Enrique Cruselles Gómez - Fortuna y expolio de una banca medieval

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El presente libro rescata del olvido la historia del banco más importante de la Valencia de finales del siglo XV, que mantuvo relaciones financieras con las grandes ciudades europeas y con empresas como el banco de los Medici. El estudio se organiza en dos épocas, articuladas en tres capítulos: 1) la instalación en Valencia del padre, Martí Ruiz, a principios de siglo (1417), una época en que la capital ejercía su influencia sobre un extenso territorio peninsular; 2) la internacionalización y reconversión empresarial del negocio familiar durante la dirección de los «hereus d'en Martí Roís», sus tres hijos varones, que llegaron a disfrutar de la condición aristocrática, y 3) el hundimiento, con la huida (1487) y la persecución inquisitorial, como resultado de su condición conversa, que permitió al Patrimonio Regio apropiarse de una parte significativa de sus activos financieros y su patrimonio.

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El arbitraje, antigua institución del derecho romano, 136fue un recurso habitual entre los comerciantes valencianos. Cuando surgían desavenencias entre socios o, en general, entre mercaderes era frecuente recurrir a mediadores, en representación de cada una de las partes, para dirimirlas, procedimiento que permitía evitar la justicia ordinaria, más lenta y costosa. Las relaciones entre los árbitros designados y los comerciantes representados esbozan una densa trama, difícil de desentrañar, de solidaridades pro fesionales y familiares. En 1444, en una disputa sobre la permuta de mercancías entre Lorenzo di Loppi, comerciante florentino, y Luis de Santángel, mercader de Daroca, el abuelo del futuro escribano de ración, fueron escogidos como árbitros el veneciano Benedetto di Soranzo y Martí Roís, y como testigo en el acta de nombramiento actuó Rafael Bellpuig, cuñado del comerciante de origen turolense. 137En 1445, Lluís de Santàngel y Gabriel Palau, mercaderes de Valencia, designaron como mediador a Martí Roís, doncel, y a Llorens Soler, comerciante de la ciudad. 138De la misma manera, unos años más tarde, Bonanat Bellpuig ejerció como árbitro, junto a Salvador Gençor, en un pleito mantenido entre Martí Roís y el doctor en leyes Gabriel de Riusec, en representación de terceros. 139

Pero más allá de la lógica solidaridad impuesta por los lazos familiares, la relación profesional cotidiana, a veces societaria, permitió a Martí Roís legar al final de sus días una empresa bien integrada en la trama de la sociabilidad mercantil de la Valencia de mediados del siglo XV. Como se ha visto con anterioridad, Roís participó en contratos de seguros marítimos junto a Daniel Cornet, Vicent Granulles, Lluís Blanch, Francesc d’Artés, Joan Valleriola, Pere de Montblanc, Bernat Guillem de Reig, Llorens Soler o Daniel Barceló. Algunos de ellos, junto a otros, fueron socios suyos en los arrendamientos de impuestos públicos: el notario Francesc Escolà, los caballeros Jaume Escrivà, Joan d’Eixarch y Joan Figuerola, los comerciantes Bernat Andreu, Jaume del Mas, Joan Andreu, Bernat Guillem de Reig, Antoni Gallent, Lluís Blanch o Pere Eiximenis. Y no pocos de ellos asumieron responsabilidades en la actividad política del municipio: comenzando por el notario Francesc Escolà, síndico de la ciudad, hijo del escribano del Consell homónimo, y continuando por un extenso elenco de comerciantes que ejercieron en repetidas ocasiones la dirección de alguna de las clavarías municipales: Lluís Blanch, Bernat Guillem de Reig, Daniel Cornet, Francesc d’Artés, Daniel Barceló, Vicent Granulles, etcétera. Otros, partiendo de los ambientes mercantiles, habían conseguido ingresar en las filas de la caballería urbana, como por ejemplo el mismo Roís, Joan d’Eixarch y Joan Figuerola, constituyéndose en modelo a seguir por sus antiguos compañeros de profesión. Una élite mercantil y financiera que disfrutaba de los privilegios económicos y sociales que la oligarquía urbana reservaba para esta parte profesionalizada de los ciutadans honrats , tal y como propusiera décadas atrás el franciscano Francesc Eiximenis, en el opúsculo encargado por los munícipes:

Per tal, los mercaders diu que deuen ésser favorits sobre tota gent seglar del món, car diu que los mercaders són vida de la terra on són, e són tresor de la cosa pública, e són menjar dels pobres, e són braç de tot bon negoci, de tots afers compliment [...] solament mercaders són grans almoiners e grans pares e frares de la cosa pública, majorment quant són bons hòmens e ab bona consciència. 140

A ellos iban dirigidas las ayudas otorgadas por el municipio para su abastecimiento, las políticas comunales de subvención de la construcción de galeras y naves, las normas y excepciones en el arrendamiento de los impuestos públicos, las ampliaciones de la deuda municipal y, en general, la aplicación de la jurisdicción mercantil y territorial de la capital del reino.

