La partida del Finale se efectuó el sábado 23 de agosto. La reina abandonó el palacio con el acompañamiento de rigor hacia la playa, donde aguardaba la góndola real. Por el trayecto fue saludada por la artillería de los castillos y, a su llegada, por las salvas de la Real y las demás embarcaciones. Al son de trompetas y clarines situados en la playa y en el mar, pasó a la góndola, seguida de su camarera mayor, de sus cuatro damas y del cardenal Medici. A continuación se embarcaron en la Real, acompañados también del duque de Nájera, el de Tursis y el padre Everardo Nithard, mientras el resto del acompañamiento se repartía en las demás galeras y falúas, siguiendo un estricto protocolo, 62 adornadas con flámulas, gallardetes y banderas.
Las 19 galeras que formaban la escuadra –a las que se unirían otras en otros puertos del pasaje–, se eligieron de las cinco escuadras del Mediterráneo: cinco de España –la Real, la Capitana, san Genaro, Nuestra Señora de Guadalupe y san Juan de Nápoles–; cuatro de Nápoles –Capitana, san Paulin Dosalva, san Juan Bautista y santa Águeda–; cuatro de Sicilia –la Capitana, la Patrona, san Antonio, y la Anunciada–; dos de la escuadra de Cerdeña –la Capitana y la Patrona–; y cinco de la escuadra de España destinada en Génova –la capitana, la patrona, la capitana de Espínola, la del conde de Pezuela y la de Paulo Francisco Doria–, que el duque de Tursis dividió en dos escuadras: a la cabeza, la Real, seguida de la Capitana de España, de Nápoles y Génova; las galeras de san Genaro, nuestra señora de Guadalupe y san Juan de Nápoles, y tres de la escuadra de Génova –la patrona y las capitanas de Paulo Francisco Doria y la del conde de Pezuela–; en la retaguardia, la capitana de Sicilia y sus tres galeras; la capitana y la patrona de Cerdeña; San Paulino y Santa Águeda de Nápoles; y la capitana de Espínola.
Del paso de Mariana por el puerto del Finale, probablemente de su embarque, contamos con un documento excepcional, como es el cuadro atribuido al pintor napolitano Domenico Gargiulo (1610-1675), llamado también «Micco Spadaro» [fig. 16], de la colección del Banco de Santander, durante tiempo identificado como el paso de la futura emperatriz María de Austria, hermana de Felipe IV, por Nápoles en 1630 camino de la corte de Viena. 63 Sin embargo, la topografía no corresponde a la bahía de Nápoles, sino que, por el contrario, se identifica con la descripción que Mascareñas nos proporciona del puerto del Finale. Por otro lado, el atuendo de la reina se corresponde con la época de Mariana, por lo que representa el embarque de Mariana de Austria en el citado puerto. 64 Esa identificación errónea es la que, según mi opinión, ha llevado a pensar en Gargiulo como su autor, basándose en un texto de Bernardo Dominici, amigo del pintor napolitano, en el que se refiere a un cuadro suyo que representaba el desembarco de la infanta María en Nápoles.
Fig. 16. Micco Spadaro (aquí atribuido a), Embarque de Mariana de Austria en el puerto del Finale . Madrid, Colección Banco Santander.
El pintor fue el cronista de importantes acontecimientos napolitanos en obras como la Insurrección de Masaniello , contra el dominio español en 1647 o la terrible peste de 1656, con amplias vistas de esos escenarios poblados de pequeñas figuras, estilo y modelos que se asemejan también a otros cuadros del pintor, como La Plaza del Mercado de Nápoles , 65 sin embargo, la pincelada suelta y empastada empleada en ellos difiere de la precisa y lisa del lienzo, que debemos identificar con la crónica del Embarque de la reina Mariana de Austria en el Puerto del Finale .
