Alex Fernández de Castro - La masía, un Miró para Mrs. Hemingway

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La masía, un Miró para Mrs. Hemingway: краткое содержание, описание и аннотация

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En 1925, Ernest Hemingway regaló a su primera esposa, Hadley, un cuadro de Joan Miró. Se llamaba 'La masía' y mostraba las dependencias de servicio de la casa de verano de Miró en Mont-roig del Camp, Tarragona. Cuando el novelista abandonó a Hadley renunció a 'La masía', pero recuperó la tela en 1934, y ya nunca se separó de ella. A su muerte, el lienzo fue donado por su viuda, Mary Welsh, a la National Gallery de Washington DC. ¿Cómo fue la relación entre ambos artistas? ¿Por qué se sentía tan atraído Hemingway por el cuadro? ¿Qué importancia tuvo para Miró 'La masía' o la casa que lo inspiró? ¿Qué otros pintores interesaron a Hemingway? A éstas y a otras muchas preguntas trata de responder este libro, que también describe el largo periplo del cuadro, desde Mont-roig a Barcelona, pasando por París, Chicago, Florida o La Habana, hasta su destino definitivo en los Estados Unidos.

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Al contrario que tantos otros cabezas de familia de la burguesía catalana, el señor Miró se negó a pagar para que su hijo pudiera librarse del servicio militar así que desde 1915 y hasta 1917, Miró se vestiría de soldado cada año por espacio de unos tres meses. La militar era, junto con la eclesiástica, una de las pocas salidas profesionales que podrían permitirle en el futuro ganar un sueldo y pintar simultáneamente: «Para ganarme el pan y pintar al mismo tiempo –recordaba muchos años más tarde– mi familia me aconsejaba que me hiciera monje o militar» 46. Mientras tanto, su madre, que en palabras del propio Miró acabaría interesándose mucho por su trabajo, lloraba al ver que seguía un mal camino, y su hermana le daba dinero a escondidas para que pudiera coger el tranvía, ya que el poco dinero que tenía se lo gastaba en tubos de color 47.

3. VERANOS DE NIÑEZ EN LAKE WALLOON

«La masía» es la representación de un lugar mítico, cargado de recuerdos felices y de significado para Miró. Cuando Hemingway lo contemplaba, ¿le transportaba hasta el escenario de sus propios veranos de niñez y de juventud? En un libro de reciente aparición sobre la colección de pintura de Hemingway, una descendiente del escritor, Colette C. Hemingway, afirma: «Cualquiera que intente identificar qué llevó a un individuo a adquirir una cierta obra de arte se arriesga siempre a interpretar erróneamente una elección privada, a afirmar algo que nunca fue cierto. El hecho es que cualquier persona puede adquirir un cuadro o una escultura por casualidad, por un capricho, por una atracción inmediata o después de una cuidadosa reflexión» 1. Tratar de imaginar qué veía el escritor en «La masía» es adentrarse, efectivamente, en el terreno de la especulación. Sin embargo hay afinidades evidentes entre su biografía y la de Miró, y aspectos del cuadro, como la temática o los acontecimientos que llevaron al artista catalán a representar la casa de Mont-roig, que por fuerza debían parecerle a Hemingway un reflejo de sus propias vivencias, circunstancias familiares o inquietudes personales.

Hemingway, nacido como Miró en un medio urbano y conservador e igualmente fascinado por la naturaleza, tuvo que saber o intuir que «La masía» era el testimonio de la devoción de un hombre de ciudad por el campo de Tarragona. Cuando compró el cuadro ya había viajado extensamente por la península ibérica, y el propio pintor, al que tuvo ocasión de conocer, pudo hablarle personalmente sobre la casa y el paisaje que lo había inspirado, así que la escena descrita en la tela debió de resultarle familiar y comprensible, mucho más allá de lo que hubiera podido valorar a simple vista. Aun así, cabe preguntarse qué le hizo apreciar hasta tal punto la estampa rural de Miró, cuando tan poco tenía en común Mont-roig con los lagos y montañas donde Hemingway había aprendido a pescar y a cazar, en el transcurso de los muchos veranos que pasó con sus padres y hermanos en Michigan. Donde el otoño llega sin avisar, y el sol, no mediterráneo sino boreal, apenas luce unas horas en invierno sobre un permanente manto de nieve; donde en verano nunca se agotan las reservas de agua dulce, y la gente utiliza canoas u otras embarcaciones ligeras como medio de transporte; donde ni siquiera en los días más calurosos adoptan las ramas de los abetos el aspecto descolorido y sediento de los pinos del litoral catalán.

Hemingway, seis años más joven que Miró, nació el 21 de julio de 1899 en Oak Park, Illinois, una población de extrarradio de Chicago, conectada con la ciudad, a principios del siglo XX, por dos líneas de tren. Protestante, puritana y clasista, Oak Park tenía tantas iglesias que había quien la llamaba Saints’ Rest , «el lugar de descanso de los santos». La comunidad, que carecía de ciudadanos de color, había prohibido el consumo de alcohol desde la década de los 70 del siglo XIX. En 1901, sus habitantes quisieron deslindarla del vecino municipio de Cicero, al que siempre había pertenecido, porque en años anteriores había sido invadido por católicos de clase trabajadora, partidarios de la existencia de locales donde se sirvieran bebidas alcohólicas 2.

