Alex Fernández de Castro - La masía, un Miró para Mrs. Hemingway

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La masía, un Miró para Mrs. Hemingway: краткое содержание, описание и аннотация

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En 1925, Ernest Hemingway regaló a su primera esposa, Hadley, un cuadro de Joan Miró. Se llamaba 'La masía' y mostraba las dependencias de servicio de la casa de verano de Miró en Mont-roig del Camp, Tarragona. Cuando el novelista abandonó a Hadley renunció a 'La masía', pero recuperó la tela en 1934, y ya nunca se separó de ella. A su muerte, el lienzo fue donado por su viuda, Mary Welsh, a la National Gallery de Washington DC. ¿Cómo fue la relación entre ambos artistas? ¿Por qué se sentía tan atraído Hemingway por el cuadro? ¿Qué importancia tuvo para Miró 'La masía' o la casa que lo inspiró? ¿Qué otros pintores interesaron a Hemingway? A éstas y a otras muchas preguntas trata de responder este libro, que también describe el largo periplo del cuadro, desde Mont-roig a Barcelona, pasando por París, Chicago, Florida o La Habana, hasta su destino definitivo en los Estados Unidos.

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En una carta de enero de 1920, Miró escribía a su amigo Ricart, y le preguntaba qué quería que hiciera con sus telas y marcos. Había desalojado el estudio de Sant Pere Més Baix y tenido que llevárselos a su domicilio del Passatge del Crèdit, ya que era inminente su primer viaje a la ciudad de sus sueños, a la capital mundial del arte en esas primeras décadas del siglo XX 16.

7. HADLEY, LA PRIMERA ESPOSA DE HEMINGWAY

En octubre de 1920, poco después de ser expulsado de casa de sus padres, Hemingway conoció a su primera mujer. Se llamaba Hadley Richardson y al igual que él, había sido invitada a pasar unas semanas en casa del hermano de Katy Smith en Chicago. Acababa de perder a su madre, y Katy, que había estudiado con ella en Saint Louis, pensó que unos días de distracción la ayudarían a superar el golpe.

A su lado, el joven escritor pasaría algunos de sus años más felices, padeciendo dificultades económicas, abriéndose camino como novelista. Cuando finalmente logró reunir el dinero necesario, con la satisfacción del que ha conquistado un trofeo largamente codiciado, llevaría «La masía» al apartamento que ocupaba con ella en París. Sus tres siguientes esposas también tendrían ocasión de convivir con la tela de Miró, aunque «La masía» perteneció más que nadie a Hadley, más incluso que al propio Hemingway, ya que éste se la regaló en noviembre de 1925, con motivo de su trigésimo cuarto cumpleaños.

Aunque sufrió mucho en su adolescencia, Hadley, la más pequeña de seis hermanos, había sido una niña alegre y locuaz. Había nacido en Saint Louis ocho años antes que Hemingway, el 9 de noviembre de 1891. Su madre, Florence Richardson, dedicó buena parte de su tiempo al estudio de la religión y las ciencias ocultas. Tan aficionada a la música como Grace Hall, había llegado a tener dos pianos Steinway en una sala de la casa. Hadley nunca compartió su interés por la teosofía o los fenómenos parapsicológicos, pero de todos los hermanos fue la que más talento demostró ante el piano. El esposo de Florence, James Richardson, tenía más encanto y sentido del humor que la madre de Hadley, pero escasa fuerza de voluntad. Aunque había heredado la empresa farmacéutica familiar, carecía de ambición o personalidad para igualar los éxitos de su padre, que también había sido banquero y uno de los fundadores de la orquesta sinfónica de Saint Louis.

Siendo aun una niña Hadley se cayó accidentalmente desde una ventana, y sufrió una lesión de espalda que a punto estuvo de dejarla inválida. A partir de entonces, su madre se mostraría constantemente preocupada por su salud, y acabó convirtiéndola en una joven tímida y retraída.

Cuando tenía doce años, su padre se quitó la vida. Por problemas económicos la familia se había visto obligada a trasladarse a una casa más modesta, y el señor Richardson, que en los últimos años empezó a beber, no resistió la presión. La madre se refugió en los estudios de religión comparada o sesiones de espiritismo y prohibió terminantemente el consumo de alcohol en la casa. Hadley, que estaba a las puertas de la adolescencia, se sentía incapaz de relacionarse normalmente con otros jóvenes. Su madre la había convencido de que la apariencia física no tenía importancia, y hasta el resto de sus días se sintió desvalida a la hora de comprar ropa o elegir un vestido. Además de la confusión y los cambios hormonales típicos de su edad, estaba atravesando lo que ella denominaba una fase de radical sinceridad, y se negaba a conocer a nadie que no le gustara realmente 1.