UN NEGOCIO FAMILIAR

Llegado al final de sus días, Martí Roís había ordenado de manera minuciosa el legado que dejaba a su descendencia: una empresa mercantil sólida con implantación internacional, un creciente patrimonio inmobiliario y una nada desdeñable inversión en deuda pública. Eso por el lado material. Además, su familia estaba integrada en una tupida trama de parentesco artificial, constituida a partir de la familia Bellpuig y que se extendía por los ambientes elitistas de la comunidad conversa local, y en una más amplia red de sociabilidad profesional y ciudadana, donde compartía el prestigio con sus iguales, si bien aventajaba a muchos de ellos gracias al título de doncel, fruto de la relación que mantuvo con sus parientes turolenses. Un capital social nada insignificante.

Para entonces, también se había preocupado de formar a sus hijos en los entresijos de sus negocios, de manera tal que el patrimonio familiar no sufriera percance alguno con la transmisión hereditaria. La formación de un joven mercader atravesaba varias etapas en aquella época. Iniciada en el ámbito de la privacidad, la casa familiar, donde los niños recibían una formación propedéutica de sus progenitores, podía seguirse una enseñanza de los rudimentos de la escritura y la lectura latinas en las escuelas públicas o con preceptores privados. Para el caso de los jóvenes hijos de comerciantes, esta primera instrucción no era necesaria, ni comprendía el arte mercantil , ya que en Valencia no existían escuelas de ábaco al estilo toscano, centradas en la enseñanza del cálculo aritmético práctico y la contabilidad. 141Por tanto, la práctica del negocio se adquiría en la tienda paterna o en la de un compañero de profesión cercano o, en algunos casos concretos, relacionados con la educación de ciertas élites sociales, mediante la contratación del hijo como aprendiz en empresas mercantiles de otras ciudades, consideradas más centrales en el sistema de intercambios europeo de la época. En el caso valenciano, mediante la formación de los hijos en los escritorios de las compañías barcelonesas. 142Sirva la descripción de la infancia del mercader Miquel Ferrer para facilitar la comprensión de la relación casi natural que había entre la entrada en la vida y la participación en la empresa familiar. Aquel era hijo de Bonanat Ferrer, un comerciante converso que había comenzado su carrera profesional como draper , y de su esposa Benvenguda, y había nacido en 1430, es decir, que pertenecía a la generación de los herederos del banco Roís. Miquel Ferrer, que «vivia mercantívolment comprant e venent moltes robes e senyaladament draps e palmelles per a trametre en Barberia», mantenía ciertos vínculos con el entorno familiar de los Roís. Su padre, Bonanat, probablemente cuando todavía era pañero, había montado una «botigua de draperia a la cantonada del carrer de la porta Nova [...] a la part de la lotja», junto a los Bellpuig, con los que debía estar asociado. Miquel tenía entonces 18 años. Tras su matrimonio en 1451, Miquel había tenido una hija que casaría tiempo más tarde con Lleonard Roís, uno de los parientes turolenses de los banqueros Roís. 143

Entre los testigos llamados en 1473 a declarar acerca de la minoría de edad de Miquel, figuraban antiguos empleados de su padre, como el sastre Pere d’Artés, que «tenia botiga en la botigua del dit en Bonanat Ferrer com lavors ell dit testimoni tenia botigua de sastre en la qual aquell acollia a ell dit testimoni». También el mercader Miquel Conill, que a los siete u ocho años había sido contratado para trabajar con Bonanat, «lo qual lavors usava de ofici de sastre». Sin embargo, «per quant ell dit testimoni hera e és stat e és huy en dia curt de vista, ell dit testimoni no pogué pendre lo dit ofici com no ves prou bé al enfilar de la agulla ne al cosir», razón por la que solo permaneció durante un tiempo con la familia Ferrer. Aun así, el tiempo suficiente para que se encariñara con el crío que, conforme fue creciendo, «tenia molta familiaritat e privadesa en la casa del dit Bonanat Ferrer». También testificó un pariente, un tejedor de seda llamado Manuel Monreal, casado con Francesca, pariente de Bonanat. Entre estos, las amas de leche y algunos vecinos, consiguieron reconstruir la minoría de edad de Miquel Ferrer. Pero aquí nos interesa sobre todo la declaración del baixador Joan Salles, quien había conocido una primera tienda de Bonanat Ferrer situada «a la cantonada de la lotga; y con posterioridad otra botigua de draperia a la cantonada del sabater, ço és, a l’altre cantó de l’altra botigua que solia tenir». Fue en esa época cuando el testigo había observado

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