Israfel Manuel Martín Morgado, 2014
CAPÍTULO II
HACHAS QUE AFILAR: POE Y LA CRÍTICA
ACADÉMICOS Y NO ACADÉMICOS
¿En qué medida la crítica ha otorgado a estos poemas “largos” de Poe un papel crucial en la determinación de la actitud de éste hacia el Romanticismo y en su posterior búsqueda de una poética de signo antirromántico (o “ultrarromántico”, si atendemos a la terminología de Edmund Wilson) en la que simbolistas y modernistas encontrasen un claro precedente de sus respectivas estéticas? La cuestión va más allá de la mera constatación —tal como hizo Eliot en su ensayo “From Poe to Valéry”, de 1949— del indudable influjo de Poe en el Simbolismo y movimientos posteriores. De lo que se trata es de situar esa crisis de lo romántico en una fase concreta de la trayectoria poeana y rastrear a continuación sus efectos en la obra restante del autor, concebida como desarrollo o materialización de esos elementos de crisis.
Forzosamente, la somera evaluación que nos proponemos de la literatura crítica sobre Poe referida a estas cuestiones habrá de insertarse en una consideración más amplia del desarrollo de los estudios poeanos en general. Y es aquí donde nos encontramos con una primera evidencia sorprendente: junto a la constatación de la abundancia y variedad de esos estudios, hallamos también frecuentes protestas de que, como afirmaba J. Albert Robbins en el artículo que inauguraba el primer número de la ineludible revista Poe Newsletter en abril de 1968, “la investigación y la crítica memorables sobre Poe es insignificante” en comparación con la dedicada a los otros siete “grandes” de la literatura norteamericana del siglo XIX: Emerson, Hawthorne, Thoreau, Melville, Whitman, Twain y James (1). Esta afirmación admite matices, por supuesto, pero apunta a una percepción todavía vigente del valor total de la erudición en torno a Poe: la idea de que ésta se resiente aún de la consideración despectiva que muchos críticos e historiadores de la literatura tienen de la obra de este autor en general; unida a la evidencia de que todavía quedan aspectos cruciales de la misma por investigar.
Unos años antes que Robbins, el brillante Floyd Stovall —acaso, junto con Thomas Olive Mabbott, el más lúcido de los investigadores surgidos del Poe revival 38de los años veinte— aludía ya a una dicotomía que habremos de tener siempre en cuenta a la hora de considerar las opiniones y diagnósticos críticos y/o eruditos en torno a Poe: la distinción entre “críticos académicos” y “no académicos” (Regan 1967, 173). Para Stovall, como para Robbins en la misma década, Poe seguía siendo “el más absolutamente incomprendido de todos los escritores americanos” (172), y ello a pesar de que había transcurrido ya todo un siglo de esclarecimiento de verdades (“a century of truth telling”) en torno al controvertido autor; todo un siglo que, sin embargo, no había conseguido disipar del todo las falsedades vertidas sobre él por su primer biógrafo, el reverendo Rufus W. Griswold.
Como nuestro estudio no es de naturaleza biográfica, no vamos a detenernos demasiado en estas cuestiones. Lo más significativo de la caracterización que intenta Stovall de la tradición crítica en torno a Poe es su percepción de que muchas de las opiniones procedentes de la vertiente “no académica” de los estudios poeanos han oscurecido, cuando no distorsionado o tergiversado, los hallazgos de la línea que representa el propio Stovall. Menciona éste, entre esos críticos “no académicos”, a Eliot, Edith Sitwell, D. H. Lawrence o Yvor Winters (172-173). Y aunque no todas las opiniones debidas a estos autores son negativas o reticentes respecto a la valía total de la obra poeana, lo que las hace discutibles o endebles, desde la rigurosa perspectiva filológica y académica de Stovall, es el hecho de que todas ellas vienen dictadas por una mera simpatía de lector hacia la obra de Poe (“a liking for Poe’s work”, 172), a veces reñida con el posicionamiento estético de esos autores; de ahí que Stovall, finalmente, prefiera “la actitud de muchos lectores inteligentes que no tienen ningún hacha crítica que afilar” (174).
