Alex Fernández de Castro - La masía, un Miró para Mrs. Hemingway

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La masía, un Miró para Mrs. Hemingway: краткое содержание, описание и аннотация

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En 1925, Ernest Hemingway regaló a su primera esposa, Hadley, un cuadro de Joan Miró. Se llamaba 'La masía' y mostraba las dependencias de servicio de la casa de verano de Miró en Mont-roig del Camp, Tarragona. Cuando el novelista abandonó a Hadley renunció a 'La masía', pero recuperó la tela en 1934, y ya nunca se separó de ella. A su muerte, el lienzo fue donado por su viuda, Mary Welsh, a la National Gallery de Washington DC. ¿Cómo fue la relación entre ambos artistas? ¿Por qué se sentía tan atraído Hemingway por el cuadro? ¿Qué importancia tuvo para Miró 'La masía' o la casa que lo inspiró? ¿Qué otros pintores interesaron a Hemingway? A éstas y a otras muchas preguntas trata de responder este libro, que también describe el largo periplo del cuadro, desde Mont-roig a Barcelona, pasando por París, Chicago, Florida o La Habana, hasta su destino definitivo en los Estados Unidos.

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Son notables, en efecto, las diferencias entre unos cuadros y otros. «Ermita de Sant Joan d’Horta», «Prades, el pueblo», «Mont-roig el río», o dos de las tres telas ejecutadas en Siurana, «Siurana, la iglesia» y «Siurana, el camino», son cuadros de colorido decididamente fauve , con algún elemento ligeramente cubista. «Calle de Prades» y «Siurana, el pueblo» tienen tonos más apagados y repetitivos, el primero de gamas más verdes y azules, el segundo de tonalidades más ocres, verdes o marrones, como en un Braque o un Cézanne. Por último, «Mont-roig, el puente» parece anunciar las telas que Miró ejecutará el verano siguiente, mucho más minuciosas y detallistas. Como justificando esa variedad de estilos, en la ya mencionada carta de septiembre de 1917, Miró había escrito: «Es remarcable, tristemente, ver que un hombre sea el mismo cuando vive en un paisaje, pueblo y montañas, agriamente estructuradas, que cuando vuela por un paisaje en el que todo es lirismo de color y música. Todo lo conmueve igual, habla de la misma manera y es el mismo, pinta igual… El hombre opuesto, el que en cada árbol y en cada trozo de cielo ve un problema diferente, este es el hombre que sufre, quien siempre camina y nunca puede sentarse, es quien siempre va cayendo y se levanta siempre de nuevo… siempre dice aún no, aún no tengo bastante …» 3.

El peso de Matisse, Van Gogh, Cézanne, Gleizes o Van Dongen es indiscutible en la obra que realizó Miró entre los años 1914-1917. Pasó aquella primera época en terreno de nadie, tomando prestado de aquí y de allá. De forma indiscriminada se sirvió del puntillismo, de la estridencia cromática del fauvismo o del cubismo, que nunca llegó a adoptar del todo. En cualquier caso, como si intuyera que algún día daría con un estilo personal, se mostraba convencido de que el deber de todo pintor era encontrar una voz propia, más allá de toda escuela o tendencia. «El arte que vendrá –escribía en 1917– después del grandioso movimiento impresionista francés y de los liberadores movimientos postimpresionistas, el cubismo, el futurismo, el fauvismo, tiende a emancipar la emoción del artista y a darle una absoluta libertad. Creo que mañana no tendremos ninguna escuela acabada en «ismo»… Al espíritu libre cada cosa de la vida le producirá su diferente sensibilidad, y querremos ver, tan sólo, a través de la tela, la vibración de un espíritu, vibración muy heterogénea» 4.

