Ricard Pérez Casado - La Unión Europea

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La historia de la Unión Europea nunca ha sido fácil y se han vivido muchos inconvenientes, zozobras, saltos adelante y retrocesos que han configurado su camino hasta la situación crítica que vivimos en la actualidad. La salida del Reino Unido supone un nuevo reajuste para la UE y los efectos del llamado 'Brexit' se desconocen en sus dimensiones exactas. Pero el mayor reto al que se enfrenta es el de la desafección de la ciudadanía, puesto que toda la arquitectura institucional, política y económica es percibida como algo lejano y ajeno. La percepción ciudadana de las instituciones de la UE se reduce a las subvenciones, a la mejora de las infraestructuras o a la mayor o menor libertad de circulación de las personas. Este libro trata de resumir algunos de los retos y de las amenazas que se ciernen sobre el futuro de la UE, y de ofrecer algunas propuestas para su refundación.

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La capacidad económica acumulada por China lo convierte en un elemento clave para las economías de los países y regiones enunciados, pero también, mediante sus inversiones financieras, en un acreedor del propio EE. UU., lo que unido al despliegue militar y las inversiones reales –incluidos los chateaux franceses o los clubes de fútbol en toda Europa– convierte a la República Popular en un agente decisivo incluso para la vida y aficiones ciudadanas más ajenas a estas cuestiones.

En una primera fase, China fue contemplada como competidora por dumping social, esto es, como exportadora de valor añadido de mano de obra barata, y en consecuencia como espacio propicio para la deslocalización de empresas y actividades. Las repercusiones en el mercado de trabajo y en la actividad económica fueron considerables, pero mucho menores de lo que está ocurriendo y que sin duda alguna ocurrirá en un futuro inmediato. Esto es, que el desarrollo de las capacidades chinas, con un capital humano formado de alta cualificación, un dejar hacer a la iniciativa empresarial, con independencia de la obediencia debida al régimen, y una acumulación de recursos financieros sin precedentes constituyen una amenaza formidable, y una vez más, se insiste, una oportunidad para la UE. Frente a una lógica aparente de confrontación la lógica de la cooperación.

Claro está que ello exige una interlocución acorde con las dimensiones del tema y de los propios actores. Estado por estado, de modo individual, los resultados de la acción sobre el gigante vendrían a ser como la picadura de la pulga en la piel del elefante. La estrategia de los vetustos estados nacionales resulta a todas luces no solo anacrónica sino además insuficiente. Precisamente en este tema, como en otros, se requiere la ambición de una estrategia realmente común, con el peso de los avances en las tecnologías de la información y la comunicación, a punto de ser rebasadas por la propia China, o en campos como la aeronáutica, donde el desarrollo chino comienza a ser igualmente competitivo a escala planetaria.

A Xi Linping no le impresionan las testas coronadas, ni siquiera la de Inglaterra; su cultura viene de mucho más lejos y la voluntad de crecer e influir tiene antecedentes tan ilustrados o más que las epopeyas nacionales de los estados europeos o la norteamericana. La alternativa individual, incluso de los estados más avanzados en términos económicos y tecnológicos de la UE, conduce a todos a un espacio de subalternidad, al papel de subcontratistas de empresas chinas o incluso norteamericanas ya instaladas en el espacio chino. Sin duda alguna, el refuerzo, o mejor aún, la consolidación de una acción exterior de la UE en el ámbito de la potencia del siglo XXI resulta imprescindible para los objetivos propios de la UE y de sus estados miembros.

Éxitos parciales como la moda francesa, los automóviles o la construcción aeronáutica, con ser importantes, no equilibran la balanza de las relaciones que, a corto plazo, si no es en el presente, se inclinan a favor chino. Además de tejidos y confección, la telefonía móvil y los ordenadores, apenas un paso atrás de los avances más considerables de EE. UU. o de los elementos más punteros de Europa. Un paso que se puede convertir en delantero en un breve lapso temporal.

Del mismo modo, la participación efectiva de la UE en las organizaciones multilaterales de escala global constituye un objetivo, un reto y una amenaza. La liberalización del comercio mundial a partir de la Ronda de Doha y la Organización Mundial del Comercio constituye un primer instrumento, básico, para demostrar la eficiencia de la competitividad europea. La firma de tratados regionales, despliegue amparado por el desarrollo de los objetivos de la OMC, constituye asimismo un objetivo y un reto. Estar ausente de este proceso aboca a enfrentarse con una amenaza de múltiples cabezas.

