LOS IRREDUCTIBLES II
© del texto: Julio Rilo
© diseño de cubierta: Lois Moreno Graña
© corrección del texto: Equipo Mirahadas
© de esta edición:
Editorial Mirahadas, 2021
Avda. San Francisco Javier, 9, P 6ª, 24 Edificio SEVILLA 2,
41018, Sevilla
Tlfns: 912.665.684
info@mirahadas.com
www.mirahadas.com
Producción del ePub: booqlab
Primera edición: diciembre, 2021
ISBN: 978-84-18996-74-0
«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o scanear algún fragmento de esta obra»
LOS IRREDUCTIBLES II
Julio Rilo
Adolescencia tardía ADOLESCENCIA TARDÍA
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
Madurez
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
Angustia
I
II
A Kino ya había dejado de importarle que le pudieran ver a través de la videollamada liándose un porro. Al fin y al cabo, llevaba ya más de una hora intentando ponerse en contacto con alguien del Banco Cantabria, y después de haber estado un buen rato buscando en la página web y en Google algún teléfono de contacto en el que le contestaran la llamada, se había pasado el doble de tiempo en «espera» mientras lo pasaron primero con el Servicio de Asistencia, luego con el Departamento de Atención al Cliente, luego con el Servicio Técnico y ahora llevaba dos canciones y media esperando a que lo comunicaran con el Departamento de Reclamación y Devoluciones.
Él, lo único que quería era que alguien le explicase en concepto de qué le estaban cobrando todos los meses una cantidad de cincuenta euros como comisión, cuando se suponía que su cuenta bancaria no tenía comisiones (aquel era el principal reclamo publicitario de la «Cuenta Joven del Banco Cantabria»), y después de tanto tiempo esperando una respuesta que no llegaba, Kino llegó a la conclusión de que una de dos: o en aquella empresa multinacional de miles y miles de empleados no había un solo trabajador competente que le pudiera resolver el problema, o le estaban tomando el pelo deliberadamente al pasarlo de un departamento a otro.
Pensándolo bien, se dijo Kino, era un milagro que aún no hubiera reventado ninguno de los escasísimos elementos decorativos de su piso ante la frustración de que la gente que controle su dinero le toree a uno de una forma tan descarada. Era por eso por lo que se había empezado a liar un porro después de dejar la HSB sobre la mesa, de manera que la pantalla se proyectaba hacia arriba en el aire enfrente de él. Así tenía las manos libres.
De hecho, era por su libertad que se había dado cuenta de las irregularidades en su cuenta. Después de haber dejado su trabajo en 5 Minutos la semana anterior, Kino tenía pensado escribir todos los días y disfrutar de su tiempo libre. Aunque lo cierto era que todavía no había conseguido ninguna de las dos cosas.
Se pasaba los días revisando lo que tenía de su texto , releyendo y corrigiendo, aunque sin nuevas ideas, dando vueltas en círculo sin avanzar de forma significativa. Al menos ya había conseguido llegar hasta el punto de la historia en el que Regalt y Nina se conocen y emprenden juntos un viaje lleno de aventuras. El problema era que aún no había ninguna aventura. A Kino le daba la sensación de que su historia no avanzaba, de que la trama era aburrida, los personajes eran pasivos y puramente reaccionaban a lo que pasaba alrededor sin influir proactivamente en el desarrollo del argumento. En definitiva, Kino pensaba que lo que tanto esfuerzo le estaba costando escribir era una mierda y un tostón. Un auténtico coñazo.
Sufriendo una nueva acometida de la tan familiar sensación de ansiedad que le sobrevenía cada vez que se sentía atascado y frustrado en su texto , optó por distraerse, pero solo las veces que no fuera capaz de producir, de manera que se solía pasar los días aburrido y fumado, tirado en el sofá sin hacer nada.
Arrastrado por la dejadez, incrementó bastante la cantidad de porros que se fumaba diariamente. Y fue cuando, preguntándose cuánto se habría gastado en la última semana en fumar, hizo algo de lo que habían pasado meses desde la última vez: revisar el extracto de su cuenta. Y ese fue el detonante.
Quizás si no lo hubiera hecho hubiese seguido viviendo feliz en su ignorancia de fumeta, pero al revisar el extracto de las últimas operaciones se dio cuenta de que ese mes su banco le había cobrado más de cincuenta euros solamente en comisiones. No era una cantidad muy grande, de hecho, si no se había dado cuenta hasta ese momento era por eso, aunque aquello le dio mala espina y se puso a mirar el extracto de meses anteriores. Y para su disgusto descubrió que aquel gasto, en concepto de algo que él desconocía («suplencia de activos», decía el extracto bancario en la línea de al lado del importe), era uno que se repetía todos los meses. Un gasto pequeño, sí (algo menos de lo que costaban dos menús del Burger con refresco y patatas), pero Kino se imaginó que los beneficios no serían tan pequeños si el banco se dedicaba a repetir aquella operación con miles de clientes. De la misma manera que hacían las energéticas, de la misma manera que hacían las operadoras de telecomunicaciones y, en general, de la misma manera que hacían todas las empresas que le regalaban a algún expolítico un puesto vitalicio como «asesor externo». Aquel eufemismo que tan bien servía para encubrir sobornos y hacer como que no pasaba nada.
Kino sabía perfectamente que si mañana entraba en cualquier sucursal del Banco Cantabria y decía que se apellidaba Lázaro, al instante lo recibiría el director de la oficina con la mejor de sus sonrisas, y pensar en eso le enfermaba. Por cosas así, además de que en los últimos años su relación con Ricardo se había ido a pique, era por lo que Kino usaba el apellido de soltera de su madre. No le gustaban los aduladores, y menos los que adulaban a su padre, y los evitaba en la medida de lo posible. Al fin y al cabo, cualquier director de sucursal es un adulador especializado en gente de alto poder adquisitivo, que son los que interesan captar.
Mas era de suponer que al Banco Cantabria también le interesaban Industrias Lázaro por otros motivos, y es que casi un veinte por ciento de las acciones estaban controladas por la familia Botillo, el clan descendiente del emprendedor que fundó en su día el banco. Algunas veces, Kino se preguntaba en cuántas empresas tendrían capital invertido el Banco Cantabria con la intención de controlar mejor los mercados.
No era ningún secreto que el banco cántabro colaboraba generosamente con todos los partidos políticos mayoritarios de España, asegurando así una buena relación con todos ellos, independientemente de la ideología que decían profesar y obedeciendo solo al mismo ideal que todos ellos compartían: el amor por el dinero. Kino solía decir en broma que, al final, eran los bancos quienes no solo habían logrado acabar con la división insondable de izquierdas y derechas como consecuencia del bipartidismo (ahora todos los partidos hacían propuestas de leyes sospechosamente parecidas las unas de las otras, especialmente en ámbito fiscal), sino que además habían logrado terminar con la división de clases convirtiéndonos a la mayoría en pobres. Por desgracia para él, este chascarrillo solía ser recibido con indiferencia e incluso confusión, ya que el público no solía entender a qué se refería Kino, y los que le entendían pues les daba igual aquello. Y en momentos así, cuando la gente contestaba a sus comentarios críticos con silencios confusos, era en los que Kino entendía cómo era que seguían eligiendo cada cuatro años a la misma turba endogámica de inútiles que no era capaz de dedicarse a otra cosa que a la política . Quienes nos gobiernan, vamos.
Читать дальше