A la hora de enfrentarse al modelo femenino en las escuelas de Barcelona, los dibujos, inicialmente dominados por los volúmenes y las sombras, fueron dando paso a retratos más esquemáticos, vacíos y decididos, con líneas de inspiración cubista. Los cuadros también siguieron una tendencia progresiva hacia la concreción o la simplificación. En las telas de 1914, como «El botijo» o «Mas d’en Poca», una de las masías contiguas al Mas Miró de Mont-roig, los motivos tan sólo se intuyen entre vahos de color, son apenas espectros difusos: «A la edad de veinte años –recordaba el propio Miró– hice pintura divisionista, como en la tela «El Pagés», de 1912. Sólo veía una irradiación de la forma en el espacio, los colores eran como cohetes. El color, en suma, desaparecía, y se convertía en fuegos de artificio» 5. Mucho más definidos son otros paisajes de Mont-roig, como uno de 1914, hoy en manos de un coleccionista japonés, claramente puntillista 6; otro de 1916, titulado «La playa de Mont-roig», de pinceladas violentas, donde los elementos más destacados son un velero y un pino de copa ovalada, o un tercero, de 1916, titulado «Mont-roig. Sant Ramon». En este último, el motivo es uno de los rincones favoritos del pintor, una ermita con aspecto de bunker, encaramada a uno de los precipicios de la montaña de piedra rojiza que se alza a las afueras de Mont-roig. Algunos metros más abajo hay otra ermita de mayor tamaño, la de Mare de Déu de la Roca, donde en diferentes épocas ha sido posible dormir y comer por poco dinero. A Miró le gustaba recorrer a pie el largo camino que discurría entre la casa de sus padres y la ermita. Era un paseo considerable, con una fuerte cuesta arriba en su parte final, que en su vejez haría en coche, acompañado por Francesc Solé, su fiel chófer, a quien todo el pueblo llamaba Lo Rumàtic . «Mont-roig. Sant Ramon» parece una composición cubista, pero es mucho más figurativo de lo que pueda imaginarse. Desde la base de la cima sobre la que está edificada la ermita se hace difícil determinar hasta qué punto es una creación de Cézanne o de Picasso, y hasta dónde una prolongación natural de la montaña, tan castigada por la erosión y rica en aristas, cuevas u orificios.

La primera exposición individual de Miró tuvo lugar entre el 16 de febrero y el 3 de marzo de 1918, en el sótano de la galería que Josep Dalmau tenía en el número 18 de la calle Portaferrissa. Colaboró en la organización de la muestra Pere Mañach, que había sido marchante de Picasso. Se expusieron 64 pinturas y dibujos, ejecutados entre 1914 y 1917 7. Con anterioridad, el público de Barcelona sólo había tenido ocasión de ver cuatro telas de Miró. La primera el 20 de julio de 1911, en la VI Exposición Internacional de Arte, donde había conseguido mostrar «Roquis de Miramar (Mallorca)». Otros tres cuadros suyos habían sido incluidos en diciembre de 1913, en la VIIIª exposición colectiva del Cercle Artístic de Sant Lluc en la galería Parés 8.

En aquella primera muestra individual en la Galería Dalmau no se vendió un solo cuadro. Más tarde, para que Miró pudiera permitirse un primer viaje a París, que esperaba realizar un año más tarde, Dalmau adquirió el fondo completo. A modo de catálogo, se editó un díptico con la relación de las obras publicadas, y un caligrama en la portada, obra de Josep María Junoy, que jugaba con las iniciales del apellido Miró (forta pictòrica Matèria Impregnada d’una Refractabilitat cOngestionant / fuerte pictórica Materia Impregnada de una Refractabilidad cOngestionante).

Coincidiendo con el inicio de la muestra, Miró escribió en una carta que Barcelona estaba «en estado de guerra: No en vano han tolerado que Miró exponga en Dalmau» 9. Para expresar su oposición a la muestra, un grupo anónimo le envió una carta abierta, que firmaban «los visitantes congestionados», y que criticaba duramente las obras expuestas: «¡Mire que es malo, todo aquello, señor Miró!... vaya a aprender a dibujar y haga narices, muchas narices, y sobre todo… no pinte; pinte paredes, pero no ensucie telas, porque se hará más cubista que rico» 10. Alguien fue incluso más lejos, y destruyó alguna de las obras expuestas. Miró lo contaba hacia el final de su vida, en una entrevista que concedió en 1978: «Mi primera exposición en Barcelona, a principios de 1918, tuvo lugar en la Galería Dalmau (¡formidable tipo, Dalmau, loco, genial, previsor, aventurero!) y constituyó un rotundo fracaso, del que, no obstante, saqué una clara enseñanza: la gran capacidad de provocación, de irritación, que lleva consigo una cosa tan inocente, en apariencia, como la pintura. En aquella lejana exposición barcelonesa, la ira indujo a alguien a destruir algunos de mis cuadros. Desde entonces, he estado siempre por la agresividad» 11.

Las reseñas publicadas por la crítica fueron dispares. Desde las páginas de El Liberal , Antonio Vallescà afirmaba: «Pocas veces se habrá dado a conocer un artista con tanta impetuosidad y tan vivas muestras de inquietud… En el conjunto de obras expuestas, muéstranse ostensiblemente las tendencias y preocupaciones del autor hacia todas las variantes de la pintura ultramoderna. … Sin embargo, por encima de todas esas modalidades…. afírmase rotundamente un temperamento de pintor». Otro de los partidarios de Miró era J.V. Foix, que en Trossos escribía: «Entre aquellos que dirigen sus esfuerzos a despertar una nueva sensibilidad… diremos el nombre de los nuestros: JOAN MIRÓ ES DE LOS NUESTROS».

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