La duración del cargo de virrey estaba establecida en un trienio, y cuando don Baltasar Pardo de la Casta acabó su primer mandato, en 1678, no fue renovado. Como en otros casos, y pese a la satisfacción por su gobierno, 226 cumplió solo un mandato, ya que el Consejo de Aragón había propuesto que cuando quedara vacante el virreinato de Mallorca le fuera asignado al conde del Villar. De todas formas, fue designado de nuevo para el mismo cargo diez años después, cumpliendo otro trienio entre 1688 y 1691. 227
Este segundo virreinato comenzó con su nombramiento el 27 de febrero de 1688 y su llegada a la isla el 26 de mayo. En el plano internacional, la situación parecía más estable; sin embargo, hubo de enviar de nuevo refuerzos navales para socorrer la plaza de Orán y también concedió patentes de corso a patrones de navíos para hostigar a los franceses. 228 Por otro lado, como si se tratase de una segunda parte, la Inquisición retomó el asunto de los xuetes . En 1688, una parte de los reconciliados de 1679, que se hallaban en dificultades económicas tras la confiscación de sus bienes, decidió huir con resultado fallido, por lo que fueron encarcelados y juzgados en un auto de fe celebrado en 1691. Se condenó a muerte a 45 de ellos. 229
El marqués de la Casta acabó su mandato como virrey de Mallorca en 1691, partiendo de la isla en julio de ese año, sin esperar a que llegara su sucesor, como habitualmente se hacía. 230 Esta celeridad por abandonar Mallorca es explicada por él mismo en una carta enviada al rey el 7 de agosto de 1691: tras haber acabado el ejercicio de su puesto de virrey del Reino de Mallorca, tuvo noticia del ataque de la armada francesa a la ciudad de Alicante y se ofreció al virrey del Reino de Valencia, marqués de Castelrodrigo, para ayudar a socorrerla con el cargo de gobernador general de la caballería. Su ejemplar comportamiento fue corroborado por el justicia y los jurados de la Ciudad de Alicante, así como por el virrey del Reino de Valencia, en sendas cartas al rey. Aestas respondió el monarca con una nota al Consejo de Aragón que decía: «Tendrele muy presente en las ocasiones que se offrecieren». 231
No tardó don Baltasar en requerir un favor de Carlos II. El 2 de septiembre de 1691 el Consejo de Aragón informó al monarca de un memorial presentado por el marqués de la Casta en el que exponía que, debido a un accidente que tuvo de camino a la Corte, le sería de gran consuelo que le asistiera su hijo don Pedro Pardo de la Casta, baile general de la Ciudad y Reino de Valencia. Por ello suplicaba a Carlos II que diera licencia a su hijo durante seis meses para ir a la Corte, petición que fue aceptada. 232 Desconocemos las circunstancias de la muerte de don Baltasar, pero los últimos datos que poseemos lo sitúan en la Corte, lugar donde ejerció como mayordomo de Carlos II y miembro de su Consejo.
• El señorío de Alaquàs en la segunda mitad del siglo xvii
Como se ha comentado, en el recuento de casas realizado en 1646, Alaquàs contaba con un total de 153 casas, cifra moderadamente positiva si tenemos en cuenta que apenas recibió aportes poblacionales externos y que, por tanto, el incremento demográfico se debió en su mayor parte al crecimiento vegetativo de la propia población. En este sentido, Alaquàs inició la segunda mitad del siglo xvii en el buen camino, puesto que no le afectó la grave peste que azotó Valencia en 1648. De hecho, según el padre Gavaldá, gran número de enfermos de Valencia fueron a Alaquàs en busca de hospitalidad mientras se restablecían y los vecinos de esta villa dieron para los enfermos de Valencia gran cantidad de gallinas, arroz, vino y huevos. 233 Ni siquiera el comercio se vio seriamente afectado, pues en un informe médico a los jurados de Valencia se decía que «la vila de Alaquàs goza de salut, per ço proveheixen que sia admesa al comerci». 234
De todas maneras, el sector manufacturero y, en especial, el gremio de olleros de Alaquàs, que surtía de este tipo de utensilios a la ciudad de Valencia, pasó dificultades en la segunda mitad del siglo xvii por la competencia de los talleres de otras poblaciones vecinas. Tanto fue así que en 1671 el consejo municipal de Alaquàs acordó desavecindarse de la Ciudad de Valencia, renunciando a su derecho de ser parte de la General Contribución de la ciudad porque el pago de 120 libras anuales a que debían hacer frente por ello no compensaba las ventajas mercantiles obtenidas. Uno de los motivos que alegaron fue la carestía de los tiempos y lo exiguo de las cosechas, que no les permitían afrontar el citado pago. Un año después consta que se había aceptado su petición. 235
Tras los litigios y concordias que protagonizaron los vasallos de Alaquàs y sus señores en la primera mitad del siglo xvii, las relaciones entre ambas partes debieron de quedar bastante claras, pues en la segunda mitad del siglo no encontramos nuevos pleitos ni acuerdos. La mejora en las finanzas del titular de la casa de Alaquàs, don Baltasar Pardo de la Casta, y su evidente interés hacia su carrera política, más que a su faceta señorial, contribuyeron sin duda a la estabilidad que se dio durante este periodo.
