En las tres semanas que siguieron a aquel primer encuentro, Hadley venció todas sus reservas, pasó la mayor parte del tiempo en compañía de Hemingway y volvió a Saint Louis enamorada. En las cartas que envió durante las siguientes semanas ya daba muestras de poseer las cualidades que tan feliz hicieron a Hemingway mientras estuvieron juntos, y que tanto echaría de menos desde el mismo día en que decidió separarse de ella: disponibilidad absoluta a adaptarse a sus necesidades, humildad, desinterés por las cuestiones materiales, y tanta fe como genuino interés por lo que se refería a la carrera literaria de su futuro esposo. En sus misivas, Hadley alababa la profundidad de sus escritos, su capacidad de tratar los temas más insondables: «Nunca me he sentido demasiado atraída por nadie que no tenga al menos parte de la conexión con las cosas intangibles que tú tienes. Pero tú eres realmente el primero que ha sido capaz de satisfacerme, de completar el maravilloso círculo, intelectual y espiritual». A propósito de su diferencia de edad, que en algún momento había sembrado dudas entre los amigos de Hemingway, le escribiría: «Para las cuestiones importantes, ¿no es cierto que nunca he actuado como alguien mayor que tú?… Me parece que eres un hombre sabio, muy superior a mí en experiencia y capacidad de comprensión… Puedo aprender de ti cada minuto del día, y más todavía».
En una de las cartas que Hemingway le había enviado, éste afirmaba haber apreciado en ella cualidades artísticas, a lo que Hadley respondió: «estoy demasiado cerca de ser una artista como para poder ser feliz sin la presencia, aunque sea sutil, de algún tipo de belleza, pero demasiado lejos como para ser productiva». Hadley consideraba una ventaja haber renunciado a su carrera musical mucho antes de conocer a un creador con el potencial de Hemingway: «Hace algunos años no podríamos habernos casado ni ser felices porque no podría haber consagrado todas mis fuerzas a ti, a quererte y a nada más. Mi ambición o mi pasión por la música me habrían hecho infeliz, porque de haberme casado, no habría sido capaz de satisfacer a ninguno de los dos». Tal vez como muestra de agradecimiento por tanta renuncia y entrega, algunos años más tarde Hemingway le regalaría «La masía».
En diciembre de 1920 él encontró trabajo como editor y redactor en The Cooperative Commonwealth , una publicación mensual cuyo único objetivo era captar inversores para la empresa propietaria, la Cooperative Society of America. El trabajo era poco estimulante, estaba mal pagado y le impedía dedicar tiempo a la literatura. Echaba de menos Italia, había hablado con Hadley de la posibilidad de volver con ella a Europa, y tan pronto como pudo, empezó a ahorrar y a cambiar dólares en liras. Hadley, siempre dispuesta a apoyarle fuera cual fuera su objetivo, creía que Italia sería para Hemingway un lugar inmejorable para consagrarse a su trabajo: «Piensa –le escribió en una ocasión– que en Italia no tendrás más que paz y amor como telón de fondo a la hora de escribir». Los planes de Hemingway cambiaban sin previo aviso, un día le hablaba a Hadley de Italia, y al día siguiente le escribía anunciándole que tal vez fuera mejor ir a Canadá y trabajar para el Toronto Star , o quedarse en Chicago y dirigir una publicación llamada Barchetti’s Weekly . Parecía debatirse entre sus ganas de volver cuanto antes a Europa y sus ansias por asegurarse una estabilidad financiera. Hadley, por su parte, no se mostraba preocupada por la falta de dinero, y apostaba por la solución que le diera a su futuro esposo más tiempo para consagrarse a la literatura: «Realmente valoro tanto tu ambición… que no apoyaré nada que signifique relegar tu trabajo a un segundo plano… Yo creía que ir a Italia, que requiere mucho menos dinero, eliminaba la preocupación por tener que esperar y acumular recursos en lugar de vivir y trabajar, que es lo que queremos… No soy para nada una mujer necesitada de un futuro garantizado» 6.