Durante años consideró hacer carrera como pianista. Sola con su instrumento podía encerrarse en sí misma y evitar el contacto con otras personas. Cuando terminó el bachillerato empezó sus estudios universitarios en Bryn Mawr College, en el estado de Pennsylvania. De pronto sus días se llenaron de animación y de conversaciones hasta altas horas de la madrugada con otras compañeras de facultad, pero dejó los estudios al cabo de un año. Había suspendido alguna asignatura y estuvo enferma parte del tiempo, lo que reafirmó a la madre en su convicción de que nunca podría llevar una vida normal. Tan pronto como se fue de Pennsylvania, Hadley sufrió otra pérdida irreparable: Dorothea, su hermana favorita, trató de sofocar un incendio que se había originado cerca de su casa y murió como consecuencia de las quemaduras.

Mientras tanto, la carrera musical de Hadley se había empezado a convertir en una fuente adicional de decepciones. Durante algún tiempo estudió con un joven pianista que había sido discípulo de Leopold Godowski y de Ferruccio Busoni. Hadley se enamoró de él pero nunca se vio correspondida. Además, empezó a constatar que le faltaba la fuerza física y moral necesaria para triunfar como concertista: «Después de una cierta cantidad de trabajo –le dijo a su biógrafa– empezaba a flaquear físicamente, justo en el momento a partir del cual se producen los logros más importantes» 2.

Durante la Primera Guerra Mundial trabajó en una biblioteca de Saint Louis clasificando libros donados al ejército, y acabado el conflicto, tal vez consciente de que se encontraba en un callejón sin salida, decidió romper su aislamiento y recuperar algo de la alegría que había sentido siendo niña. Tomó unas clases de tenis y comprobó que no se le daba mal, recuperó viejas amistades de la escuela y empezó a frecuentar a gente de su edad. En otoño de 1920, después de una larga enfermedad, perdió a su madre. Había estado cuidándola durante nueve meses, y ahora se encontraba definitivamente sola, además de rendida física y mentalmente. Los dos únicos hermanos que le quedaban estaban casados y habían formado sus propias familias. Fue entonces cuando recibió una carta de su amiga Kate Smith. La invitaba a pasar unas semanas en Chicago, a cambiar de aires y reponerse de todo cuanto le había ocurrido en los últimos meses. Kate viviría en el Arts Club, pero Hadley podía dormir en casa de su hermano Y.K, donde vivía con su esposa y con otros cuatro amigos, y donde sin duda habría espacio para una persona más.

Hadley no tuvo ni un minuto para sentirse sola o triste en Chicago. Tan pronto como se instaló en casa de Y.K Smith tuvo que familiarizarse con sus numerosos moradores, y corresponder a las atenciones de uno en particular, un tal Ernest Hemingway, que a pesar de su evidente popularidad entre las chicas parecía empeñado en conocerla. Agnes, la enfermera que había cuidado de él en Milán, ya había advertido su gran magnetismo entre personas de ambos sexos, más o menos jóvenes. En sus años de bachillerato también había destacado por su carisma, y a pesar de su arrogancia o su carácter competitivo, sus compañeros de estudios habían acabado sucumbiendo al entusiasmo con el que hablaba de cualquier tema, ya fuera boxeo, béisbol, pesca o literatura. Nadie tenía una imaginación más viva que él, ni habría sido posible hallar un mejor compañero de excursiones por el campo o paseos por el lago, a bordo de una canoa 3. Hadley también lo percibió desde el primer instante: era un hombre fuera de lo común, arrollador por su carisma y vitalidad. Le pareció muy guapo y reconoció en él una capacidad de potenciarlo todo a su alrededor, de hacer que cualquier persona o asunto pareciera más interesante, pero en algún momento se preguntó si no le convendría un hombre más discreto y sosegado. Hemingway, en cambio, supo desde el primer día que ambos estaban destinados a una vida en común. Años más tarde, su hermano Leicester lo recordaría afirmando: «inmediatamente me asaltó un sentimiento de gran intensidad. Sabía que era la mujer con la que iba a casarme» 4. En una de las muchas cartas que le escribiría durante los meses siguiente, por su parte, Hadley le confesó lo que pensó cuando se conocieron: «Me sorprendió que yo pareciera gustarte aunque fuera incapaz, dada mi excitación, de hacer nada digno de merecerlo» 5.

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