• Las últimas voluntades
Don Baltasar otorgó testamento en Valencia, el 10 de agosto de 1693, ante el notario Juan Symian. 236 En él dispuso ser enterrado en la iglesia del Convento de Nuestra Señora del Olivar en Alaquàs, vestido con el hábito de San Francisco de Paula, y que su cuerpo fuera llevado al convento solo con la asistencia de 6 capellanes, «sens pompa alguna». 237 Destinó mil libras para el entierro y misas por su alma.
Legó a su segundo hijo, don Juan Pardo de la Casta y Palafox, mil libras de una vez y quinientas anuales mientras viviera como legítima, disponiendo que si tuviera algún oficio o dignidad remunerados, se le descontara la cantidad cobrada de las quinientas libras anuales. A su hija doña Teresa, condesa de Priego, le dejó doscientas libras de una vez de legítima, indicando que sus derechos en la herencia ya fueron entregados en la dote. A su nieta, doña Francisca Javiera de Córdoba, hija de la anterior, le legó una alhaja que equivaliera a cien libras en señal de afecto. A sus hermanas, doña Luisa y doña María Manuela, les dejó una lámina a cada una a gusto de su heredero.
Don Baltasar agradeció los servicios prestados por personas allegadas a él legándoles una cantidad única cuyo montante suponemos que responde al mayor afecto o proximidad al marqués. Así, hace donación de cincuenta libras a doña María Fernández, de cuarenta libras a don Pedro Malfey, y de veinte libras a mosén Gabriel Mestre. En cuanto a los criados a su servicio, les dejó una cantidad única de quince libras a los del piso superior y de cinco libras a los de la planta baja respectivamente.
Instituyó como heredero universal en sus bienes y vínculos a su hijo primogénito, don Pedro Pardo de la Casta y Palafox, baile general del Reino de Valencia, aunque este había fallecido unos días antes de la formalización de este testamento.
Por último, dispuso el orden de sucesión en caso de fallecimiento de su heredero sin descendientes legítimos, como se dio el caso. El siguiente en la línea de sucesión sería su segundo hijo, don Juan, al que seguiría su hija, doña Teresa. En el supuesto de que sus tres hijos murieran sin descendencia legítima, su legado sería para su hermana doña Luisa, luego para su hermana doña María Manuela, a continuación sucederían los hijos o descendientes de ambas por el mismo orden.
El 13 de septiembre de 1694, don Baltasar otorgó codicilos en los que modificaba algunas de las disposiciones de su testamento. En ellos aludía a la muerte sin descendencia legítima de su hijo primogénito, por lo que nombraba ahora heredero a su segundo hijo, don Juan. A continuación, corroboraba el orden de sucesión de su testamento añadiendo en último lugar a las hijas legítimas de su hermano don Félix Pardo de la Casta, gobernador de Cremona (Italia), quien había fallecido en esta localidad en 1688. El testamento y los codicilos fueron publicados y leídos el 11 de noviembre de 1695, tras la muerte del testador. 238
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