El 2 de marzo envió una primera postal desde la orilla del Sena, en la que anunciaba: «Sólo yendo por la calle ya he visto a Sisley y a Morisot. Esta mañana hemos ido con Ricart a casa de Picasso. Nos ha recibido muy bien en su taller; hemos visto todo lo que hacía, y nos ha enseñado muchas esculturas de arte negro y dos telas de Rousseau» 11. La madre de Miró era amiga de la de Picasso, y una de sus tías, llamada Magdalena, era la madre de Jaume Sabartés, amigo de infancia y secretario personal de Picasso desde 1935. En el transcurso de unas entrevistas que concedió para una película sobre Picasso, realizada por Michael Blackwood en 1980, Miró afirmaba: «Fui a visitarle porque unos días antes de marcharme visité a su madre… de hecho, antes de conocer a Picasso había visitado durante varios años a su madre, a causa de la veneración que sentía por él… de modo que le dije ‘me voy tal día a París; si quiere algo para su hijo’… y entonces su madre me dio una ensaimada. Al día siguiente de mi llegada a París, cogí la ensaimada y fui a verle. En aquel entonces vivía en el número 21 de la calle Boétie, muy cerca de su marchante Paul Rosenberg. Llamé y le di la ensaimada. Me recibió muy bien y quedamos en vernos en otra ocasión. Fue el primer round … En cuanto llamé al timbre, vi frente a la puerta un retrato de mujer pintado por Rousseau que Picasso poseía desde hacía muchos años. Lo compró por cinco francos en el Marché aux Puces…» 12.
Esta primera estancia en París puede considerarse una aproximación, por parte de Miró, al escenario de su consagración. Durante los próximos meses se alojaría en el Rouen, un hotel modesto, situado en el n.13 de la Rue Notre Dame des Victoires, en la orilla derecha del Sena, no muy lejos del Louvre. El propietario del Rouen ofrecía tarifas especiales para los huéspedes procedentes de Barcelona, ya que tenía una hija casada con un catalán 13. En el transcurso de las siguientes semanas Miró se pasearía mucho, visitaría muchos museos y por esta vez habría de conformarse con ser, a pesar de sus firmes propósitos antes de partir de Barcelona, más espectador que actor.
En la primera carta extensa que escribió se mostraba deslumbrado por todo cuanto veía: «París, admirable; sol rosa y el Sena con niebla de beso. Pátina gris de los viejos edificios. Musical habla de las parisinas. Máxima educación y afabilidad». En la misma misiva enumeraba los museos que había visitado: « Musée Rodin. Femme nue de Renoir, divino. Van Gogh, estupendo. Rodin nos marea. Musée du Luxembourg. En la colección Caillebotte: Renoir siempre divino. Manet ( Le balcon ) superando a los castellanos (los formidables). Sisley, exquisito. Pissarro, un pintorazo. Monet, muy bien representado. Berthe Morisot, sensibilísima… Exposición Rosenberg , obras de Picasso y Charlot» 14.
Muy pronto, el joven pintor empezó a dar señales de parálisis. Tanta belleza lo había abrumado: «Yo aquí apenas trabajo; no es posible. Siento que un mundo nuevo se abre en mi cerebro» 15. «El tiempo pasa fantásticamente deprisa. El Louvre, los Museos, todo París me tiene completamente absorbido, y naturalmente que cuando vuelvo de noche al hotel, estoy desbordado. La portentosa pintura que aquí se puede ver, la maravilla de la luz finísima de aquí, el Sena, divino, los jardines ordenados y la charme de estas exquisitas parisienses nos sorben completamente, cuando llevamos dentro sensibilidad y un cerebro que trabaja» 16. «Me paso todo el día en los museos y viendo exposiciones. Usted ya me conoce, ya sabe que incluso antes de moverme de Barcelona cada obra que comenzaba era para mí empezar a pintar de nuevo, con nuevos problemas y con nuevas sensaciones. Imagínese ahora, que he visto todo este bien de Dios! Por otra parte, ya sabe que mi mano no es ágil (doy gracias a Dios, más vale esto que cerebro pesado y mano ligera)… Admiro (con esta admiración de cosa de circo, comer con los pies o caminar con las manos) las glaciales gentes que al llegar a París dibujan con la misma tranquilidad… Almas de hielo, que no han sentido este fuego de la pasión y que darán frutos raquíticos» 17.
