Mejoró el tiempo, y con viento leveche fresco navegaron en contra, orzando siempre, para que la tripulación, agotada después de las borrascas pasadas, se recuperara. Así llegaron a Tarragona el domingo 29 a las dos de la tarde, donde fondearon cerca del muelle. El gobernador acudió a recibir a Mariana, acompañado de las autoridades civiles, militares y religiosas de la ciudad, y la agasajó con la representación de una obra de teatro a bordo de la Real, interpretada por la compañía de Roque Figueroa, 68 autor de comedias, que se encontraba trabajando en la ciudad, «que sirvió de alivio en lo penoso del viaje». Se prosiguió a las cuatro de la tarde, la proa por mediodía levante, siempre proejando, pasando por Salou, Hospitalet del Infante, hasta doblar la torre de los Alfaques, donde fondearon. Zarparon a las cinco de la tarde con el mismo viento en contra, que al llegar la noche fue tan fuerte que algunas embarcaciones fondearon, mientras que otras pudieron continuar, alcanzando el puerto de los Alfaques la Real y algunas capitanas al amanecer del primero de septiembre. Aquí esperaron la llegada de las demás y la mejoría del tiempo, a la vez que se envió un mensaje al rey comunicándole la proximidad del arribo de Mariana.
La travesía se reanudó al día siguiente por la tarde, pasando por Vinaroz, Benicarló, Peñíscola, que saludaron la llegada de la escuadra con fuegos, luminarias y salvas de artillería, entrando en el Golfo de Valencia –otro de los tramos más peligrosos del viaje– de madrugada y amaneciendo el viernes 3 a 30 millas de las islas Columbretes y otras tantas de Oropesa.
Ese día y parte de la noche hubo variedad de vientos, hasta que entró el de poniente muy frío y pudieron poner la proa a poniente-leveche, sin perder tierra. Por fin, el sábado 4 de septiembre, hacia las 10 de la mañana, divisaron el castillo de Denia que domina la playa, puerto de desembarque, desde donde saludaron la llegada de la escuadra con salvas de artillería. Cuando la Real fondeó, lo hicieron igualmente todas las galeras, que adornaron sus antenas, árboles y gavias con gallardetes y banderolas, así como estandartes en las popas de las capitanas. Como al fondear quedaron cerca unas de otras y algo apartadas de la orilla, dice una de los relatores que con sus variados colores «pareció una isla florida» y ruiseñores, los clarines con los que Mariana fue recibida.
En una falúa se aproximaron a la Real la condesa de Medellín, su camarera mayor desde ese momento; el conde de Altamira, su caballerizo, y el conde de Medellín, que se encontraban en Denia aguardando el aviso de su llegada. A las 11 de la mañana, Mariana, acompañada de sus criados, subió a la góndola de la Real y tomó tierra, siendo conducida en silla a la iglesia del Monasterio de San Antonio de Padua a dar gracias por el feliz viaje. A continuación subió al castillo, propiedad del duque de Lerma, donde se alojaría durante su estancia en ese puerto del Reino de Valencia. Los días siguientes fueron muchos los nobles y altos cargos que acudieron a Denia a saludar a la joven reina, entre los que destacó por su espectacular acompañamiento el conde de Oropesa, virrey y capitán general del reino.
