Andrés Sánchez Padilla - Enemigos íntimos

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Este libro pretende averiguar qué papel jugó España en la evolución de la política exterior norteamericana durante las tres décadas que precedieron al estallido de la Guerra de 1898. Andrés Sánchez Padilla estudia los principales problemas que afectaren a las relaciones hispano-norteamericanas durante esos años, combinando por primera vez fuentes inéditas norteamericanas y españolas. Obviamente, la cuestión de Cuba figura en un lugar prominente, pero en ningún momento se reducen las relaciones bilaterales a ese asunto, puesto que también se presta especial atención a la diplomada económica y la cooperación cultural que se desarrolló entre los dos países. El análisis sistemático del período sirve para ofrecer una interpretación completamente novedosa de las relaciones hispano-norteamericanas en una época crucial en la historia de ambos países.

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El segundo problema bilateral al acabar la guerra era la ocupación española de Santo Domingo desde 1861 46. Pero el anuncio del abandono inmediato de la isla caribeña en enero de 1865 desactivó en gran medida la irritación de los Estados Unidos. Por último, desde 1864, España estaba envuelta en una guerra de bajo nivel con Bolivia, Chile, Ecuador y Perú que molestaba mucho a la diplomacia estadounidense 47. En los Estados Unidos se responsabilizaba a España del conflicto y se temía que fuese una nueva excusa para intervenir políticamente en el continente 48. En el peor de los casos, podía llevar a la intervención de otras potencias europeas, como Francia y Gran Bretaña. Washington se esforzó por ofrecer su mediación para terminar con el conflicto, pero sobre todo para evitar la interferencia de las potencias europeas 49. Los gobiernos isabelinos, sin embargo, rechazaron toda intervención exterior 50. No obstante, el enfrentamiento entre España y las repúblicas aliadas del Pacífico perdió su intensidad desde que ambos bandos cesaron los combates en 1866. Si bien España y las repúblicas del Pacífico continuaron en estado de guerra técnica hasta 1871, los enfrentamientos no volvieron a reanudarse.

Tradicionalmente, se ha interpretado que la Guerra Civil norteamericana habría supuesto un mero paréntesis en la relación bilateral y que el final del conflicto en los Estados Unidos devolvió la relación bilateral a la situación previa a 1861 51. Pero lo cierto es que la elección de Abraham Lincoln como presidente de los Estados Unidos y el estallido de la Guerra Civil supusieron un antes y un después en las relaciones hispano-norteamericanas.

Los cambios producidos no se deshicieron en la posguerra, aunque la retórica grandilocuente de William H. Seward pudiera hacer pensar lo contrario. Es común mencionar los planes del secretario de Estado para comprar la isla de Cuba, pero la evidencia al respecto es muy endeble 52: el viaje “por motivos de salud” que el secretario de Estado emprendió al Caribe –con escala en Cuba– en enero de 1866 es la única prueba circunstancial de su interés estratégico en la Gran Antilla 53, puesto que no se ha encontrado ninguna documentación que pruebe la existencia de esos planes 54. La única oferta documentada que Seward planteó al gobierno español fue la adquisición de dos diminutas islas inhabitadas, Culebra y Culebrita, cerca de la costa de Cuba. España ignoró esa oferta sin que las relaciones bilaterales se resintieran 55.

No obstante, el gabinete de Ramón María Narváez, duque de Valencia (16-IX-1864/21-VI-1865), era muy consciente del peligro para la soberanía española sobre la Isla si la victoria de la Unión en la Guerra Civil norteamericana se traducía en la resurrección de su política prebélica. Los Estados Unidos, una vez resuelta su división interior, eran una potencia más amenazante que nunca debido a la magnitud de sus recursos materiales.

Por esas razones, el gobierno español buscó garantías concretas por parte del encargado de negocios de los Estados Unidos en Madrid, Horatio J. Perry, desde principios de 1865. Por su parte, el diplomático estadounidense aseguró al presidente del Consejo de Ministros que los Estados Unidos no estaban interesados en la anexión de la isla de Cuba. Lo que le interesaba a los norteamericanos era la expansión de sus intereses económicos en las Antillas españolas, una cuestión que se convertiría en el principal problema bilateral durante las tres décadas siguientes. En segundo lugar, los Estados Unidos estaban interesados en que se verificase lo antes posible la retirada española de Santo Domingo:

We desire intimate commercial relations with those islands, but political relations none at all. Whilst the Spanish rule should be continued in those islands we should never call in question or go to war to destroy it, but we should go to war with Spain against France or England, if it were necessary to prevent either of those powers from taking possession of Cuba or Porto Rico.

