El chaval se lo quedó mirando muy confundido y sin entender nada. Era un farol muy raro el que se estaba marcando aquel tipo de acento cantarín. Con una mirada rápida consultó las de sus dos cómplices, que se la devolvían igual de confundidos que él. Finalmente, uno de ellos se encogió de hombros, y el que llevaba el cuchillo, después de fijarse con un rápido vistazo en que Ricardo no llevaba ni cadena ni reloj, dijo por fin:
—Venga. Pero eso sí. Como tengas tú más que yo, no solo te vas a quedar sin nada, sino que aún encima te vas a llevar una buena somanta, pollo.
—No espero menos.
Los dos que estaban detrás de él lo agarraron de los hombros mientras que el que parecía el cabecilla rebuscaba entre sus bolsillos y sacaba la calderilla que llevaba cerrada en un puño. Ricardo no tuvo que buscar, y en un breve movimiento recogió el contenido de su bolsillo derecho y se lo quedó en la mano con el puño todavía cerrado sostenido entre él y el del cuchillo.
—Cuando quieras —dijo Ricardo.
—Vamos, abre.
Ricardo abrió la mano, a diferencia del quinqui. Pero la cara del joven delincuente cambió cuando vio cuatro míseras pesetas en la palma de la mano de Ricardo.
—La puta que lo parió… —Agarrando el cuchillo con un par de dedos de la mano que sujetaba su dinero, usó la otra para registrar rápidamente los bolsillos de Ricardo, comprobando al instante que efectivamente ahí no había nada más— pues sí que está más tieso que nosotros —dijo el joven algo cohibido y volviendo a guardarse su dinero en el bolsillo y sin haber abierto la mano en ningún momento.
— ¿Qué haces, Lupas? —dijo uno de los que sujetaban a Ricardo por detrás.
—Pues lo que parece. ¿Qué le vamos a mangar? Si no tiene na.
—¿En serio que fue así como te libraste? —le preguntó Kino a su padre aguantándose la risa.
Ricardo le devolvió la mirada con una sonrisa que mezclaba orgullo y felicidad a partes iguales.
—La primera y última vez que me atracaron unos quinquis. Me hice amigo de ellos. —Alzó uno de los dedos y los fue señalando uno a uno, empezando por el del cuchillo y terminando por el que le había preguntado al otro que qué hacía—: el Lupas, el Jerez y el Potrillo.
—¿El Potrillo? ¿Por qué le llamaban así?
—Porque le gustaba demasiado el caballo. Más que a los otros, incluso. —La imagen de Ricardo se rascaba la nuca apesadumbrado, aunque en su rostro había grabada una sonrisa nostálgica—. Eran buena gente, pero en el fondo.
—¿Y cómo es que ibas por ahí con tan poco dinero? ¿Tan tieso estabas?
—Estaba bastante tieso, sí. Pero yo también sabía cuánto dinero necesitaba para coger el bus y el metro. Y siempre me llevaba algo más, pues para tabaco y picar algo por ahí. Tenía las cantidades muy bien medidas, y eso ayudaba a que no gastase más de la cuenta. Que me hacía falta ahorrar.
—Dijiste que volvías de currar —dijo Kino después de un corto silencio—. ¿Dónde te tenían trabajando doce horas?
—Pues verás, el día siguiente a encontrar piso fue cuando empecé a buscar trabajo. Y la verdad es que no me fue demasiado difícil encontrarlo.
—¿En una ciudad que no conoces sin tener ningún tipo de contacto te fue fácil encontrar trabajo?
—Bueno… he dicho que no fue demasiado difícil. Digamos que yo ya tenía un plan preparado y fui siguiendo los pasos.
—¿Qué plan?
—¿Sabes cuál fue mi primer trabajo cuando llegué a Madrid? ¿Nunca os lo conté? —Kino se encogió de hombros mientras negaba con la cabeza—. Pues debería haberlo hecho. Fue de conserje.
—¿De conserje? —exclamó Kino muy extrañado—. ¿Y de qué manera esto era parte de tu plan?
