Cristóbal Robinson - Vitacura, Curaca de la Piedra Grande

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Vitacura, Curaca de la Piedra Grande: краткое содержание, описание и аннотация

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La historia de Chile precolombino posee aristas ocultas a simple vista, acontecimientos infravalorados de distintos protagonistas indígenas que trabajaron en la construcción del país desde sus cimientos.
Vitacura, Curaca de la Piedra Grande, título premiado con el primer lugar en el VI Concurso Literario del Cementerio Metropolitano 2021, nos narra los primeros pasos a la actual civilización chilena a través de una emocionante novela histórica con matices ficticios que enaltecen la participación del pueblo quechua en la fundación de Santiago y de nuestra nación, dando un merecido lugar al legado del Tahuantinsuyo y a personajes históricos menos conocidos, pero esenciales en la conformación de lo que somos hoy.Un interesante recorrido por los tiempos antiguos donde las conquistas bélicas, las alianzas, el amor por la tierra, su pueblo y la devoción a los dioses dan vida a Wichaq Kuraq, el ingenioso inca de la Piedra Grande.

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Acto seguido, la litera fue levantada y escoltada hacia la fortaleza para reunirse con el curaca Dumma. Túpac Yupanqui, como buen emperador, guerrero y conquistador, no era devoto de andar en la tradicional litera imperial; sin embargo, esto era asunto protocolar y, al reunirse con un gobernante extranjero, debía mostrar un aura divina.

—¡Wichaq! —corrió a abrazarle Yumé cuando lo vio volver—. Por los dioses, pensé lo peor cuando supe de la sorpresa en medio de la quebrada y vimos las flechas encendidas. ¡No me vuelvas a dar este susto! Ven a tu tienda, come algo y anda a darte un baño, prepararé agua…

—No tengo hambre —dijo apesadumbrado—. Fue un día terrible. Vamos, te contaré todo.

Tras narrar la muerte de su amigo y todo lo sucedido, Yumé comprendió. Le preparó un baño caliente, sacó su ropa para lavarla y dejó las armas ensangrentadas y llenas de barro a un costado. Con agua hervida disolvió un polvo de granos con deliciosa fragancia y se lo sirvió en un puco14.

—Toma, querido. —Le alcanzó la mezcla a Wichaq— Esto animará tu espíritu. Son granos que cultivan algunos pueblos en la selva, también los traen los mercaderes que vienen del Lejano Norte en balsas, donde también viajan nuestros comerciantes. Los nortinos lo llaman cacahuatl.

Wichaq lo probó. Era delicioso, suavemente amargo y muy aromático; en efecto, se sintió mucho mejor. Se suponía que debía esperar las noticias del parlamento de paz, pero con su corazón más tranquilo, decidió tenderse a descansar. Yumé debía marcharse a coordinar a los sirvientes, así que quedó solo y en silencio en su tienda. El sueño lo dominó y miles de imágenes vinieron a su mente. Vio a Huamán lleno de sangre, de pie sobre el agua de la quebrada, repitiendo sus últimas palabras y otras más.

“Vive bien y libre, Wichaq Kuraq. La guerra no es para ti. Tu destino está al sur”.

El parlamento de paz fue fecundo. El gran curaca Dumma depuso las armas y se sometió a Túpac Yupanqui; incluso una hija del poderoso señor cañari le fue dada en matrimonio para sellar la alianza. Algunos hijos de los principales señores de la Confederación Cañari también fueron entregados al Inca como rehenes, aunque serían bien tratados y probablemente volverían pronto a sus tierras para ser curacas, educados en el Cusco o bien como altos oficiales para el ejército. La incorporación se selló con una gran fiesta en la ciudad de Shababula. El escuadrón fue llevado a la capital de otro de los grandes señoríos, Hatun Cañar, donde pronto comenzaría la construcción de un templo y un palacio, entre otras obras hechas por mitimaes15 quechuas y los mismos pobladores cañaris. Allí el Cápac Inca decidió instalar su propia capital del territorio recién conquistado. Cuando Wichaq entró en la ciudad junto al ejército, quedó sorprendido por la que hasta ese momento creía tan solo una suerte de aldea. Muy distinto era lo que veía ante sus ojos. Un adelanto de aquello notó en la fortaleza de Dumma, cercana a Shababula, cuando admiró sus grandes muros defensivos de piedra, sus fosos, torres y depósitos.

