AAVV - Aproximaciones de contexto al castillo palacio de Alaquàs

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Aproximaciones de contexto al castillo palacio de Alaquàs: краткое содержание, описание и аннотация

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El castillo-palacio de Alaquàs es una de las obras más destacadas de la arquitectura renacentista valenciana. En el centenario de su declaración como Bien de Interés Cultural (1918), este libro acoge una serie de estudios sobre algunos de los aspectos históricos, culturales, arquitectónicos y artísticos que enmarcan y establecen la singularidad de este inmueble. El volumen aborda los rasgos que caracterizaron la nobleza valenciana durante la Edad Moderna, el bandolerismo que se ejerció en sus señoríos, el ambiente cultural al que tuvo acceso y en el que ocasionalmente contribuyó, con especial atención al humanismo y el erasmismo, así como a las casas señoriales: hogares, sedes de administración y símbolos de poder de la nobleza.

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Es de creer que Viciana había previsto un segundo tomo de su crónica dedicado a las trescientas principales familias de la nobleza valenciana de su tiempo, precedido de una obra de perfil distinto, a la que el burrianense otorgaba una personalidad propia, titulada Libro de la nobleza, hidalguía, armas y blasones 93. Del primer propósito han llegado hasta nosotros entre 115 y 118 curricula familiares –no más allá del 40 % de la «flor y nata»– mientras que del segundo conservamos una serie de escritos que acompañaron algunas de las ediciones y que tal vez fueran todo lo que Viciana tenía que decir sobre una materia a la que había muy poco que añadir, a no ser que se pretendiera agitar todavía más aquello que, ya de por sí, era un «avispero» 94. Verdad es que la incuria de algunos caballeros quedó reflejada en la edición con un «acusador» escudo en blanco, pero no es menos cierto que el tono de la obra era universalmente respetuoso –en grado sumo, incluso– y que las notas genealógicas, heráldicas y nobiliarias del historiador de Borriana nunca suelen atravesar la frontera del tópico más socorrido y ortodoxo.

Así pues, descartadas las enemistades personales, ¿cuál fue el pecado de Viciana? ¿Por qué fue tan mal recibida su obra, especialmente por los «grandes»? En mi modesta opinión, la respuesta es simple. El mero propósito de escribir sobre la materia fue motivo suficiente para que las remansadas aguas en las que apaciblemente se solazaban los caballeros valencianos se agitasen golpeadas por un vendaval. Viciana sabía perfectamente el riesgo que corría. El hecho de tener que colocar a unas familias delante y a otras después era asunto de tanta precisión y delicadeza que ni Ambroise Paré (1510-1590), el mejor cirujano de aquel tiempo, se hubiera atrevido a realizar. Tal vez debió prever la reacción de los suyos y conformarse con una crónica al uso en la que fueran apareciendo, en su tiempo y por su orden, los antepasados célebres, los apellidos gloriosos, los caballeros, los literatos, los magistrados y los oficiales. Quién sabe si pretendiendo reivindicarse a sí mismo y a su propia familia, Viciana se ganó para siempre la enemiga de los poderosos. Aunque el cronista nunca dejó de recurrir a los lugares comunes vigentes en su época 95, ante la eventualidad de elegir entre «igualdad» y «jerarquía», el burrianense optó por la primera. Decisión prudente y atinada, pero aquejada de un lastre insoportable para algunos debido al«igualitarismo» en que podía desembocar:

«Muchos días estuve suspenso y sin determinación acerca de la graduación que devía dar a las familias militares porque, siendo tantas e tan illustres, falta juizio humano para calificar sus precedencias. Porque algunos me dixeron que provarían venir de sangres reales e de muy antiguos tiempos y que, por ende, devían preferir a los otros. Otros me dixeron que venían de illustres e limpias sangres, e que sus progenitores con virtud e valentía lo ganaron e que, por ende, injusto sería quitarles el primer assiento. E los modernos e nuevos cavalleros me dixeron que, pues la verdadera nobleza consiste en la propia virtud por la qual alcançaron ellos la orden de cavallería, que, por ende, les competía en primer lugar. E como yo considere los cavalleros de este reino grandes, medianos e menores, [h]idalgos e generosos, en el braço militar (digo braço, porque en esta ciudad siempre le nombran estrenuo braço militar) donde se ayuntan todos, se assientan en bancos iguales, e no [h]ay otra silla sino para el noble síndico del braço. E desde que son todos assentados e congregados, el síndico comete el primero voto a un cavallero y el segundo voto a otro, y así hasta el postrero de todos los cavalleros del ayuntamiento, no teniendo respecto en la precedencia a ninguno, sino cometiendo los votos quándo al anciano, quándo al mancebo, quándo al rico y quándo al pobre, y assí anda alternando por todos los del braço a su libre alvedrío. E también tienen igualdad en que, si todos los del ayuntamiento no concordaren en voto, no pueden concluir no cerrar en el negocio proposado, en tanto que uno que contradiga, con decir: “no me paresce se deva hazer”, sin dar otra causa o razón, porque haze la contradictión, convence a todo el braço, de manera que todos son uno y uno es todos. Por ende, como a iguales les assentaré en este libro y desta manera, que guardaré el orden de la A. B. C., conforme a los nombres de sus linages. Y por quitar más todos los debates y pretenciones, en cada una de las letras les assentaré por orden, según de quien primero tomé su historia. Y assí serán todos [e]scriptos en lista sin perjuicio alguno» 96.

