Alex Fernández de Castro - La masía, un Miró para Mrs. Hemingway

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La masía, un Miró para Mrs. Hemingway: краткое содержание, описание и аннотация

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En 1925, Ernest Hemingway regaló a su primera esposa, Hadley, un cuadro de Joan Miró. Se llamaba 'La masía' y mostraba las dependencias de servicio de la casa de verano de Miró en Mont-roig del Camp, Tarragona. Cuando el novelista abandonó a Hadley renunció a 'La masía', pero recuperó la tela en 1934, y ya nunca se separó de ella. A su muerte, el lienzo fue donado por su viuda, Mary Welsh, a la National Gallery de Washington DC. ¿Cómo fue la relación entre ambos artistas? ¿Por qué se sentía tan atraído Hemingway por el cuadro? ¿Qué importancia tuvo para Miró 'La masía' o la casa que lo inspiró? ¿Qué otros pintores interesaron a Hemingway? A éstas y a otras muchas preguntas trata de responder este libro, que también describe el largo periplo del cuadro, desde Mont-roig a Barcelona, pasando por París, Chicago, Florida o La Habana, hasta su destino definitivo en los Estados Unidos.

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1905 fue un año de importantes cambios en el hogar de los Hemingway. El padre de Grace contrajo una gripe que degeneró en nefritis, y cuando murió, Grace decidió vender la vieja casa y construir otra, mucho más amplia y costosa. Después de leer algunos libros sobre arquitectura se implicó a fondo en el diseño del nuevo domicilio, que sería erigido en la esquina de Kenilworth Avenue con Iowa Street. El verano de 1906 se quedó en Oak Park supervisando las obras mientras el resto de la familia veraneaba en Windemere , y en agosto, el doctor Hemingway llevó a los niños de vuelta a Chicago para que pudieran hacer el traslado, a tiempo para el inicio del nuevo curso escolar. La casa tenía un amplio sótano, ocho dormitorios, una cocina con armarios empotrados (un concepto revolucionario en la época), sala de estar, un despacho donde el doctor podría visitar a sus pacientes, y sobre todo una imponente sala de conciertos, con las mejores condiciones acústicas de la época, cinco metros de altura y dos pisos. Hasta trescientos invitados llegaron a ocupar su interior para presenciar alguno de los recitales de Grace 15.

No contenta con la nueva casa de Oak Park, en 1919 Grace decidió construirse una pequeña edificación en lo más alto de un terreno adicional que la pareja había comprado a la orilla de Lake Walloon. Los siguientes veranos siempre encontraría alguna excusa para cruzar el lago, y pasar en su nuevo retiro días enteros en soledad, alejada del bullicio familiar de Windemere. En una carta escrita en aquella época se defendía de los reproches de su esposo, alegando que pensaba pagarse ese nuevo capricho con su propio dinero, y que en ese momento de su vida necesitaba un lugar donde refugiarse. En su autobiografía de 1962, Marcelline la recuerda diciendo: «Valdrá la pena vivir sin agua ni comida para disfrutar de paz, silencio, y un lugar donde poder estar sola. Os quiero mucho a todos, pero ocasionalmente, necesito descansar de todos vosotros para poder seguir adelante» 16.

En lugar de contribuir con su dinero al presupuesto familiar, Grace seguía incurriendo en gastos que el doctor Ed y el propio Hemingway consideraban innecesarios. En alguna de las cartas a su primera esposa, Hemingway afirmaba que al invertir todos sus ahorros en aquella segunda residencia en Lake Walloon, su madre le había privado de una educación en Princeton 17. En la colección de relatos titulada Men Without Women , publicada en 1928, el novelista incluyó un relato en el que insinuaba que, con el pretexto del traslado a la nueva casa de Oak Park, su madre había destruido sin permiso objetos personales de su padre, de enorme valor sentimental. En el cuento, ambientado en la Primera Guerra Mundial y titulado «Now I Lay Me», un teniente de los Estados Unidos llamado Nick sufre de insomnio, y en la oscuridad de una fábrica de seda a algunos kilómetros del frente italiano rememora el ático de la casa donde había nacido, donde su padre aún conservaba unos frascos de formol, en los que había sumergido serpientes y otros animales encontrados en el transcurso de sus excursiones por el campo. Parte del alcohol se había evaporado con los años, y el teniente recordaba la piel blanca de las culebras, que había quedado parcialmente al descubierto. El protagonista del cuento recuerda que después de la muerte de su abuelo se trasladó a una casa que su madre había diseñado. Las cosas que no debían trasladarse al nuevo domicilio fueron quemadas en el jardín, y el teniente evoca los frascos del ático en el centro de la hoguera, cómo se inflamaba el formol, y cómo ardían las serpientes en el fuego. No puede asegurar quién quemó todo aquello, pero sí recuerda que su madre se pasaba la vida limpiando y tirando cosas. Un día, mientras su padre se encontraba de caza, su madre hizo limpieza en el sótano, y encendió una gran hoguera en la calle. A su vuelta, el padre se acercó a la fogata, apartó algunas cenizas con el pie, y le pidió a Nick que trajera un rastrillo. Empezó a remover entre las brasas, y retiró hachas y cuchillos de piedra, puntas de flecha y fragmentos de cerámica. Más tarde lo extendió todo cuidadosamente sobre la hierba, y lo depositó sobre un papel de periódico. «Las mejores puntas de flecha están hechas añicos», le dijo el padre apenado 18.