The Duke has promised me to get out of San Domingo as fast as he can, and there is no doubt at all that he will do it, if he can hold power here long enough 56.

El último gobierno de la Unión Liberal, con Leopoldo O’Donnell al frente (21-VI-1865/10-VII-1866), quiso evitar nuevos roces bilaterales, acelerando la retirada de las últimas tropas españolas de Santo Domingo. Por su parte, su joven ministro de Ultramar, Antonio Cánovas del Castillo, se apresuró a elaborar una legislación que reprimiese efectivamente la trata de esclavos en las Antillas. Tanto O’Donnell como Cánovas eran conscientes del peligro de irritar a los norteamericanos. La República que había librado una Guerra Civil para abolir la esclavitud del territorio de la Unión no quería seguir tolerando el florecimiento del tráfico de esclavos delante de sus costas 57.

Pero con la caída de O’Donnell y de la Unión Liberal en el verano de 1866, la política isabelina perdió el rumbo tanto en el interior como en el exterior. El retorno de Narváez a la presidencia del Consejo (10-VII-1866/23-IV-1868) no supuso ningún progreso en las relaciones hispano-norteamericanas. El último gobierno de Isabel II, presidido por Luis González-Bravo (23-IV-1868/19-IX-1868), tampoco mejoró la situación.

La administración Johnson trató de ofrecer su mediación en el conflicto entre España y las repúblicas aliadas del Pacífico una vez cesaron las hostilidades en 1866, pero los gobiernos de Narváez y González-Bravo rechazaron repetidamente los buenos oficios estadounidenses. Los últimos gobiernos isabelinos fueron incapaces de abandonar su propia retórica hispanoamericanista y consideraron la mediación estadounidense como una injerencia en las relaciones especiales entre la madre patria y las repúblicas emancipadas. A pesar de la creciente irrelevancia del conflicto, los Estados Unidos estaban muy interesados en evitar la persistencia indefinida de un estado de guerra entre países del Viejo y del Nuevo Mundo 58.

Las relaciones hispano-norteamericanas también se deterioraron como consecuencia del conflicto entre la administración Johnson y el Congreso. A las dificultades en Washington se unió el creciente caos en la Legación en Madrid debido al conflicto personal entre el ministro John P. Hale y el secretario Horatio Perry desde 1866. La disputa entre ambos se manifestó abiertamente en la correspondencia con Washington, donde se cruzaron acusaciones mutuas de deslealtad en la representación de los intereses de los Estados Unidos 59. Finalmente, el Departamento de Estado decidió deshacerse de Perry en 1867.

La administración Grant y la cuestión de Cuba

Durante la administración Grant, la diplomacia bilateral fue conducida por los representantes estadounidenses en Madrid, el general Daniel E. Sickles (29-VII-1869/6-I-1874) y Caleb Cushing (20-V-1874/11-VI-1877). Pero tan importantes –e incluso más en ciertas ocasiones– que los representantes oficiales fueron los secretarios de Legación, John Hay (1869-1870) y, sobre todo, Alvey A. Adee (1870-1877) 60. Si bien dichos funcionarios tenían sobre el papel una función burocrática dentro del servicio exterior de los Estados Unidos, la escasa profesionalidad o aptitud de los jefes de misión en España les obligó a ejercer funciones políticas extraoficiales 61.

Sickles representó a los Estados Unidos durante uno de los periodos más convulsos de la relación bilateral. No pudo ser una elección más desafortunada. Como era habitual en el servicio exterior norteamericano, Sickles no tenía ningún tipo de formación diplomática o jurídica. Su nombramiento respondió a los criterios no profesionales frecuentes en la época, pero especialmente extendidos durante la administración Grant 62. En Madrid, Sickles se extralimitó frecuentemente en sus funciones para intervenir en la política española apoyando a los republicanos. Justificó sus acciones ante Washington argumentando que una república en España satisfaría mejor las demandas estadounidenses debido a la afinidad política entre ambos países 63.

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