Ahora bien, ¿dónde estaba la raíz del problema? Si para tomar decisiones dentro del estamento militar se aplicaba a «rajatabla» ( sic ) el principio de unanimidad nemine discrepante 97, ¿por qué esta «igualdad política de hecho» no se traducía, como en las noblezas orientales del Quinientos –la rusa y la polaco-lituana; especialmente esta última– 98en un «cuerpo nobiliario único» con miembros iguales en deberes, derechos, prestigio y preeminencias a despecho de las diferencias de patrimonio y fortuna que pudiera haber entre ellos? Entre la nobleza europea del XVI hubo una fortísima tensión entre la imagen «igualitaria» que agradaba a los miembros más humildes del escalafón y la «jerárquica» en la que se regocijaban los «grandes» de todas las «clases» 99. Viciana se equivocó al calcular el resultado de esta tensión. Creyó que la norma y el derecho estaban por encima de los sentimientos, y no supo ver la reacción que podía provocar la sola mención –no ya su materialización– de un proyecto historiográfico y editorial sobre la nobleza regnícola.

Una tensión permanente: igualitarismo vs . jerarquía

La nobleza española no era el grupo social privilegiado, hermético, macizo, protegido por el rey y por las leyes, siempre a resguardo de la protesta popular y de las inclemencias de la coyuntura, exento de cualquier tipo de tributación, altivo, paternalista y explotador a que nos tienen acostumbrados los libros escolares. La nobleza peninsular –también la valenciana 100– había sido, y continuó siendo durante buena parte del siglo XVI, un cuerpo aquejado de muy diferentes enfermedades, especialmente dos gravísimas: la pérdida del patrimonio y la extinción del linaje. Sobre la segunda dolencia era poco cuanto cabía hacer, dadas las inclinaciones endogámicas, violentas y guerreras de los nobles. Ahora bien, para conjurar la primera –o, al menos, para intentarlo– la corona tuvo que ponerse manos a la obra y aprobar una exhaustiva legislación ad hoc sobre los mayorazgos en Castilla, las llamadas Leyes de Toro de 1505, mientras en Valencia hacía la «vista gorda» cuando los nobles y los no tan nobles desplegaron estrategias vinculadoras que, a la postre, demostraron ser casi tan eficaces como en Castilla 101, porque la corona, llegada la «hora de la verdad» –y esta llegó el año 1609– se puso al lado de sus aristócratas y magnates.

En suma, nobleza era un paraguas terminológico muy general dentro del cual podían encajar circunstancias muy distintas 102. Las más aireadas eran la parafernalia de signos externos que servía para codificar la precisa condición de los linajes y, dentro de ellos, de los individuos: armas, escudos, timbres, blasones, casa solariega, apellidos, sobrenombres, etc. 103A continuación, estarían los «títulos de nobleza». Tres factores acentuaban o atenuaban la «densidad honorífica» de los mismos: la estirpe real o principesca del fundador del linaje, la antigüedad de la investidura y la acumulación de títulos y honores 104. Unos «títulos» eran formales, pues derivaban de un privilegio real registrado y sellado: duque, marqués, conde, vizconde, etc. Otros no lo eran tanto, pues reflejaban, más bien, el tipo de jurisdicción que se ejercía o la propiedad de una determinada población, tierra, aldea o alquería: barón, señor de, etc. 105El carácter no completamente firme e, incluso, controvertible del título o del tratamiento de «señor» solía quedar con frecuencia reflejado en la documentación. De alguien que se intitulaba «señor de…», los escribanos solían apostillar: «… cuyo dice ser el lugar de…» o «que dice ser o se intitula señor de…». Y ya, por último, había entre los nobles diferencias de fortuna y de patrimonio: algunos eran tan pobres que apenas se diferenciaban de simples labriegos –como los armalistae húngaros o los hobereaux franceses 106– salvo por un desgastado escudo de piedra en el que nadie reparaba ya; otros eran tan ricos y poderosos que, a su lado, algunos soberanos podrían palidecer de envidia. En el reino de Valencia había muy pocos de una y otra clase: la figura del hidalgo pobre era característica de la cordillera cantábrica y de Castilla la Vieja, mientras que la gran aristocracia principesca era, más bien, típica de las grandes llanuras de la Europa oriental: de Lituania y de Rusia, sobre todo 107. Desde luego, no conocía mal Viciana la «sociología»y la «mentalidad» nobiliaria de su época:

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