El autor del cuadro, de momento sin identificar, que pudo acompañar a alguno de los destacados personajes que acudieron a despedir a la reina, describe con maestría y minuciosidad la topografía de la villa y del puerto, el despliegue de galeras, falúas y navíos, la góndola real y, ya en tierra, retrata a Mariana en primer término entre dos cardenales, seguramente el cardenal Peretti di Montalto y el cardenal Giovanni Carolo Medici [fig. 17], que había viajado expresamente desde Florencia a Génova y al Finale, seguida de su camarera mayor, la condesa de Coruña, de sus damas, del duque de Nájera, acompañado seguramente de sus criados, y demás personalidades, testigos de este acontecimiento digno de ser inmortalizado en un lienzo. A la derecha, junto a la magnífica silla de mano, Mariana es recibida por los cinco capitanes de las galeras. En primer término, protegiendo a la reina y su comitiva, se sitúa la guardia alemana o tudesca con sus uniformes rojos y sus calzas al estilo suizo, portando alabardas, y la milicia italiana a caballo con armaduras y bandas rojas, que cierran la composición por el lado izquierdo. En segundo plano se abre una amplia perspectiva del puerto con sus abruptas montañas, calas, castillos y construcciones, así como el despliegue de galeras de la escuadra española y demás embarcaciones, incluida la magnífica góndola real destinada al embarque de Mariana, que durante unos días transformaron el pequeño y tranquilo puerto del Golfo de Génova, vendido por Andrea Sforza a España en 1598, quien lo conservó hasta principios del siglo XVIII.
Fig. 17. Baldassare Franceschini «Il Volterrano», Retrato del cardenal Giovani Carlo de Medici . Florencia, Galleria Palatina.
A las 4 de la tarde, después de almorzar y despedirse la reina del príncipe –que pasó a la capitana de Florencia–, de los gobernadores, generales, embajadores [...], zarpó la Real saludada por los castillos, galeras y bajeles de la armada con toda su artillería, seguida de las dos escuadras, iniciando así su viaje por el Mediterráneo hasta el puerto de Denia [fig. 18], donde estaba dispuesto el desembarque.
Fig. 18. Mapa travesía Mediterráneo .
Dejaron las playas de Liguria y navegaron toda la tarde a remo por tener el viento contrario. Prosiguieron por la noche con remos y ayudados por las velas, por soplar poco viento, con la proa por levante hasta doblar las islas Medas, próximas a Finale, a las dos de la madrugada. Al día siguiente amanecieron en San Remo, ciudad de los genoveses, y prosiguieron con el mismo viento, pasando de noche las islas Margarita y San Honorato, siempre con la proa por levante «a fuerza de orza». Así continuaron avanzando con lentitud hasta el jueves 26, que con viento de mediodía jaloque-sudes-te navegaron 60 millas, desde la 9 de la mañana a las 10 de la noche.
La gran preocupación del monarca por el viaje por mar de su joven esposa queda patente en la carta dirigida a Maqueda, fechada en Madrid a 5 de julio, en la que, además de reprocharle que no había tenido noticias suyas desde el 21 de abril, le comunica que quiere saber como lo está pasando su sobrina durante la navegación, «porque asta sauerlo no saldré del justo cuidado en que me allo». 66 Desde luego, no le faltaban motivos, porque a partir del 26 el viaje entró en su tramo más peligroso. Comenzaron las lluvias, los vientos maestrales, el mar encrespado, y las galeras se prepararon para las dificultades que entrañaba el Golfo de León, «pues de aquellos parajes y costas de Francia y Cataluña los marineros más prácticos han temido siempre». 67 Después de tomar las precauciones necesarias –encender los fanales; hacer guardias; mantenerse por cuarta del poniente al maestro para no perder lo que se había ganado en la navegación; procurar arrimarse a la costa– y enfrentarse con un mar embravecido y unos vientos desatados, la escuadra amaneció al día siguiente a 80 millas del cabo de Creus, aunque dispersa, no pudiéndo juntarse hasta el 28 en la playa de Matalón a causa de una fuerte tormenta. Con vientos a su favor prosiguieron la travesía y, al divisar el santuario de Montserrat, saludaron las galeras con cuatro salvas como era acostumbrado, a la vez que daban gracias por haber llegado con bien. A la vista de Barcelona amainaron las velas para que se acercase una de las galeras a la playa, y poder enviar un esquife a la ciudad para que comprase cintas y objetos de vidrio para la reina y las damas.
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