El primero de ellos compete a los Almirante, una de las familias más importantes de estos moriscos tardíos, quizá la que más durante el Seiscientos. Desde luego, riquísimos, si hay algo de verdad en los 200.000 ducados que alegó haber disfrutado antes de arruinarse Melchor de Almirante, cabeza de todos ellos. Arrendadores de rentas reales y de propiedades de la nobleza, poseyeron un oficio de jurado perpetuo de la ciudad de Granada, el mismo que se mantuvo en su Casa hasta inicios del siglo XVIII.
El esquema recoge los casamientos entrecruzados de los Almirante con otras poderosas familias, los Zamora Benavides, los Cuéllar, los Madrid y los Córdoba. De los Córdoba, que gustaron llamarse Fernández de Córdoba, y de su más preclaro representante, Álvaro, diré más adelante. De los Cuéllar y los Madrid se ha tratado y se tratará también, por su relación con el mundo de la seda. Los Zamora, finalmente, fueron una dinastía menor, aunque central en el mundo de las conexiones internas del grupo. Calceteros en origen, acabaron siendo mercaderes de seda, como casi todos, pues ahí radicaba el auténtico negocio en la Granada de su tiempo. Conviene añadir que todos estos cuatro linajes parecen ser de origen mudéjar, lo cual podría explicar que a la solidaridad grupal se añadiese una especificidad propia, que los hiciera reforzar más, una y otra vez, sus enlaces.
De cualquier forma, pues esto último habrá que investigarlo en profundidad en un futuro, lo cierto es que los casamientos consanguíneos se escalonan desde el último cuarto del siglo XVI, momento coincidente con lo antes indicado de ser ésta una estrategia surgida o desarrollada con más incidencia tras la expulsión de 1570. Pero cuando adquieren mayor virulencia es durante los primeros dos tercios del Seiscientos. Éstos son algunos de los enlaces endogámicos que he podido rastrear; aparte quedan los del siglo XVI, de los que no se conservan los expedientes y por tanto no sabemos las fechas concretas. Y además de unos y otros, seguro que hubo algunos más.
El segundo esquema es relativo a los Álvarez-Chaves-Gumiel y Aranda Sotomayor, un conjunto de más reciente formación, de inferior origen social que los anteriores, de ingente riqueza a comienzos del siglo XVIII, y que alcanzó la notoriedad por caer víctima de la Inquisición en 1727. Éstos sí que fueron claramente islamizantes, al menos un buen porcentaje de los hombres y mujeres que componían sus filas. No tan nutrido como el anterior árbol, aun así sigue sorprendiendo la cantidad de enlaces endogámicos que encuentro al recorrer sus abolengos.
Y serían muchos más, si continuáramos analizando su política matrimonial tras 1727, pues los del grupo más recalcitrante llegan hasta 1797. Pero de ello se hablará más adelante, en su apartado específico. Quedémonos ahora con los desposorios de Felipe Álvarez y su sobrina doña Isabel Pérez de Gumiel (1653); don Gabriel de Figueroa y doña Isabel de Aranda Sotomayor (1703); don Jerónimo de Aranda Sotomayor y doña Jacinta de Figueroa (comienzos del siglo XVIII); don Diego Felipe de Chaves y Aguilar y doña Josefa María de Figueroa (1721); y con don Fernando de Chaves y Aguilar con doña Beatriz de Aranda Sotomayor (1722). Con sus informaciones se ha podido componer este cuadro.
3. BUSCANDO PARIENTES FUERA DEL REINO
Uno de los fenómenos más llamativos que surgen a la luz cuando se procede a la reconstrucción familiar de todo este renovado grupo morisco es el que podemos denominar búsqueda de parientes más allá de las fronteras del antiguo reino de Granada. Fenómeno, sí, pero más bien deliberada estrategia, ya que no se trata de enlazar con deudos de cualquier origen geográfico, interesantes sólo por su condición de consanguíneos, sino de volverse a mezclar con grupos igualmente moriscos que, eso parece, habían quedado avecindados, oculta su condición tardoislámica, en localidades más o menos cercanas a la frontera granadina. Grandes villas y ciudades que sirvieron de lugar de acogida a determinados conjuntos familiares que no pudieron o por las razones que sea no quisieron volver a su solar de antaño.
