Andrés Sánchez Padilla - Enemigos íntimos

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Este libro pretende averiguar qué papel jugó España en la evolución de la política exterior norteamericana durante las tres décadas que precedieron al estallido de la Guerra de 1898. Andrés Sánchez Padilla estudia los principales problemas que afectaren a las relaciones hispano-norteamericanas durante esos años, combinando por primera vez fuentes inéditas norteamericanas y españolas. Obviamente, la cuestión de Cuba figura en un lugar prominente, pero en ningún momento se reducen las relaciones bilaterales a ese asunto, puesto que también se presta especial atención a la diplomada económica y la cooperación cultural que se desarrolló entre los dos países. El análisis sistemático del período sirve para ofrecer una interpretación completamente novedosa de las relaciones hispano-norteamericanas en una época crucial en la historia de ambos países.

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A menudo, Sickles se sintió autorizado a ir más allá de las instrucciones del secretario de Estado gracias a la protección personal del presidente. Sin embargo, su trabajo nunca dejaría de ser errático debido al desinterés por su misión, manifestado en sus frecuentes ausencias de la capital. Debido a su escaso conocimiento de la realidad española, Sickles tuvo que apoyarse frecuentemente en Hay y Adee. Adee sustituyó a su superior en sus frecuentes ausencias y consiguió imponer cierta coherencia en la acción diplomática de la Legación. No obstante, Sickles nunca dejó de ser una figura perturbadora en las relaciones bilaterales.

Las autoridades españolas no concedieron entera credibilidad al general Sickles porque percibieron su escasa influencia en las decisiones de Washington. Los gobiernos españoles eran muy conscientes de que los Estados Unidos no tenían intención de respaldar mediante la fuerza sus periódicas amenazas ante los excesos españoles en su lucha contra los insurgentes 64. Sin embargo, la agresividad de Sickles supuso un grave obstáculo para mantener una comunicación cordial entre ambos gobiernos.

Caleb Cushing, el sucesor de Sickles a partir de 1874, tampoco era un diplomático profesional, pero sí un conocido hispanófilo: había visitado España en su juventud y escrito sobre su experiencia 65. Además, a diferencia de Sickles, Cushing contó con la plena confianza de Fish. Durante su larga misión en España, Cushing elaboró amplios análisis sobre la situación en la Península y en las colonias, contribuyendo decisivamente a modificar la hostilidad inicial de Washington hacia la Restauración.

Las negociaciones sobre Cuba

En un principio, ni Grant ni Fish tenían intención de alterar la política de Johnson y Seward hacia España. Pero los acontecimientos en la isla de Cuba alteraron ese curso de acción desde la misma primavera de 1869. Para entonces, el avance de la insurrección independentista que había estallado en el este de la Isla en octubre de 1868 ya era considerable.

El movimiento independentista cubano contaba con las simpatías de muchos legisladores y de gran parte de la opinión pública norteamericana. Pero lo más importante era que la extraordinaria política represiva de España estaba empezando a dañar los intereses económicos estadounidenses y a afectar personalmente a norteamericanos residentes en la Isla.

La administración Grant, deseosa de ver desaparecer otra potencia europea del Nuevo Mundo, llegó a la conclusión de que el dominio de España en Cuba era dañino para los intereses de los Estados Unidos. A partir de ese momento, el ejecutivo estadounidense entendió que la solución del conflicto cubano sólo podía llegar con el final del dominio español en la Gran Antilla. Pero Washington no llegó a desarrollar ninguna política consistente para obtener este resultado por temor a desencadenar una guerra con España.

No obstante, el rápido deterioro de la situación llevó a la administración Grant a ofrecer su mediación en el verano de 1869. El proceso de negociaciones, conducido por Hamilton Fish, es relativamente bien conocido 66. El gobierno Prim (18-VI-1869/4-I-1871) entró en conversaciones con los Estados Unidos para conceder la independencia a la Isla a cambio de una indemnización monetaria por parte de las futuras autoridades cubanas, indemnización que sería garantizada por el gobierno norteamericano 67. Las negociaciones, sin embargo, acabaron rompiéndose debido al rechazo español a la exigencia norteamericana de declarar un alto el fuego inmediato en el combate con los independentistas cubanos como paso previo para llegar a un acuerdo 68.