La denuncia por parte de la nueva Administración norteamericana de los tratados regionales, el Asia-Pacífico, el NAFTA y la renuncia al TTIP, además de constituir una amenaza formidable, introduce una incertidumbre sin precedentes que a su vez retrotrae a la invocación de espectros nefastos, sobre todo para los países europeos. Unida la denuncia a la persistencia de la crisis sistémica desde 2007, los espectros adquieren corporeidad tanto para las relaciones económicas internacionales como para las percepciones de la ciudadanía en cada país, que como ya se vio se inclinan por los elementos más radicales de un pasado que debiera ser tan solo objeto de estudio por los especialistas.

Ciertamente, los tratados en cuestión, el CETA (Comprehensive Economic and Trade Agreement), aprobado por el Parlamento Europeo en febrero de 2017, que nos afectaba en primer lugar; el Acuerdo Transatlántico para las Inversiones y el Partenariado, y el TTIP (Transatlantic Trade and Investment Partnership) no han sido explicados con transparencia a la ciudadanía. El secretismo, antes del manotazo iracundo de Donald J. Trump, pretendía camuflar las cesiones respecto al mercado laboral, los beneficios sociales, la dejación de las funciones jurisdiccionales en manos del arbitraje pagado por los demandantes ante los estados, la relajación de los controles sobre el sistema financiero o el carácter secundario de la sostenibilidad medioambiental. En pocas palabras, la liquidación de una parte considerable del acervo comunitario, expresión tan cara a los funcionarios europeos como amenaza cierta para la inmensa mayoría de los ciudadanos.

La desconfianza de la ciudadanía estaba en estos casos, como en otros, fundamentada, y los responsables no quisieron explicar y debatir, única forma de conseguir la complicidad imprescindible para objetivos de tanta envergadura y que además afectaban a la totalidad de la propia ciudadanía. Dieron prueba de una carencia democrática básica, de la que con razón se les ha reprochado en este caso y en otros muchos.

El resultado de la quiebra de las iniciativas a escala regional, inevitable si EE. UU. se autoexcluye, revierte las condiciones en una secuencia de guerras comerciales y económicas, y en el ejercicio de la competencia del más fuerte, que impone sus reglas a los demás. La capacidad de respuesta de la UE, aun cuando contara con los instrumentos necesarios, resulta a todas luces limitada. Repetimos, incluso en el supuesto, irreal, de contar con una sola voz y una autoridad potente capaz de obligar al conjunto y hacerse un espacio en el escenario global, aun así, la respuesta tal vez no fuera suficiente.

Por ello solo cabe buscar la cooperación entre los actores en liza. El Reino Unido, una vez más, ha echado mano de la «relación especial» con EE. UU., consolidada desde la conclusión de la Segunda Guerra Mundial; el futuro de esta invocación es azaroso, tanto por cuestiones internas, que ya se abordaron en su momento a raíz del Brexit , como por el carácter desusado e impredecible del nuevo inquilino de la Casa Blanca.

¿Y los demás? El atractivo reaccionario de la nueva Administración norteamericana sin duda alguna atrae a los antiguos socios de la URSS: proliferación de enseñas norteamericanas en las protestas callejeras, proclamas gubernamentales contra la UE, sometimiento alborozado a las reglas inexistentes de mercado, en una palabra, un tránsito breve por la cultura política y social de la UE, con el temor declarado al vecino heredero del imperio soviético, Rusia.

El núcleo más estable, con democracias asentadas, en el resto de la UE, y las propias instituciones de la Unión, entre la perplejidad y la inacción. Los estados, a la espera que escampe el temporal, tímidamente reivindicando las añejas relaciones con la potencia hegemónica ahora discutida por la nueva. Y a la vez manteniendo el empeoramiento de las relaciones con el vecino más inmediato, Rusia, todavía proveedor de energía y socio desconfiado en ciertas estrategias compartidas, como la lucha contra el terrorismo islamista, y relegando a segundo término las relaciones humanas, culturales, que unen a todo el continente, desde el Atlántico hasta los Urales, al menos.

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