En otra carta, afirmaba: «Si no hubiera estado convencida de mi capacidad de valerme por mí misma económicamente nunca hubiera permitido que me escogieras como esposa». Hadley era, en efecto, autosuficiente en términos económicos. Tanto de su madre como de uno de sus abuelos había heredado un pequeño capital, que le proporcionaba dividendos por valor de unos dos mil quinientos dólares anuales 7. Mientras estuvieron casados, Hemingway trataría por todos los medios de complementar esos ingresos trabajando como periodista, pero durante épocas enteras ella sería la única que traería dinero a casa.
Fue la madre de Hemingway la que sugirió que la boda tuviera lugar en Michigan. La pareja podría casarse en Horton Bay y pasar la luna de miel en Windemere . Por fin, la fecha quedó concretada. Hemingway y Hadley se convertirían en marido y mujer el 3 de septiembre de 1921, a las cuatro de la tarde.
En total, el noviazgo duró apenas un año, durante el cual Hemingway viajó en alguna ocasión a Saint Louis y Hadley lo visitó a él en Chicago. La mayor parte del tiempo, sin embargo, estuvieron separados, y cuando sintieron la necesidad de aplacar sus miedos o inseguridades, hubieron de conformarse con escribirse. En más de una ocasión los amigos de Hemingway trataron de convencerle para que no se casara, y él mismo se lo hizo saber a Hadley. En una de sus cartas, ésta trataba de despejar sus dudas. Si sus amigos tenían el más mínimo elemento de lógica, le escribió en una ocasión, deberían celebrar que el amor de su esposa pudiera ayudarle de alguna manera: «Somos COMPAÑEROS, Ernest, y si esa panda de desalmados cree que hay algo fatal en nuestros planes, deberían DECIR en qué consiste… Es inútil decir que soy la mujer perfecta para ti, todo esto podría ser un enorme, bendito error. Soy consciente de que no sé nada. Dios no me ha confiado ningún secreto al respecto. Del mismo modo, creo que tampoco les ha dicho nada a ellos» 8.
Hemingway, por su parte, parecía temer que la vida matrimonial le impidiera seguir disfrutando de la naturaleza. En una carta a Bill Smith, escribía: «Uno ama dos o tres ríos más que ninguna otra cosa en el mundo, se enamora, y deja de importarle que los condenados ríos se sequen para siempre. Lo más diabólico es que el campo jamás me había tenido tan atrapado, esta primavera estoy sintiendo su llamada con más fuerza que nunca» 9. Con todo, la perspectiva de pescar con menor frecuencia en el futuro no fue para Hemingway tan dura como los cambios de humor y episodios de ansiedad que sufrió en el transcurso de las muchas semanas que vivió alejado de su amada. Durante su vida adulta Hemingway sería incapaz de pasar demasiado tiempo solo, siempre necesitaría la compañía de una mujer que le proporcionara seguridad en su trabajo y calor durante la noche. En las cartas que le envió desde Saint Louis, Hadley tuvo que emplearse a fondo para contrarrestar el efecto de sus constantes pesadillas: «Ojalá pudiera estar allí para acariciarte y hacerte compañía hasta que el sueño te venciera suavemente. Entonces te besaría con toda dulzura y me iría, aunque no muy lejos, por si volvían los malos sueños» 10. En una ocasión, Hemingway llegó a mencionar el suicido en una de sus cartas. «Qué significa eso? –le escribió ella–. Lo más malintencionado que se me ocurre decirte es que recuerdes que eso me destruiría definitivamente. Tienes que vivir, en primer lugar por ti mismo, y también por mi propia felicidad» 11.
Hemingway llegó a Horton Bay el 28 de agosto, y mientras su madre preparaba la casa de verano para la luna de miel, él se fue a pescar durante tres días. Las horas previas a la ceremonia quedaron inmortalizadas en «Wedding Day», un cuento publicado póstumamente. Nick está en una habitación, vistiéndose en presencia de sus amigos. Todos beben de una botella de whisky. El personaje del cuento, en perfecto control de sí mismo, parece divertirse al constatar el nerviosismo de sus amigos: «Se preguntaba si reaccionarían igual si estuviera a punto de ser ahorcado». Es obvio que al novelista le habría gustado mostrar la sangre fría del protagonista de su relato. Sin embargo, Leicester, su hermano pequeño, aseguraba que al verdadero Hemingway le temblaban las piernas cuando entró en la iglesia 12.
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