Teresa Zapata Fernández de la Hoz - La Corte de Felipe IV se viste de fiesta

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La entrada solemne de Mariana de Austria, hija del emperador Fernando III, en la Villa y Corte el 15 de noviembre de 1649 fue el acontecimiento político, social, artístico y festivo más importante de la primera mitad del siglo XVII, con el que el ayuntamiento le dio la bienvenida y le hizo entrega de las llaves de la ciudad. Monumentales arcos de triunfo, galerías con estatuas, montes parnasos, templetes, árboles genealógicos, carros triunfales se levantaron a lo largo del itinerario real, realizados por los mejores arquitectos, pintores y escultores de la Corte, que crearon fastuosas arquitecturas de materiales perecederos, decoradas con cuadros, estatuas doradas o plateadas, emblemas, inscripciones y poesías en latín y castellano, que durante unas horas transformaron la humilde Villa de Madrid en una ciudad monumental, fantástica, soñada.

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La última decoración era otra magnífica puerta, a modo de arco de triunfo, levantada junto al puente del río Tesino, Puerta del Tesino , presidida por un ornamentado escudo de Mariana, dentro de una hornacina de la que pendía el collar del Toisón, coronado por la corona imperial sostenida por dos ángeles. Debajo, sentados sobre la cornisa, otros dos ángeles portaban, uno, la corona de Pavía, y otro, las llaves de la ciudad que se entregaban a la reina. En la inscripción de la cartela inferior, sobre la clave del arco, se expresaba la pena por su marcha, a la vez que se hacían votos por un feliz viaje, por una pronta descendencia y por la paz de Italia. Personificaciones del Tesino y del Po , de pie, a uno y otro lado del arco, en los intercolumnios, despedían a Mariana, el primero coronado de laurel y olivo, como augurio de paz; el segundo, de hojas de álamo, como augurio de esperanza en una pronta sucesión, deseos que se reiteraban en los emblemas pintados más arriba.

Al día siguiente, la reina y su comitiva partieron de Pavía por el imponente puente del río Tesino hacia Castelnovo, atravesando el Po por un puente de barcas dispuesto para la ocasión. De Castelnovo a Alejandría de la Palla, donde entró solemnemente por la puerta de Pavía, ornamentada para la ocasión con estatuas, emblemas y escudos con las Armas reales. Recibida por las autoridades de la ciudad con el palio, la soberana efectuó la entrada solemne en carroza, como en Pavía, dirigiéndose a la Plaza Mayor engalanada con un arco triunfal, enfrente de la catedral, adornado con estatuas de Felipe IV y Mariana, y de Felipe III y Margarita, que imitaban el mármol blanco, escudos con las armas reales y una figura de la Fama en el coronamientos con clarín y banderas. En esta ciudad se detuvo Mariana hasta el día 13, en que prosiguió viaje hacia Casin de Estrada, donde aguardaba el ejército que debía acompañar a la comitiva por las tierras del Monferrato, provincia de Liguria.

Formado por cerca de 8.000 soldados de infantería y 4.500 soldados de caballería, marcharon protegiendo el lado derecho del camino para evitar problemas con los enemigos: a la cabeza, la mitad de la caballería; en medio, la infantería; al final, la otra mitad de la caballería. Pasado el peligro, excepto algunos soldados que debían continuar escoltando a la soberana hasta su embarque, penetraron en tierras enemigas «dando principio a la campaña de este año». 59

Continuaron por Aquí, Pestaña, ambas propiedad del duque de Mantua, Espino, hasta el Cairo, donde aguardaba a Mariana el gobernador del Finale, marquesado que pertenecía a la corona española. Después de pernoctar en esa ciudad, salieron hacia el puerto, desde donde partiría la reina hacia España. La decisión de que el embarque se hiciera desde ese pequeño puerto y no desde el de Génova como era habitual, no se supo hasta después de la salida de Milán, y se debió a la conveniencia expresada por Felipe IV de que, por motivos de seguridad, la soberana viajara por estados de la corona española. 60 Es evidente que a pesar de los esfuerzos de la República de Venecia por subsanar su decisión de no facilitar el paso de la nueva esposa de Felipe IV por sus estados, el monarca español hizo caso omiso de sus posteriores ofrecimientos y decidió que Mariana embarcara en el puerto español en lugar del de Génova.