Tras el fracaso de las negociaciones, en el Congreso de los Estados Unidos aumentó la presión para reconocer a los rebeldes. Lo único que evitó que el presidente se aviniese a los deseos del legislativo y decidiese otorgar el estado de beligerancia a los insurgentes cubanos fue la oposición de Hamilton Fish, que amenazó con dimitir como secretario de Estado. En última instancia, Grant no estuvo dispuesto a perder al conductor de su política exterior y rechazó públicamente, en su mensaje especial del 13 de junio de 1870, las peticiones de reconocimiento de beligerancia de los rebeldes cubanos 69.

Después de ese breve periodo de tensión, la relación bilateral entró en un letargo irregular hasta la crisis del Virginius . Debido al estancamiento de los combates en la Isla, Hamilton Fish entendió que Cuba había dejado de ser una prioridad para la política exterior norteamericana.

La abolición de la esclavitud en las Antillas

Aunque la abolición de la esclavitud en Cuba nunca fuese una prioridad en Washington, no por ello cejaría Sickles en sus deseos de convertir esa cuestión en el principal objetivo de su misión 70. Después de que su estrategia de canalizar las demandas de los abolicionistas españoles no diese ningún fruto 71, Sickles decidió actuar sin el apoyo de Washington para lograr la emancipación de los esclavos antillanos por su cuenta.

El diplomático norteamericano utilizó su influencia personal entre los líderes radicales y republicanos para tratar de acelerar el proceso abolicionista desencadenado por la Revolución de Septiembre y la Guerra de los Diez Años en Cuba. Y cuando en el verano de 1872 el rey Amadeo I otorgó su confianza a un gobierno radical encabezado por Manuel Ruiz Zorrilla (13-VI-1872/11-II-1873), Sickles interpretó la alternancia política como una ventana de oportunidad para llevar a cabo la abolición inmediata de la esclavitud 72.

Desde el principio, el gobierno Ruiz Zorrilla se mostró más receptivo a las demandas estadounidenses en Cuba. El gabinete radical tenía un ambicioso programa de reformas que incluía implantar en las Antillas los derechos y libertades que había prometido la Revolución de Septiembre. Entre otras cosas, las reformas en Cuba y Puerto Rico tenían como objetivo evitar una intervención de los Estados Unidos que acabase con la soberanía española en las Antillas 73.

Sin embargo, la fortaleza de los intereses opuestos a las reformas en Cuba era tal, que el gobierno radical no vio otra salida que sugerir confidencialmente a Sickles que el presidente de los Estados Unidos ofreciese sus buenos oficios para negociar la rendición de los insurgentes cubanos a cambio de reformas políticas y sociales en Cuba. Probablemente, el gobierno Ruiz Zorrilla calculaba que las reformas en Cuba serían mucho más aceptables si se convertían en el precio a pagar por la pacficación de la Isla.

Aunque en ningún momento recibió instrucciones de Washington al respecto, Sickles dejó la puerta abierta a esa mediación al contestar que el gobierno de los Estados Unidos no podría ofrecer sus buenos oficios mientras España no mostrase garantías tangibles de reformas en Cuba. En otras palabras, mientras no se comprometiese a abolir la esclavitud en la Isla:

I proceeded to indicate frankly some of the grounds for this belief, when Mr. Martos interrupted me […]. He said that, as I well know, the situation of Cuba was the most difficult of all the questions that embarrassed this Government […]. That to this end, speaking however for the moment unofficially, and confiding in the reserve which he must impose on the communication, he begged to ascertain, by an informal enquiry, whether the President would consent to exert his good offices for the purpose of endeavoring to restore peace in Cuba on the basis of reforms in its political, social and administrative system. I replied that I would report to you our conversation and suggested that an intimation of the particular reforms Spain was prepared to grant might promote the favorable reception of the overture. The Minister replied that they would certainly embraced municipal governments, a Provincial Legislature, and the gradual Abolition of Slavery within a brief term of years. That if the assurances were given to the insurgents by the President, accompanied by his advice and counsel, and should happily induce them to lay down their arms, Spain would at once proceed to the fulfillment of her promises 74.

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