Teresa Zapata Fernández de la Hoz - La Corte de Felipe IV se viste de fiesta

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La entrada solemne de Mariana de Austria, hija del emperador Fernando III, en la Villa y Corte el 15 de noviembre de 1649 fue el acontecimiento político, social, artístico y festivo más importante de la primera mitad del siglo XVII, con el que el ayuntamiento le dio la bienvenida y le hizo entrega de las llaves de la ciudad. Monumentales arcos de triunfo, galerías con estatuas, montes parnasos, templetes, árboles genealógicos, carros triunfales se levantaron a lo largo del itinerario real, realizados por los mejores arquitectos, pintores y escultores de la Corte, que crearon fastuosas arquitecturas de materiales perecederos, decoradas con cuadros, estatuas doradas o plateadas, emblemas, inscripciones y poesías en latín y castellano, que durante unas horas transformaron la humilde Villa de Madrid en una ciudad monumental, fantástica, soñada.

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Con viento favorable salieron el 17 de febrero hasta fondear en Cadaqués al atardecer, aunque no les dejaron pisar tierra por haberles avisado de que podían haber contraído la peste. Al día siguiente, tras deliberaciones de los pilotos, partieron las galeras dispuestas a pasar el peligroso Golfo de León, con poco éxito, pues rolando el viento a proa se vieron obligados a regresar al punto de partida. Lo intentaron de nuevo, pasando por el cabo de Creus y navegando toda la noche hasta Colibre, donde amanecieron el 20, entrando en su puerto después de muchos esfuerzos por la inclemencia del tiempo, sobre todo por parte de la Guadalupe, a la que una ráfaga de viento la obligó a tocar casi las rocas con los remos, justo en el mismo lugar donde unos años antes había naufragado la Patrona de Sicilia.

Todos a salvo, permanecieron en Provenere –nombre dado al puerto– hasta primero de marzo, y aunque la orden anterior dada en Barcelona les impidió bajar a tierra, los franceses permitieron que los catalanes les vendieran provisiones. El primero de marzo, deseosos de salvar el temido golfo, partieron a pesar de que soplaba viento griego de tramontana, logrando fondear tres días después en el puerto francés de Toulon, tras sufrir un fuerte temporal que llenó de agua algunas galeras, arrastrando escalas y rompiendo remos; ropa y utillaje depositado sobre las cubiertas; salando el agua de los toneles y mojando el bizcocho. 21 Algunos condenados a cadena perpetua murieron ahogados en las prisiones, y la confusión llegó a ser tanta que dieron por perdida la San Juan de Nápoles.

En Toulon, gracias a la orden del rey de Francia, cuya armada se encontraba en la dársena, pudieron reparar las naves, y los miembros del concejo se acercaron a visitar al duque de Nájera a su galera, «regalando, y agassajando a todos con la vizarria que acostumbra la nobleza de Francia». 22 El 6 de marzo zarparon los navíos en dirección a Génova, pasando por Almagazeles, islas San Honorato y Santa Margarita, para continuar por las playas del Piamonte –Niza de Provenza y Villafranca de Niza, del duque de Saboya, Mónaco y Ventimiglia–, hasta avistar el puerto de El Final, de la corona española.

Al anochecer del día 9 de marzo, fondearon en Savona, de la república genovesa, hasta el día siguiente en que les permitieron atracar en el puerto de Génova, lo que efectuaron el 11, no sin antes sufrir el último percance de esta accidentada travesía, cuando una fuerte ráfaga de viento cogió de lleno a la capitana de España, que escoró hasta entrar todo el costado, hasta la crujía, en el agua, «y aunque se amolló la escota con diligencia fue el riesgo evidente». 23

Una vez en el puerto, saludaron con salvas a la ciudad, a la Real de España, que estaba en la dársena con otras cuatro embarcaciones, y a la capitana de la Señoría de Venecia. A continuación, el duque de Tursis –encargado de formar y gobernar la armada que conduciría a la reina a España– y los príncipes Doria y Avela –generales de las capitanas de Cerdeña y Génova, respectivamente–, fueron a la capitana de España para acompañar al duque de Nájera al palacio que el príncipe Doria tenía en Peche, hasta mudarse a San Pedro de Arenas, donde permaneció todo el tiempo que estuvo en en esa ciudad.

Cuatro días más tarde llegó la galera San Juan de Nápoles que, después de haber sido golpeada con fuerza por el mar en el Golfo de León hasta partirle el espolón, había ido a parar a Puerto Venere, a 20 leguas al levante de Génova. Después de su feliz llegada se pudo comunicar a Felipe IV que la casa de la reina se encontraba a salvo y dispuesta a emprender el viaje por tierra a Milán.