La madre de Hemingway se llamaba Grace Hall. Mujer hedonista y consentida, alta y voluminosa, había nacido en Chicago pero era descendiente de ingleses, tal y como delataban sus ojos azules y tez blanquecina. El padre de Grace presumía de tener músicos de gran talento entre sus antepasados, y aunque había nacido en Londres, las dificultades económicas lo habían empujado a cruzar el Atlántico y trasladarse a Dyersville, Iowa. Durante algunos años, Ernest Hall hizo trabajos esporádicos a la orilla del Mississippi, luchó en la Guerra Civil con el ejército de la Unión, y cuando fue herido de bala en circunstancias nunca del todo esclarecidas (se rumoreaba que podía haber desertado, ya que la herida no se había producido en el transcurso de batalla alguna), se trasladó a Chicago. Allí, decidido a ganar dinero, se involucró en el negocio familiar de su esposa, una empresa de venta al mayor de cubertería.

Conocida por su fuerte personalidad, Grace siempre envidió la libertad con la que creció su hermano menor por el hecho de ser varón, y en una ocasión le robó el velocípedo. Sin pedirle permiso se puso uno de sus pantalones y salió a rodar por el vecindario a lomos de aquella rudimentaria bicicleta, dejando a su paso más de un comentario de asombro. Pocas veces en la Norteamérica de 1880 se había visto a una mujer vestida como un chico, pedaleando por la calle con expresión desafiante. Durante sus años de madurez Grace seguiría luchando contra las discriminaciones por motivo de sexo, y se convertiría en una de las primeras abogadas del sufragio femenino en Oak Park.

En el hogar de Grace, en Chicago al principio y más tarde en Oak Park, la música tuvo siempre un papel preponderante. Su madre había sido propietaria de un órgano que salvó de las llamas con sus propias manos, estando embarazada de un mes de Grace, en el transcurso del trágico incendio de Chicago en 1871. Convencida de que su hija tenía unas dotes musicales excepcionales la dispensó de aprender labores domésticas, la apuntó a clases de canto, violín y piano, y cuando acabó la educación secundaria, Grace renunció a ir a la universidad y se quedó en casa estudiando idiomas, participando en el coro de la iglesia y perseverando en sus lecciones de voz, preparándose para convertirse, un día, en cantante profesional de ópera. La primera y única gran oportunidad le llegó poco después de la muerte de su madre, en 1895. Sin permitir que su reciente orfandad la detuviera, se trasladó a Nueva York y empezó a tomar lecciones con Louisa Cappiani. Hizo unas pruebas de acceso en la Metropolitan Opera, y para pagar las clases, accedió a actuar una noche en el Madison Square Garden. Al parecer, Grace lo pasó muy mal durante el concierto, al tener que cantar bajo los focos de aquella sala imponente. De pequeña había sufrido escarlatina, y afirmaba que la enfermedad la había dejado muy sensible a la luz. Aquella primera aparición sobre un gran escenario sería también la última. El verano siguiente viajó por Europa con su padre, y a la vuelta, renunció a su carrera como cantante profesional.

Que no llegara a triunfar en el mundo de la ópera no significa que Grace se conformara con casarse, tener descendencia y llevar una vida de privaciones, a la sombra de su marido. A pesar de acabar fundando una extensa familia siguió dando recitales privados de ópera o clases privadas de canto, y llegó a componer y registrar algunas canciones, que le reportaron modestas sumas en concepto de derechos de autor. En todo momento se rodeó de criados y se comportó como una dama de la sociedad inglesa. Durante el viaje que hizo con su padre por Europa hizo acopio de un abundante ajuar de boda, que incluía vestidos, sombreros y treinta y cinco pares de guantes. Leicester, el hermano menor de Hemingway, recordaba en su autobiografía: «desde el principio hubo en casa profusión de criadas y servicio doméstico. Y es que al margen de cantar nanas o dar de mamar, nuestra madre carecía de aptitudes domésticas. Odiaba los pañales, los malos modales, las diarreas, limpiar la casa o cocinar» 4. En una entrevista publicada en 1978, otra de las hermanas de Hemingway, Sunny, afirmaba: «Cuando entraba en una habitación todo el mundo se la quedaba mirando. Era el elemento destacado y creativo de la familia, en muchos sentidos como el propio Ernest» 5. En ocasiones, para resarcirse de sus obligaciones familiares, Grace viajaba sola a California para visitar a su hermano, o llevaba a uno de sus hijos a la isla de Nantucket, en la costa del Atlántico. Creía que era importante dedicarle a cada uno algunos días de atención exclusiva, así que en 1909 hizo el viaje por primera vez con Marcelline, la primogénita, y en 1910 lo repitió con Ernest. Aquella fue la primera vez que Hemingway se bañó en el mar, y también la primera ocasión en que se ejercitó en la pesca en agua salada. De vuelta en Oak Park, animado por su profesora de literatura, se inspiró en el viaje para escribir un cuento breve de temática marina, titulado «My first sea vouge» (sic).

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