólo con el problema de tener que subsistir en un universo complejo, en principio mucho más hostil que el anterior, pues estaban solos, rodeados por una inmensa mayoría cristiano vieja, y con el agravante de que no debían estar allí. Unos, porque no se habían quedado legalmente; otros, porque aunque tenían permiso, no creo que fueran muy bien mirados por sus convecinos.
Además de ello, ya no tenían razón de ser histórica. Es decir, la Corona no les necesitaba, no eran intermediarios de nadie, pues no existía comunidad alguna a la que liderar. Debían intentar desaparecer, fundirse en la masa, hacerse olvidar. Y eso hicieron muchos, seguramente la mayoría de los miles que lograron mantenerse o retornar a la tierra de sus ancestros.
Mas no todos. Una minoría, de la que trata en esencia este libro, optó por mantener sus señas de identidad con enorme esfuerzo, y lo logró al menos durante un siglo. Y el núcleo duro de la misma siguió así hasta finales del siglo XVIII, como veremos más adelante.
Para poder preservar su idiosincrasia, estos moriscos desarrollaron una estrategia consistente en la realización de una brutal endogamia. Por supuesto, una endogamia de nación , por así llamarla, o sea el casamiento entre moriscos, rehuyendo los matrimonios mixtos. Eso por descontado. Pero también una endogamia consanguínea, desposándose entre parientes durante muchas generaciones.
Nada raro, la verdad, pues lo mismo sucedió entre grupos sociales similares en otros tiempos y espacios de la Monarquía Hispánica. Lo vemos, por ejemplo, entre los marranos portugueses, llegando algunos de ellos a practicar tal estilo nupcial hasta las primeras décadas del siglo XIX, como sucede con la parentela del famoso ministro Mendizábal. 10O con los xuetas mallorquines, un clásico historiográfico, cuyo aislamiento en parte se debe a una extremada consanguinidad, algo puesto de relieve científicamente por recientes trabajos. 11
Algo que no necesariamente implica un posicionamiento religioso, o prácticas cercanas a la herejía, sino que se relaciona en muchas ocasiones con el mantenimiento de la identidad grupal. Es la fe del recuerdo , como muy bien se ha denominado. 12La voluntad de preservación cultural, con todos los matices que se le puedan añadir al tema.
Estos casamientos endogámicos se producen entre una serie de estirpes, las que se estudian en este libro, que se convierten a la postre en una gran familia , pues están todas o casi todas unidas entre sí, enlazadas una y otra vez, conformando una extensa parentela en la que es muy difícil separar a unos apellidos de los otros. Hace unos años, en un primer avance del tema, me atreví a diseñar un primer esquema en relación a esta cuestión, tras mi sorpresa inicial al descubrir la mera existencia de este conjunto de moriscos tardíos. Es el esquema siguiente.
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