En Génova permanecieron hasta el 17 de abril, mientras se preparaban las galeras 24 y la jornada a Milán, fecha en la que continuaron el viaje hacia Tortona, pasando por el Puerto de la Voqueta hasta Otacho, ciudad del genovesado. La difícil situación política y militar de España en el norte de Italia motivó la conveniencia de que en Serrabal, primer lugar del estado de Milán que pertenecía a la corona española, les esperasen dos compañías de a caballo para protegerlos del riesgo del Piamonte, Saboya y Monferrato. De Tortona pasaron a Pavía y, por fin, a Milán, a donde llegaron el 21 de abril y en donde permanecerían hasta el 10 de mayo ocupados en los preparativos de las entregas.

En el extenso relato de la vida del pintor que nos ha dejado Antonio Palomino, recoge las obras de arte que pudo ver Velázquez en Génova, 25 y como después continuó hasta Pavía y Milán «[…] aunque no se detuvo a ver la entrada de la Reina, que se prevenía con gran ostentación […]». 26 Parece lógico suponer que Velázquez realizara también ese viaje con el resto de la casa de la futura reina, sin embargo, según una carta del embajador de España en Venecia, marqués de la Fuente, a Felipe IV, fechada el 24 de abril, el pintor había llegado a esa ciudad el 21, 27 lo cual, de no existir un error en las fechas, significaría que se adelantó en solitario hasta Milán. 28 Como cuenta Palomino, Velázquez no permaneció mucho tiempo en la capital de Lombardía, donde contempló la gran obra de Leonardo de Vinci, La última Cena , como hoy sigue haciendo cualquier viajero que se precie. A primera vista sorprende que Felipe IV no le hubiera encargado un retrato de su joven esposa, cuando podían haber coincidido en Milán. Tal vez, el hecho de que el viaje del pintor con el duque de Nájera y la casa de la reina se debiera a una coincidencia en el tiempo; que Velázquez no viajara como miembro oficial, sino con otra misión concreta y dilatada, unido a la demora del viaje por mar, así como al de Mariana, que no llegó a Milán hasta el 30 de mayo, podrían explicar el que nos haya privado de conocer a través de sus pinceles el joven y agraciado rostro de la reina.

El 10 de mayo, el duque de Nájera y su acompañamiento emprendieron la siguiente etapa de su viaje hacia Trento, pasando por Lodi y Soncino, desde donde entraron a las ciudades venecianas de Cremona, Brescia y Desenzano. Dejando a la izquierda el lago Garda, pasaron por Busolengo, Dulcedo, Ala y, por último, Rovereto, última ciudad del Tirol, muy cercana a Trento, donde como se ha indicado anteriormente se celebrarían las entregas reales. Se detuvieron aquí hasta el 18 de mayo, y muchos miembros de la casa se acercaron a Trento para ver a la reina y visitar la ciudad.

Entretanto, el 19 de mayo, fecha fijada para la ceremonia oficial, Mariana partió a Rovereto hacia las diez de mañana, acompañada de su hermano y sus respectivos séquitos, distancia que recorrieron a pie. A su vez, el duque de Maqueda salió de Rovereto hacia las tres de la tarde con la casa de la reina y caminaron hasta el castillo de Briseño, propiedad de los archiduques de Insbruck, a las afueras de la ciudad, lugar rodeado de un amplio terreno llano y capaz de acomodar a los dos ejércitos en previsión de una posible invasión de los venecianos. Reunidos en el lugar convenido, la casa española pasó a acompañar a la nueva soberana, partiendo hacia la casa-palacio de Rovereto donde llegaron ya anochecido. El duque de Nájera entró sólo en la antecámara donde le esperaban de pie Mariana, su hermano el rey de Hungría y detrás, arrimados a la pared, el cardenal Harrach, el duque de Terranova, el conde Ausperg y otros caballeros alemanes. En la pared de enfrente, la camarera mayor, la guarda mayor y las damas. Las entregas se efectuaron en el Palacio ya anochecido, donde el rey de Hungría entregó a su hermana al duque de Nájera, quien después de besarle la mano y darle la bienvenida ordenó a Martín de Villela, secretario de Felipe IV, que leyera públicamente el auto de las entregas. A continuación entraron los miembros de la casa de la joven reina, quienes desde ese momento pasaban a su servicio, a besarle la mano, a la vez que el duque los iba presentando.

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