Para no perder la disciplina del trabajo se inscribió como alumno en las clases de dibujo de l’Academie de la Grande Chaumière, escuela privada de Bellas Artes, fundada en Montparnasse por el pintor catalán Claudi Castelucho en 1904 18. En medio de tanto desconcierto, prevalecía en Miró, a pesar de todo, el convencimiento de que la obra de los jóvenes pintores catalanes, los de su generación, era superior a la de sus contemporáneos franceses: «La joven pintura catalana es infinitamente superior a la francesa; tengo absoluta confianza en la intervención salvadora del Arte Catalán. ¿Cuándo permitirá Catalunya que los artistas puros puedan ganar lo justo para comer y pintar?» 19.
Para Miró, uno de los pecados capitales de los artistas franceses era la avaricia, que se hubieran comercializado en exceso. En algunas de sus cartas, se preguntaba si no serían positivas, a pesar de todo, las penurias a las que se veían sometidos los jóvenes artistas de Barcelona: «Esta aspereza con que Catalunya trata las cosas del espíritu puede que sea un calvario redentor» 20. «Tal vez esta falta de protección sea para nosotros una disciplina saludable. Así, después de este dolor y menosprecio seremos más puros» 21. Ni el propio Picasso se salvaba de las sospechas del joven pintor: «Picasso, muy fino, muy sensible, muy pintor. La visita que le hicimos al taller hace decaer el espíritu. Todo está hecho para el marchante, para la peseta…. parece que vamos a visitar a una bailarina que tiene diversos amantes… Los franceses (y Picasso!) están perdidos porque se encuentran el camino allanado y pintan para vender» 22.
Estas impresiones negativas acerca de Picasso, probablemente fruto del estupor que debió de provocar en un espíritu tan puro el volumen de negocio que el arte generaba en París, son una excepción entre las palabras, invariablemente elogiosas, que dedicó al pintor malagueño a lo largo de su vida. De hecho, Miró siempre le mostró devoción. En las entrevistas para la película de Michael Blackwood afirmaba: «idealizaba todo su trabajo. Ya desde la Primera Guerra Mundial, todos los muchachos del Cercle de St. Lluc estaban fascinados por su obra cubista». La primera vez que lo vio en persona en el Gran Teatro del Liceo, en noviembre de 1917, con motivo del estreno en Barcelona del ballet «Parade», con decorados y vestuario de Picasso, ni siquiera tuvo el valor de acercarse a hablar con él. Esta oportunidad perdida, sin embargo, le recompensó de la forma más insospechada: «No me atrevía a saludarle cuando vino con el ballet Ruso –recordaba Miró para la película de Blackwood– y su madre se enfadó un poco: ‘¿Por qué no ha ido a verle?’, etc… Recuerdo muy bien que un día su madre vino y dijo: ‘mira, te voy a mostrar algo’, Picasso vivía con Olga en un hotel, pero él iba todas las mañanas a casa de su madre para afeitarse e hizo un autorretrato ante el espejo con la crema de afeitar…» 23.
En mayo de 1920, Miró seguía sin noticias de la exposición que Dalmau le tenía que organizar en la capital francesa. En una carta a Ràfols fechada el día 8, escribía: «Desde su marcha, no he sabido ningún otro detalle de sus gestiones, así que todavía no sé cuándo expondré» 24. Por fin, el 29 del mismo mes, anunciaba: «He aplazado mi exposición en París hasta la próxima temporada; tendré muchas más puertas abiertas que me darán muchas más facilidades, y podré exponer cosas hechas después de esta época de estancia en París, telas que gente muy considerada aquí espera ver con interés» 25.
Miró dio por concluido este primer asalto a la capital mundial del arte sin haber iniciado una sola pintura o dibujo. En su correspondencia, había dado avisos constantes de lo que pensaba hacer tan pronto como llegara a casa; volver al campo y ponerse de nuevo a trabajar: Ya en Mont-roig, en una carta a Picasso, Miró desvelaba en pocas palabras el plan que se había trazado para el futuro, y la importancia que otorgaba a cada uno de los escenarios de su vida hasta ese momento: «He pasado unos días en Barcelona. Efecto, después de haber vivido en París, muy aplastante. La intelectualidad vive con 50 años de retraso, y los artistas hacen el efecto de aficionados. ¡Carencia de temperamento y muchas pretensiones!... Conforme, con V., en que para ser pintor hay que quedarse en París. Puede que aquí nos digan ¡malpatriotas! Europa y el campo. Dos excitantes a nuestra sensibilidad y cerebro. Es más patriota nuestra actuación en el extranjero que los que actúan dentro de su casa, sin vistas al mundo. Acabo de llegar al campo y dispuesto a empezar a trabajar fieramente. Unos meses aquí y luego otra vez ¡a París!» 26.
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