Cristóbal Robinson - Vitacura, Curaca de la Piedra Grande

La aswa estaba maravillosa y burbujeante, enriquecida con especias. La que consumía el emperador estaba hecha por las expertas manos de las acllas del Cusco, hermosas mujeres que bajo la celosa tutela de las mamaconas, vivían consagradas como monjas al Sol en los claustros llamados acllahuasis. Degustaron carne de alpaca con patatas y ají para luego intercambiar regalos y dar cumplimiento a la reciprocidad que era debida. Wichaq le entregó una vasija de cerámica hecha por expertas artesanas de Ollantaytambo, pintada con escenas de animales. El emperador le obsequió, a su vez, un bastón de plata con los símbolos de su nuevo mando y una tuksina35 de bronce con empuñadura de serpiente. Luego de conversar un buen rato y ya bien avanzada la noche, su cena terminó.

—Además de ser investido como curaca, te asciendo a hatun apu de nuestro ejército, grado que necesitarás para comandar las guarniciones del valle del Mapocho. Buena fortuna, Wichaq. Ama sua, ama llulla, ama quella36.

Dejó al emperador, retirándose escoltado por la guardia y portando los regalos que había recibido del Inca, aunque antes de salir, el Cápac Inca rio y le lanzó una pequeña broma a su primo.

—Ah, se me olvidaba… ¡encuentra mujer y cásate de una vez, primo! Tus plantas y cultivos no te llenarán el corazón para siempre.

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