No sería justo basarse únicamente en la perspectiva de Hemingway para juzgar a Grace Hall o a Ed Hemingway. El odio que el novelista profesaba a su madre no era compartido por todos sus hermanos. En general, las niñas tendían a juzgarla con mayor condescendencia que Ernest o Leicester. En 1979, Carol Hemingway, la más pequeña de la familia, le dijo a Bernice Kert: «Si había un desequilibrio era que mi padre estaba enamorado en mayor medida que ella de él. No es que ella no lo quisiera, pero tenía una mayor confianza en sí misma. Tenía un gran sentido de libertad, asociado a una gran seguridad. Tal vez él la necesitara más, es posible que incluso la admirara en ocasiones, pero ella dependía de él por su solidez» 19. Tampoco sería justo pensar que el padre estaba libre de defectos. En ocasiones el doctor Hemingway se desahogaba con sus hijos, y expresaba su propia infelicidad con repentinos cambios de humor, que degeneraban en desproporcionados castigos y reprimendas a sus hijos. En su autobiografía, Marcelline afirma: «Los hoyuelos y la encantadora sonrisa de mi padre podían transformarse en un instante… A veces el paso de la alegría a la severidad era tan abrupto que nos cogía desprevenidos… papá nos podía tener sentados a su regazo, riendo y hablando, y un minuto después, a causa de algo que alguien había dicho o hecho, nos mandaba a nuestra habitación o nos dejaba sin cenar. A veces nos azotaba con violencia… Y después del castigo, siempre nos decía que nos pusiéramos de rodillas, y que le pidiéramos a Dios que nos perdonara» 20. El propio Hemingway reconocía lo injustificado de los arrebatos de ira del doctor en «Fathers and Sons», pero seguía sin perdonar a la madre cuando afirmaba, a través de su alter ego, Nick Adams, que su padre había sido «cruel y víctima de maltratos al mismo tiempo».

Miró reflejó en «La masía» una sensación general de alegría y ligereza. La casa de Mont-roig donde pasaba los veranos parece un universo mágico, eternamente bañado por un sol benigno y transparente. En el cuadro, la actividad agrícola nunca se detiene, las plantas crecen y dan sus frutos, los animales corretean libremente y se reproducen. Hemingway, en cambio, transmitió una imagen más gélida y sombría de los espacios naturales de Michigan, de la casa o el lago donde transcurrieron sus primeras vacaciones estivales. En sus relatos, son escenario de frecuentes tragedias, inconcebibles por su brutalidad. En «Now I Lay Me», Nick Adams, traumatizado por una herida sufrida en combate, teme a la oscuridad, y aunque a ratos consigue rememorar días felices de pesca junto al río, hay días en los que le asaltan los más negros recuerdos de infancia. ¿Es posible que Hemingway se alimentara del optimismo y la ingenuidad que desprende «La masía» como el insomne que, para mantener a raya sus demonios, se aferra a la promesa de un nuevo día sin rastro de nubes?

4. PRIMEROS CUADROS, PRIMERAS CRÍTICAS, 1914-1917

El verano de 1917, transcurrido como de costumbre en Mont-roig, entre paseos por el campo, gimnasia en la playa y largas horas de trabajo frente al caballete, fue especialmente productivo para Miró. En unos meses iba a celebrar su primera exposición individual en las Galerías Dalmau, y redobló sus esfuerzos para tener obra suficiente. «Este verano –escribía desde Tarragona a mediados de septiembre– he trabajado mucho y he conocido muchos pueblecitos y montañas. He trabajado siempre en paisaje, a excepción de una joven de Ciurana y unas mujeres sentadas, jugando a las cartas. Todo lo otro, pinturas de paisaje, de emoción muy diferente la una de la otra y de ejecución también diferente» 1. Ya en Barcelona, el 1 de octubre, escribía otra carta, anunciando que había completado catorce telas, y que todas ellas cabrían en la galería de Dalmau: «me parece que son interesantes, aunque todas ellas inacabadas. Me parece que cuando tenga 70 años comenzaré a hacerlo bien» 2.

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