En la corte, la feliz llegada de la flota y galeones al puerto de Denia fue celebrada con luminarias, tres noches de fuegos artificiales en los principales enclaves de la ciudad y en la Plaza de Palacio, así como una mojiganga costeada por el ayuntamiento en la que desfilaron dos carros cubiertos de ramajes y veinte parejas con monos, turcos, dueñas, con cencerros y campanillas que producían un gran estruendo. Ese mismo día se efectuó la salida del joven almirante de Castilla, Juan Gaspar Enríquez de Cabrera (1623-1691), conde de Melgar, gentilhombre de la Cámara del rey, 69 a quien el monarca le había encomendado recibir a a su esposa y conducirla a la corte, en sustitución del duque de Nájera, como se verá más adelante. El conde, con librea oro y verde, salió acompañado de otros ocho caballeros con la misma librea y numerosos criados. 70
DE DENIA AL REAL SITIO DEL BUEN RETIRO
Mariana permaneció en Denia hasta el 16 de septiembre ocupada en diferentes actos protocolarios, de donde partió acompañada del virrey y de señores y caballeros valencianos hasta la frontera del reino. Entretanto sucedió un hecho que debió de sorprender, tanto a su protagonista, como al entorno de la reina y del virrey de Valencia. Por orden de Felipe IV, el duque de Nájera fue relevado de su cargo de embajador extraordinario, ordenándole que se quedase en alguna de sus propiedades del estado de Elche, del que era marqués. La orden la recibió mediante una carta de Fernando Ruiz de Contreras, fechada en Madrid el 8 de septiembre, en la que se le detallaban los motivos de su destitución: no haber comunicado al monarca la entrega de Mariana en Roberedo hasta dos meses más tarde, cuando tenía orden expresa de notificarle cada ocho días las novedades del viaje; haberse quejado el emperador de Alemania de la forma en que había tratado a su hijo el rey de Hungría; haber propiciado agravios a diferentes ministros y príncipes extranjeros, así como los resentimientos que la propia reina había mostrado contra él en las cartas que le había enviado. 71 Según el relato de Mascareñas, el correo llegó a Denia el 12 de septiembre, y el duque cumplió la orden real ese mismo día. 72
No era la primera vez que Felipe IV se quejaba al duque de Nájera por no tenerle informado con la frecuencia requerida. Así, el 5 de julio, el monarca encabeza su carta al duque: «Duque de Maqueda, 73 aunque no he tenido cartas vuestras desde 21 de abril […]». A continuación le ordena que le envíe noticias de la salud de su sobrina y esposa en cuanto desembarque en Denia; le envía el itinerario que debe seguir desde allí a la corte, y le advierte de que debe viajar en las horas menos calurosas, especialmente al atravesar la Mancha. Finalmente le comunica que él y la infanta saldrán para El Escorial, desde donde se adelantará un par de jornadas de incógnito, «a servir de galán a la Reina». 74 El 22 de dicho mes, sin haber recibido contestación del duque, el monarca le reitera las instrucciones que le había enviado en su carta del 5, le ordena también que Mariana no se detenga en Denia más que el tiempo absolutamente necesario para descansar, y que le avise cuando lleguen a Azeca, donde la corona tenía una casa de campo junto al Tajo, en la que Mariana y su séquito pasarían la noche. Felipe IV termina increpando al duque tanto por la dilación del viaje como en su tardanza en comunicarle todo lo que había ocurrido. 75 Obviamente, el duque se estaba jugando la confianza del monarca.
Prosiguiendo con el viaje, la siguiente parada fue Gandía, donde Mariana se alojó en el palacio del duque, y al día siguiente visitó el convento de santa Clara de monjas franciscanas. Continuaron hasta Onteniente, donde esa noche llegó el Almirante de Castilla, quien presentó su embajada a Mariana al día siguiente, 20 de septiembre. Antes de llegar a Almansa, primer lugar de Castilla, en la frontera, el virrey de Valencia y sus acompañantes se despidieron de Mariana. En Almansa la esperaba don Pedro de la Barreda, miembro de su Consejo y alcalde de su Casa y Corte, enviado por Felipe IV para organizar el viaje por Castilla, gracias al cual «no se experimentaron las incomodidades de la Mancha, que se esperavan en la marcha de tan grande tropa», 76 además de ocuparse de las fiestas y fuegos de artificio para entretener a la reina. En jornadas de tres a cinco leguas, hicieron alto en Bonete, Villar, Albacete, Gineta, La Roda, Provencio, Los Hinojosos, Villanueva del Cardete, Corral de Almaguer, Yepes, hasta llegar el 4 de octubre a Azeca, que por no haberse formado un puente y haber pocas barcas, el pasaje de la tropa duró 24 horas. 77 Al día siguiente llegaron a Illescas y desde allí efectuaron la última jornada hasta Navalcarnero, donde tendría lugar el primer encuentro de la real pareja, y donde se celebrarían las bendiciones matrimoniales.
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