Hatun Cañar no era tan grande y espectacular como el Cusco, pero traslucía un nivel de civilización mayor al que los mismos incas habían reconocido en un principio al hablar de los cañaris, conversándose de ellos apenas como algunas tribus dispersas y no muy organizadas de gente bárbara. Lo que allí había era una ciudad en toda regla, con pucarás externos que la resguardaban, un gran templo en forma de elipse al centro para adorar a la Diosa Serpiente —que era madre de toda la raza cañari—, casas de piedra y adobe, depósitos, edificios administrativos y calles empedradas. Una de las cosas que más llamó su atención fue un lugar cercano al templo con losas en el suelo y varias tazas talladas llenas de agua. Según supo luego, los sacerdotes y sabios las usaban para observar la posición en el cielo de los astros, para hacer mapas en relieve de su territorio y llevar su calendario lunar. En las calles había mercaderes vendiendo productos, en forma similar a como se hacía en el Cusco.

¿Por qué el Inca había querido civilizar a un pueblo civilizado? Pensó en que sus hombres, sus amigos y Huamán habían muerto quizás solo por una lucha de orgullos. El emperador, luego de un largo historial de conquistas y triunfos, había recibido una dura derrota por parte del rey Dumma y sus cañaris. Wichaq y los demás llegaron convocados de urgencia como refuerzos para vengar aquella afrenta. Aunque nada de eso importaba ya. La Confederación Cañari ahora era parte del Tahuantinsuyo, y él seguía vivo. ¿Le llegaría la felicidad? Su corazón quería volver a casa y sentía cosas por aquella mujer palta, Yumé, pero al parecer los dioses tenían otros planes, corroborándolo al hablar más tarde con la muchacha, quien lo miró con ojos tristes como nunca, anunciándole de antemano malas noticias.

—Wichaq… no puedo estar contigo. Lo nuestro no podrá ser.

—No comprendo… si es porque no eres quechua, puedo arreglarlo, soy pariente del Cápac Inca, puedo casarme con una extranjera.

—No es eso, querido —dijo Yumé con un sollozo—. Mi padre, para sellar su puesto de curaca local, hizo un arreglo con tu gente. Estoy comprometida con otro curaca de origen quechua, jefe de mitimaes en el mismo territorio. El acuerdo fue ordenado por tu emperador. El quechua es un buen hombre, no mucho mayor que tú… me recuerda bastante a ti, de hecho.

Quedó mudo. Apenas pudo articular palabras al transcurrir un minuto.

—Supongo que, en definitiva, esto de la guerra y todo lo que nazca de ella no es para mí –sonrió, acabado y resignado—. Solo pido a los dioses que seas feliz a su lado y su acuerdo sea fecundo para el Imperio.

Yumé lo besó por última vez y se marchó. Wichaq quedó allí, atrapado por instantes en el recuerdo de su triste mirada y el fuego de su piel en el pasado, pero luego se sintió liberado. Pronto volvería a casa a encontrarse con un destino que sabía, no estaba allí. Las palabras de Huamán tuvieron eco en su cabeza mientras caminaba por las calles de Hatun Cañar al cuartel donde dormiría, observando las estrellas que los sabios cañaris veían en sus espejos de agua.

“Vive libre, Wichaq”.

III. Ollantaytambo, cercanías del Cusco.

Mes de Chawarway Quilla (Julio), 1494.

—Ay, hijo mío. Deberías casarte pronto. Parece que le pones más atención a tus plantas que a las mujeres —rezongaba su madre, cansada de seguirlo por los andenes.

Estaba nublado, casi lluvioso, y se podía sentir el viento frío que corría por todo el Valle Sagrado, pero Wichaq trepaba ágil por las piedras. Los hatunrunas16, acostumbrados a las labores de campo, miraban con curiosidad a aquella noble mujer que poco tenía que ver con esos menesteres, acompañando al señor Wichaq Kuraq, el “amauta de los andenes” como lo llamaban.

—El amor debe protegerse como el más preciado de los cultivos, mamá —dijo, tomando un puñado de tierra y mostrándoselo a su agotada progenitora—. Y como tal, requiere paciencia en encontrarlo, en plantarlo, en cuidarlo y aún más en cosecharlo.

Cuando por fin llegaron arriba, notó que lo esperaban sus hermanas sentadas en una pequeña manta y su tío Amaru hablando con unos campesinos. Nina tenía casi dieciséis años, mientras Sami tenía trece. Su padre se había quedado en Cusco, atendiendo asuntos del imperio, así que su madre partió a buscarlo junto a sus hermanas. Hacía varias lunas no lo veían. Pasadas las fiestas del gran solsticio de invierno en el Inti Raymi, Wichaq se comenzó a aplicar en las tareas agrícolas con gran dedicación. Bajo la tutela de su tío Amaru, se convirtió en un experto en ingeniería hidráulica y agronomía. Los hatunrunas estaban en faena de labranza y Wichaq supervisaba las labores, planeando dónde se construirían más andenes y en qué formas, dónde instalarían camellones, planificando la construcción de canales que aprovechasen el potencial del agua e hicieran fértiles las tierras sin cultivar. Al mismo tiempo, saludaba con cariño a los campesinos y campesinas, quienes le devolvían una respetuosa reverencia.

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