Algunas de las obras a las que se refiere Miró en su correspondencia de 1918, fruto de ese largo verano de trabajo paciente y minucioso, son «Fábrica de tejas en Mont-roig», «El surco de las ruedas», de paleta gris y azul celeste, «Huerto con asno», de tonos predominantemente marrones, ocres y verdes, y «La casa de la palmera», dominada por un cielo intensamente azul, libre de nubes, de tonalidad muy similar al de «La masía» y de estilo deliciosamente naïf. En las cuatro telas, el pintor acentúa cada una de las grietas de los muros o paredes, los surcos de los campos, las roderas de los caminos, las hortalizas y hierbas de los huertos, los tomates de las tomateras. Los colores aparecen más atenuados y compensados, los contrastes más limitados. «He eliminado mucho los colores puros –escribe en noviembre– no empleándolos más que en caso extremo» 5.
En octubre de 1918, Miró todavía no había vuelto a Barcelona. Todo el país se hallaba afectado por una epidemia de gripe, y prefirió quedarse en la masía, donde era más difícil contagiarse. En una carta que escribió a su amigo Ricart hacía una descripción pormenorizada de la vida en Mont-roig en otoño, cuando el clima no acompañaba: «El otoño en el campo es estupendo (recuerdo convulsivo de Las estaciones de Haydn)… Desde que vinisteis no he podido trabajar tanto como hubiera querido. He encontrado una tanda de días muy ventosos y hoy ha llovido toda la noche, levantándose el nuevo día muy ventoso. Por otra parte, los días que el tiempo no me permite trabajar en el campo no sé encerrarme en una habitación y hacer un bodegón. Aquí sólo me atrae el campo. Cuando hace viento o está lluvioso paso todo el día entre las cepas y los árboles y corriendo con la escopeta para no cazar otra cosa que algún pájaro. Nada, la cuestión es intoxicarse de este gran optimismo que da el campo» 6.
En noviembre seguía en Tarragona. El pintor había iniciado «Mont-roig, la iglesia y el pueblo», pero no lo pudo terminar a causa de la misma epidemia que le había obligado a posponer su regreso a la ciudad: «…ahora estoy trabajando mucho; el tiempo es muy bueno, y esto me permite pasarme todo el día ante el caballete. El cuadro del pueblo de Mont-roig, que ya veréis a medio hacer, lo he tenido que dejar para ahorrarme ir al pueblo, totalmente invadido de gripe. Como puedes imaginar, he preferido dejar un cuadro sin acabar, a exponerme a que el microbio me visite» 7.
Una vez de regreso a Barcelona, Miró volvió al trabajo en su taller de la calle Sant Pere Més Baix y entre el 17 y el 30 de mayo de 1919 hizo, con la Agrupación Courbet, una exposición de dibujos en las Galerías Laietanes que no fue bien acogida por la crítica. Inmediatamente después, entre el 28 de mayo y el 30 de junio, tuvo lugar la IIª Exposición de primavera en el Palau de les Belles Arts, donde Miró expuso, entre otros cuadros, «La casa de la palmera» y «Huerto con asno». La deriva detallista que había emprendido su obra en los últimos meses desconcertó a los críticos y provocó algunos comentarios negativos. En La Publicidad del 15 de junio, el incansable Joan Sacs escribía: «Descuella la pintura infantilista de Miró, reveladora de una sensibilidad más alta que la del consumero Rousseau a quien parece querer emular. Es de suponer que se fatigue pronto de sus fáciles y agradables scherzos infantilistas…». Aunque muy de pasada, tan sólo Llorens Artigas, en L’Instant , salió en su defensa, cuando afirmaba: «Joan Miró, intrépido accidentalista, hace indignar al público con su detallismo, del que obtiene conjuntos notables» 8.
En una carta, el propio Miró ya había pronosticado la recepción que sus telas tendrían en Barcelona: «El invierno que viene seguirán los señores críticos diciendo que persisto en mi desorientación. Los infelices se alarman ante nuestro zigzag y prefieren la inercia de la gente que ellos dicen orientada» 9.