En contrapartida, ya en fecha tan temprana como 1930, Aldous Huxley, en el demoledor capítulo que dedicó a Poe en su libro Vulgarity in Literature , aludía despectivamente a los “English scholars” que, haciendo coro con los autoproclamados discípulos franceses de Poe, encomiaban a tan dudoso maestro; y los contraponía al simple sentido común de los hablantes nativos de la lengua inglesa (“English speakers”; Regan 1967, 31), capaces, según él, de percibir en primera instancia los rasgos de “vulgaridad” presentes en la obra de Poe, y muy llamativamente en su poesía, de la que Huxley citará a continuación, y parodiará, un fragmento de “Ulalume” (32-34).
También Eliot (1949) centrará en este poema sus objeciones al discurso poético poeano, e igualmente lo hará desde su conciencia de hablante nativo del inglés. Para él, por ejemplo, el uso que Poe hace del adjetivo “immemorial” en las líneas 4-5 del poema (“It was night in the lonesome October / Of my most immemorial year”), no se corresponde con el significado que el diccionario de Oxford asigna a este término: “extremadamente antiguo, más allá de lo recordado” (332). Poe elige esta palabra en parte por su sonoridad y en parte porque se está haciendo eco de una acuñación de Tennyson, que en su poema “Come Down, O Maid” habla —en este caso con propiedad, según Eliot— de unos “olmos inmemoriales” (“immemorial elms”). Y lo mismo sucede con el término “stately” (“majestuoso”), usado en “The Raven” para describir al mismo cuervo que unas líneas antes había sido caracterizado con el adjetivo opuesto, “ungainly” (“desgarbado”) (333). La explicación es que Poe utiliza esas palabras por su poder hipnótico o hechizante (“incantatory”), y no por su significado preciso. Afirmación que no dejará de tener respuesta por parte de los “scholars”: así, en una nota al citado verso de “Ulalume”, Mabbott, en su edición de The Complete Poems (Poe 2000b, 420) rechaza el posible eco de Tennyson y dice que Poe, en contraposición a lo afirmado por un “célebre crítico” —en alusión a Eliot—, emplea correctamente el adjetivo en su acepción usual de “algo que no puede ser recordado”.
Lo curioso de esta polémica es que Eliot, como se encargó de recordarle el scholar McElderry en 1969, había tenido varias ocasiones de referirse a Poe antes de su decisivo ensayo de 1949; y en esas ocasiones anteriores se había mostrado mucho más comedido, cuando no francamente elogioso de la obra y valía de su compatriota. Algunos de esos artículos, señala McElderry (32), eran reseñas de hitos significativos del Poe revival de los años 20; entre ellos, Israfel: The Life and Times of Edgar Allan Poe , la reputada biografía del poeta que publicó Hervey Allen en 1926. Y si, en su controvertido ensayo de 1949, Eliot afirmaba que en la escritura de Poe no se encontraba otra cosa que “escritura negligente, pensamiento pueril no sustentado en amplias lecturas o erudición profunda [y] experimentos desordenados en diversos tipos de escritura, casi siempre bajo el apremio de la necesidad financiera, sin perfección en ningún detalle” (Eliot 1949, 327), en sus escritos anteriores, como le reprocha McElderry, había defendido la excelencia de, al menos “una docena de poemas y más de una docena de relatos” de Poe y afirmado que “su visión de la vida, aunque limitada, era peculiar y coherente, y su expresión inconfundible” (33). 39No hay necesariamente contradicción entre el juicio demoledor de 1949 y el veredicto algo más matizado de unos años antes; ni tampoco ha de sorprender que puedan constatarse diferencias entre pronunciamientos críticos entre los que median treinta años; pero lo cierto es que, como ladinamente subraya McElderry, “es notable que en ningún ensayo posterior se refiera Eliot a sus opiniones anteriores” sobre Poe (33, n.10).
Читать дальше