AAVV - Pensar el poder

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Este libro pretende contribuir a la comprensión de las estructuras de poder de la España decimonónica mediante nuevos enfoques que pongan en cuestión las formas más tradicionales de aproximarse al estudio de esta centuria. Lo que se plantea aquí es una discusión en torno a la articulación del poder político y social en la España del siglo XIX en una escala múltiple que conjuga el nivel del Estado nación con el regional y el transnacional. Se trata al mismo tiempo de reconocer el trabajo de uno de los historiadores que más atención ha dedicado al estudio de la relación entre sociedad y poder durante el siglo XIX: el catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Valladolid Pedro Carasa. El volumen colectivo Pensar el poder se ha concebido como una oportunidad para reflexionar sobre las prácticas de poder en la España liberal.

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La diferencia entre Moncada y Gudiel, si bien se debe tomar con la cautela que impone el que este escriba más de treinta años antes, no es baladí. Lo que se contrapone es un concepto premercantilista, el de Moncada, que se ha venido elaborando desde los años de Mercado y de Ortiz, con una visión clasicista de la comunidad imaginada. Es más, la «inspiración pragmática» de Moncada –como a Olivares– le lleva a pensar en una nueva función de la nobleza que no es ya solo la de la guerra, sino la de educarse en un oficio para el que cree necesario fundar una universidad en la Corte. 33 Se trata de dos formas de entender la misma realidad porque se trata de dos culturas políticas diferentes. Estas pueden llegar a converger. El texto de Moncada parece haber contado con la aprobación del marqués de Villafranca y muy probablemente de otros nobles; de hecho, junto a los de otros pensadores, sirvió para asentar el proyecto político de Olivares. 34 El de Gudiel se extiende en sus últimas páginas sobre el fomento de las «sciencias liberales», que además el duque fomenta en la universidad fundada en Osuna, o sobre la práctica de la «elocuencia» y la «gracia en el decir». 35 Sigue así incluso algunas de las virtudes que Fernán Díaz del Pulgar y F. de Guzmán habían elogiado en los más claros varones de Castilla. Pero no se le atribuye al duque, ni a ninguno de su linaje, el planteamiento práctico de Moncada que anuncia el cambio fundamental que estaba por venir. Es más, el programa de Moncada implica servir al país –su término es la República– o, a lo sumo, al rey, pero a través de la reformación (aun cuando esta se plantee como una restauración, como no podía ser de otro modo). Gudiel habla de la contribución a la fe y a la reconstrucción de España, pero no de servir a España (o ni tan siquiera a Castilla), sino de servir al rey. 36

Se puede entender el contexto en el que escribe Gudiel. Este es muy diferente del de Moncada, lo que acentúa aún más sus diferencias en la imagen de «España». Ciertamente, Gudiel es un catedrático de formación humanística e interesado en halagar a su señor. Su señor se encuentra en plenos problemas económicos, con su hacienda endeudada o a punto de serle embargada. 37 Se está incorporando al mundo de la Corte, que le reporta ingresos extraordinarios siempre que sepa usar su prestigio (el que le puede dar Gudiel) de forma adecuada ante el rey. Y siempre que sepa usar la antigüedad de su linaje (cuyos lazos con los más prominentes linajes de Castilla se subrayan) 38 en el mercado matrimonial de esta. Gudiel escribe para señores que han tenido experiencias transfronterizas y que añoran seguir la cultura de corte que las caracteriza. Moncada viene de la ciudad de Toledo, industriosa y mercantil si bien noble, y le preocupan sus problemas económicos y los del reino. El problema que él quiere arreglar –o por cuyo arreglo quiere que la Corte le dé los privilegios que pide– es un problema de economía política con vistas a «restaurar» los recursos del rey. Su experiencia trans-«nacional» es la de la competencia de los comerciantes genoveses, de los fabricantes de tejidos ingleses y de los comerciantes holandeses y flamencos. Los discursos de ambos autores no podían por menos que resultar –incluido el discurso sobre España– muy diferentes.