Se trata, pues, de hogares asentados en tierras giennenses o cordobesas, las más cercanas a la capital meridional. Localidades como Antequera, Osuna o Quesada, entre otras, asistieron al ir y venir de bastantes personas en busca de un enlace conveniente, proceso muy importante porque nos revela la obsesión de estos moriscos por seguir reforzando sistemáticamente los lazos internos que cohesionaban a sus respectivas parentelas.
Es el caso de Diego Enríquez, hijo de Juan Enríquez y de María de Carvajal, vecinos de Zújar, poblada villa cercana a Baza, descendiente de uno de los principales linajes moriscos del altiplano granadino. Diego casó en 1633 con Ana María de la Puerta, hija de Francisco de la Puerta y de María Enríquez, casi seguro de la misma procedencia, entre otras cosas porque porta un muy típico apellido de la élite morisca granadina, estirpe que dará varios islamizantes en el siglo XVIII. Lo interesante del caso es que esta mujer era vecina de Beas, en el reino de Jaén. Seguramente, descendiente de moriscos allí llevados tras las expulsión ordenada por Felipe II. No se me pasa desapercibido que la madre de la contrayente es una Enríquez, y si eso no les convierte en parientes (pues no necesitaron dispensa para casar), nos transporta de nuevo a la tierra de Baza, donde este apellido fue frecuentísimo entre los descendientes de musulmanes. 19
Morisco fue Rafael Marín, mercader vecino de Cazorla que casó en 1646 con doña Florencia Fernández. Aunque esta mujer no sé a qué familia perteneció, él se movió siempre en el entorno que venimos estudiando, pues su primera esposa fue Isabel Alférez, hija de Francisco Alférez, vecino de Zújar y miembro de esta prolífica estirpe de origen islámico. Entre los testigos de su testamento de 1648 se encontraban el rico mercader Sebastián Pérez de Gumiel y el maestro de tintorero Juan Álvarez, quizá pariente del otorgante; ambos de origen musulmán, por supuesto. Por si quedaba alguna duda de su filiación, en 1555 era regidor morisco de la citada villa de Zújar un Rafael Marín, y un homónimo, ahora viviendo en Baza, litigaba en 1585 su condición de cristiano viejo ¿acaso su abuelo? 20
Y no sólo casamientos, sino relaciones hereditarias. Las que llevaron a reclamar sus derechos a Lorenzo Fernández el Partal, miembro de un viejo linaje granadino, famoso porque algunos de sus miembros tomaron parte activa en la rebelión de las Alpujarras y fueron inmortalizados por sus cronistas. Lorenzo era vecino de Jaén en fecha tan tardía como 1639, año en el que llega a un acuerdo con sus parientes granadinos para repartirse la herencia de su primo segundo, el jurado Álvaro Hermes. 21
En su día estudié las circunstancias de doña Tomasa Jerónima de Luna, que casaba con don Francisco Félix Salido, vecino de Antequera. 22No será el único matrimonio establecido entre gente de estas dos ciudades, tan unidas por múltiples lazos de todo tipo. Incluso en el testamento de esta misma señora se incluye una manda a favor del licenciado Juan de Toro, abogado de la Real Chancillería, hijo de Juan de Toro y de doña Juana de Aguilar, vecinos de Antequera. 23Luis de Aranda, de los poderosos Aranda Sotomayor, casó con doña Teodora de Campos, allí nacida. Y más adelante se hablará de los Sierra y Aguilar, situados igualmente a caballo entre las dos ciudades referidas. Podríamos seguir así más tiempo, pero creo que un último ejemplo puede ser interesante.
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