A finales de junio de 1919 volvió a instalarse en Mont-roig. A los pocos días, escribía una carta en la que demostraba haber olvidado los sinsabores de la ciudad, y estar ya concentrado en los dos cuadros más importantes que ejecutaría ese verano, «Mont-roig, la iglesia y el pueblo», y «Mont-roig, viñas y olivos»: «Desde el día de san Pedro estoy en la masía. La primera semana pasear y hacer el oso. La segunda, la actual, empezar a pensar lo que debería hacer. Ya tengo las telas preparadas; esta tarde o mañana por la mañana empezaré a trabajar como un negro. De momento, por las mañanas continuaré la tela del pueblo de Mont-roig, comenzada el año pasado; por las tardes una gran tela con el paisaje de olivos, algarrobos, vides, montañas (aluvión de luz). Esta tela la podré hacer cómodamente desde mi habitación» 10.
Las misivas del verano del 1919 son un documento pormenorizado de los progresos que hizo Miró en sus dos ambiciosas telas a medida que éstos se fueron produciendo. En una, afirmaba: «Trabajo mucho –todo el día. Continúo la tela del pueblo, y hago otra grande; el paisaje de olivos y algarrobos y vid que se ve desde mi habitación. Con estas dos telas me parece que tengo alimento para todo el verano. La del pueblo la voy depurando tanto como puedo, intentando resolver el mayor número de problemas, para llegar a un equilibrio. La de los olivos no sé cómo acabará, comenzó siendo cubista y ahora se ha vuelto puntillista» 11.
En sus cartas, Miró intercalaba pasajes de gran exaltación del campo con un lenguaje revolucionario, reflejo de su activismo artístico en Barcelona, trufado de conspiraciones y testosterona. El espíritu agresivo y vanguardista de Miró se estaba forjando en compañía de otros correligionarios en oscuros cenáculos de su ciudad natal, pero sobre todo en soledad, a plena luz del día, bajo el inclemente sol de Tarragona, entre árboles centenarios y caminos de tierra, con el único acompañamiento del monótono zumbido de los insectos: «El artista, con un contacto continuado con la vida y la naturaleza, me hace pensar en el hombre de virilidad, sano, con las bolas masculinas cantadas por Walt Whitman en contacto enérgico con la gloriosa matriz del otro sexo y engendrando hombres sanos y atletas…» 12.
Robert S. Lubar, profesor de arte en la New York University y experto en los años de formación de Miró, ha analizado la relación que el pintor tenía con Barcelona, y su neta predilección por el campo de Tarragona: «Miró –escribió en 2001–buscaba rincones remotos y sin explotar de Barcelona y cercanías. En oposición al idilio clasicista del Noucentisme , pintó en 1916 la dilapidada capilla de Sant Joan del barrio obrero de Horta. Un año después esbozó una pequeña calle de Pedralbes paralela al monasterio, el encanto vuitcentista de la cual también evocaría Foix. Cuando la ciudad moderna aparece en las primeras obras de Miró, transmite un sentimiento profundo de pérdida. En «Casas de la Reforma», lienzo de 1916, una figura solitaria pasea un perro en un desolado paisaje urbano. En esta obra quizá haya un contenido autobiográfico concreto, ya que el edificio donde estaba el estudio que Miró compartía con Enric Ricart fue víctima de la continua reforma urbanística de Barcelona, un proyecto noucentista por excelencia» 13.
El cubismo, ausente en los primeros paisajes detallistas del verano de 1918, volvió a hacer su aparición, aunque de forma muy sui géneris, en los dos paisajes de verano de 1919, «Mont-roig, la iglesia y el pueblo», y «Mont-roig, viñas y olivos», que Miró terminó en Barcelona. También en el autorretrato de 1919, que se llevaría consigo a París y que Picasso incorporaría a su colección particular, o en «Desnudo delante del espejo», que empezó en 1918 y terminó un año más tarde. En ningún caso, sin embargo, cabría calificar el arte de Miró de estrictamente cubista, ni en 1919, ni con anterioridad. Tanto en «Autorretrato», como en «Retrato de una niña», también de 1919, el recurso al cubismo resulta menos impactante que la influencia de los frescos románicos, tan admirados por Miró, y tan visible en ambos rostros, el de la niña y el del propio pintor. En 1962, Miró afirmaba que del cubismo había retenido «una necesidad de ceñir la forma cada vez de más cerca, y una especie de disciplina espiritual» 14. En otra entrevista lo expresaba en términos distintos: «Me sometí a la disciplina cubista para hacer músculos… Creo que la pintura es como la danza, antes de hacer una cabriola hay que tener buenos abdominales… soy temerario, pero no quiero suicidarme. Cuando camino por la cuerda floja es porque sé que la puedo pasar… Como en ese momento tenía la impresión de que no veía la forma, con el cubismo quise aprender a verla» 15.
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