Como en otros textos de la época, esta España imaginada no es una evocación neutra de un pasado clásico, sino una trasposición de Castilla. En realidad, esta es también una constante de Moncada –y de otra literatura de la época– para quien «España es república de Reinos», pero quien toma todos sus ejemplos y argumentos basándose en referencias a Castilla. Conviene reseñar este lugar común en el caso de la cultura aristocrática de la época. Gudiel, y no es el único, llega a hablar de «la costumbre de España» para hablar de prácticas y tradiciones estrictamente castellanas. 39 O, en una obra sobre «historias de España», elige solo familias de solar originario castellano y hace poquísimas o nulas referencias a casas con solar en otros reinos, incluso cuando se habla de los otros linajes; algunos de los cuales tenían no pocas conexiones fuera de Castilla, como es el caso de los Almirantes. No era la suya la única posición en este sentido, incluso si nos reducimos al género nobiliario. Poco antes, el geógrafo catalán Francisco de Tarafa escribió una obra sobre las grandes hazañas de los reyes de España y se limitó a una lista de una página de los reyes de Aragón para centrarse en todos los reyes de Castilla desde Túbal a sus días (por no hablar de su «olvido», que queda para comentar en otra ocasión, de las reinas, quienes, obviamente, no encajaban en el título, empezando por Isabel I y su hija Juana). 40

En otro orden de cosas, es evidente que la aristocracia castellana estaba pasando por una necesidad evidente de reconocer equilibrios entre lo local y lo «nacional» o de integración de las distintas coronas. En efecto, el discurso de Gudiel y su prólogo están plagados de referencias a la casa solariega. Lo local debía así compaginarse con esa imagen de la España recuperada. La historiografía ha subrayado esto, e identificado con el concepto de patria , para contraponerlo al concepto, cada vez más flexible, de la «nación» como referente más amplio. 41 El hecho se ha tomado como algo dado en múltiples ocasiones. Pero existen, sin embargo, razones que explican esa persistencia e incluso el reforzamiento de referentes territoriales identitarios superpuestos y, en particular, del solar o casa solariega –un concepto, por cierto, muy claro– con ese concepto moldeable y cambiante de nación.

Hay que tener en cuenta, por una parte, que la gran polémica de los siglos XVI y XVII es la de la forma de demostrar la nobleza, lo que equivale a decir también, la de la forma en que se había obtenido. Desde hacía tiempo Bartolo de Sasoferrato había abogado por la importancia de la nobleza concedida por el rey y su capacidad de asimilarla a la nobleza por antigüedad. El resultado fue una polémica que muchas veces se ha retratado como un debate de principios sociales, pero que implicaba también una lucha política. Esa idea significaba que el rey podía hacer nobles, lo que equivalía a regular la vida social de estos y su prestigio y capital inmaterial, con consecuencias decisivas para el grupo aristocrático, cuya misma definición como élite restringida se veía afectada. Implicaba asimismo que el rey podía hacer ascender en el escalafón nobiliario (que él mismo estaba regulando), pero también en el político, aquellas familias que deseara, con independencia de su antigüedad. 42 En un mundo en el que los nobles se aferraban aún al principio de la justicia distributiva –es decir, que los de más estatus tenían más derecho a las mercedes–, este era un revulsivo de primer orden. Y, basándose en el principio de que la virtú era una cualidad natural que podía ser manifestada en las obras y reconocida por el rey, esto ponía en las manos del monarca un arma de un enorme poder. 43 En este contexto, defender la antigüedad de la nobleza, refiriéndola a un «solar notorio», era, sobre todo por la aristocracia más antigua, una forma de competir en ese mundo del estatus e incluso que el propio rey no la pudiera poner en duda.

Pero, por otra parte, esa polémica, que se extendía a toda Europa, se mezclaba en la península con otra aún más fuerte: la limpieza de sangre; o, lo que es lo mismo, con el valor social de más peso en las estrategias familiares, en el mercado matrimonial y, consecuentemente, en los aspectos centrales de la vida de los nobles y la reproducción de sus linajes y sus economías. Conviene recordar a este respecto que la obra de Gudiel se escribe pocos años después de que empezara a circular y –nada baladí– se dedicara y mandara a Felipe II El tizón de la nobleza , de Mendoza y Bobadilla, en la que se reconstruían los árboles genealógicos de las grandes casas con la intención de hacer ver la contaminación con sangre judía de todos ellos. Ni que decir tiene que los Girón, duques de Osuna, se encontraban muy prominentemente en ese grupo: de hecho, venían directamente de Ruy Capón, el judío más tóxico imaginable para su autor. 44

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