—Pues verás, mi plan no era tan estricto como para escoger una profesión que me sirviera de trampolín. Yo nunca planeé de qué empezaría trabajando, pero sí que planifiqué dónde empezaría trabajando.
—¿Y dónde fue eso?
—Pues en los Estudios Roma.
Todos los días que no libraba, Ricardo se levantaba muy temprano y de muy mal humor al no ver el sol en el cielo. Desayunaba frugalmente y salía de su pequeño y austero piso en la calle de Antonia Lancha para ir caminando hasta la parada del metro mientras se fumaba el primer cigarro del día. En aquella estación, nueva pero ya vandalizada, cogía el tren de la recientemente ampliada línea 5 de metro hasta Gran Vía, donde hacía trasbordo a la línea 1. Kino no perdía detalle en cómo eran los vagones antiguos del metro, ya que por muy nuevos que estuvieran, a él le parecían piezas de museo con aquellas vías metálicas y los cableados eléctricos que tan poco eficientes eran en comparación con los sistemas de transporte modernos. En Plaza de Castilla se volvía a bajar, y subía hasta el intercambiador donde tomaba el bus que lo llevaría hacia Alcobendas.
Salvo los días de verano que amanecía antes, era al salir de la boca de metro en Plaza de Castilla donde Ricardo veía el sol por primera vez. Y aún no estaba más despierto que cuando acababa de salir de su casa. Después de un aburrido trayecto en un bus que avanzaba traqueteando por las calles pobremente asfaltadas de aquella zona de la ciudad, Ricardo se bajaba en Las Tablas y desde ahí iba caminando tranquilamente, mientras se fumaba otro cigarrillo, a uno de los recientemente construidos polígonos industriales del barrio de Valverde, que era el lugar en donde se alzaba el edificio naranja que albergaba los estudios de la TVE, y donde se grababa el programa más importante de la televisión nacional. Teniendo en cuenta todos los trasbordos, raro era el día en el que Ricardo tardaba menos de dos horas en hacer el viaje desde la puerta de su casa hasta la de su trabajo, más el trayecto de vuelta por la noche, que a veces duraba más tiempo ya que era cuando había menos transporte público.
Al llegar, siempre se quedaba charlando un rato con alguno de los conserjes a los que relevaba, o Humberto o Romualdo, quienes como llevaban doce horas allí plantados sin nadie que les diese bola solían tener ganas de palique. Cuando se iba el del turno anterior, Ricardo se cambiaba, y entonces por fin empezaba su jornada.
—Menuda paliza.
—Pues ese viaje me lo metía todos los días dos veces. Uno de ida, y otro de vuelta. Y no te creas que me fue fácil conseguir este curro —decía el fantasma de Ricardo mientras, una vez más, parecía rejuvenecer por momentos—, al principio no me querían ni recibir dentro del edificio al no tener yo nada que ver con la tele, y luego me tuve que enterar de cuál era la empresa que se dedicaba a contratar a los conserjes.
—¿No era el propio estudio?
—Qué va. Bueno, el caso fue que, tras mucho insistir, y un poco de suerte, conseguí el trabajo —dijo radiante Ricardo.
—¿Un poco de suerte?
—Uno de los conserjes que trabajaba aquí estaba cerca de jubilarse, y como ya le quedaba poco, a él lo prejubilaron y a mí me dejaron empezar aquí.
—Pero ¿por qué era tan importante que trabajases aquí? Es decir, no es que empezases trabajando en ninguna tarea creativa ni de producción. Ni siquiera de asistente o ayudante. ¿Cómo fue que terminaste haciendo todo lo que hiciste si empezaste trabajando de conserje?
—Verás, Joaquín, como ya te dije, el cargo o la profesión no era importante en este caso. Lo importante era trabajar en este estudio. Aquí era donde se grababa el Un, dos, tres… —Ricardo esperó una respuesta de algún tipo por parte de su hijo, pero no recibió nada más que un encogimiento de hombros—. ¡El Un, dos, tres…! ¿No sabes lo que era el Un, dos, tres… Responda otra vez?
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