LA TRAVESÍA DEL MEDITERRÁNEO. DEL PUERTO DEL FINALE AL PUERTO DE DENIA

Después de atravesar la montaña que precede al burgo y al puerto, llegaron a éste el 16 de agosto, donde Mariana fue saludada por los dos castillos que defendían la villa –Gaón y San Juan–, y los tres de la marina –San Antonio, Anunciada y Castelfranco–, iluminados con hachones de cera, con tres salvas de artillería, seguidas de las salvas de las 19 galeras de las escuadras de la Corona, que aguardaban en la playa, igualmente iluminadas, en las que el general de la armada de Italia, el duque de Tursis, Carlos Doria y Doria, conduciría a Mariana y su séquito hasta el puerto de Denia.

Numerosos nobles y caballeros esperaban en el Finale la llegada de la reina, entre los que se encontraban el príncipe Doria, su madre y tres de sus hermanos; el marqués de Espínola y su mujer; el duque de Tursis y la duquesa; don Antonio Ronquillo, embajador de Génova, así como los generales de las galeras –Luis Fernández de Córdoba, de la de España; Juanetín Doria, hijo del duque de Tursis, de la de Nápoles; don Enrique Benavides, de la de Sicilia; el príncipe Doria, de la de Cerdeña, y el príncipe de Avella, de la de Génova–; cuatro embajadores enviados por el reino de Nápoles, el gobernador del Finale, don Diego Helguero, a los que se unirían los que llegaron acompañando a Mariana. «Juzgo, que difícilmente se hallara en las Historias puerto donde se hallase tanto junto como en este, atendiendo a los puestos de las personas que en el se juntaron», escribe Mascareñas.

Para recibirla se había decorado la puerta de entrada a la villa con los escudos de armas de España y del marquesado, flanqueados por dos estatuas alegóricas e inscripciones en latín, y en el centro de la villa, cerca de la casa de los gobernadores donde se alojaría Mariana, se había levantado un arco adornado igualmente con escudos, estatuas, jeroglíficos e inscripciones, con los que expresaban sus deseos de felicidad para los esposos, descendencia, paz y abundancia para España y sus reinos de Italia.

Aunque la entrada estaba prevista para el día de la llegada, no se efectuó hasta el siguiente para que la reina descansara del duro viaje por las montañas. Durante los días que Mariana permaneció en el puerto fue agasajada con diferentes fiestas, entre las que destaca el castillo de fuegos artificiales, coronado por un globo que, a la vez que lanzaba una esfera de fuegos, de las cuatro esquinas salían numerosos cohetes voladores –girándulas, bombas, serpentines– que duraron cerca de una hora, acompañados de truenos de mosquetones de los soldados de la guardia, de la artillería de los castillos y las galeras, «con que viéndose el fuego señor de la tierra, del viento y del agua se persuadió de nuevo a que era rey de los elementos». 61

El 17 por la tarde llegó con dos galeras el gran cardenal Juan Carlos Carolo de Medici, príncipe de la mar y hermano mayor del gran duque de Florencia, Fernando II Medici que venía a saludar a la reina, lo que efectuó al día siguiente, acompañado de un numeroso y lujoso séquito.

Coincidió que el 19 llegó la Armada Real del Mar Océano, que venía de Mesina con 3.000 españoles y 2.500 napolitanos, «todos gente vieja y valerosos soldados», al mando del general Díaz Pimienta. Fueron aproximándose una a una, saludando con numerosas piezas de artillería. Ya en tierra, recibidos por los generales de las galeras, por el duque de Tursis y otros nobles, se dirigieron a ver a la soberana.

Por la tarde Mariana salió del palacio en litera a reconocer la armada ya preparada para su partida. Lucía un vestido de color rosa seca, con bordados, cifras y lazos plata y negro, valona caída y una vistosa pluma en la cabeza del mismo color que el vestido. En el puerto subió a la góndola de la Real, dorada, con relieves de tritones y otros dioses marinos, provista de ocho remos también dorados, cuatro por banda, dos hacia la popa y dos hacia la proa. Del centro hacia la popa se levantaba un toldo de damasco carmesí con flecos, guarniciones y alamares de oro, debajo del cual estaba la silla destinada a la reina. En la góndola reconoció la Real, subiendo después a bordo, momento en que fue saludada por la artillería de las demás galeras. A continuación, zarpó a reconocer la armada.

La popa de la Real se había decorado para este excepcional viaje con molduras y lazos de medio relieve y dos ángeles de bulto redondo que la sostenían, todo dorado, así como tres escudos de las armas reales coronados por tres dragones, que servían de pedestales a las imágenes de la Virgen, San Juan Bautista y San Vicente Ferrer. En la parte interior se situaba una cama de velillo blanco de plata para la reina, rodeada de cortinas de damasco rojo y adornos de plata y ébano, protegidos por cristales y marcos dorados. La cámara de popa y el camarín se decoraron también con pinturas y adornos. El estandarte real llevaba bordadas las armas de Felipe IV, por una parte, y las de Mariana, por la otra.

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