Agustín Villarreal Budnik - Origenes del Cristianismo

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Este libro ha sido escrito para todos aquellos que están en búsqueda de una historia diferente sobre los orígenes del cristianismo. Diferente en el sentido de que no hay compromisos para defender una postura teológica, sino dejar que la historia hable por sí misma. Aunque este libro toca temas religiosos difíciles, se busca hacerlo con todo respeto, para provocar una búsqueda más profunda de lo que es el cristianismo y sus orígenes. Busca poner sobre la mesa temas poco tratados comúnmente, cuyo objetivo es proponer una sociedad menos crítica en posturas religiosas, y más amable con los que piensan distinto, para llegar a ser, socialmente, más inclusiva y tolerante.

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El mismo Suetonio dice que esta historia de Augusto la leyó de un libro que había en ese tiempo, llamado Discurso sobre los dioses escrito por Ascelepias de Mendes.41

Suetonio describe en sus escritos sobre César Augusto, que su nacimiento no fue como el de todos los humanos, sino que fue debido a la unión de una mortal con un dios. La mamá de Octavio, Atia, concibió a su hijo por la unión que tuvo con el dios Apolo, quien se presentó en forma de serpiente. Atia estaba haciendo las tareas del santuario en el templo de Apolo y, en medio de la noche, mientras ella estaba dormida ahí, una serpiente se le acercó y se alejó rápidamente. Cuando se levantó, se purificó tal como lo acostumbraba después de tener sexo con su esposo y, milagrosamente, en su cuerpo se apareció la figura de una serpiente que se quedó tatuada en forma permanente; por eso suspendió el ir a baños públicos.42 Suetonio también dice que “Augusto nació diez meses después y por esa razón se cree que es el hijo de Apolo”.43

Para corroborar la historia de Atia, Suetonio relata que, en esa misma noche, su esposo que estaba en guerra al norte de Grecia, tuvo un sueño donde “vio a su hijo con un aspecto más grande que un mortal con un rayo y un bastón y emblemas de Júpiter el Mejor y Más Grande y una corona radiante con doce caballos increíblemente brillantes”.44

Además de todo esto, Augusto fue proclamado Hijo de Dios tan temprano como 40 a. C., antes que fuera declarado emperador, y este título se encuentra en las monedas impresas tan temprano como 38 a. C. De acuerdo a Suetonio, en la cremación del cuerpo de César Augusto, un alto oficial del imperio romano proclamó que “vio la imagen de Augusto ascendiendo al cielo”,45 una prueba más de la divinidad de este personaje que se fue acumulando con los años. A Augusto se le continuó adorando como un dios entre los romanos, incluidos los emperadores tardíos de ese imperio.

Sobre el uso del título de Hijo de Dios que los cristianos usaron para referirse a Jesús en los tiempos romanos, y teniendo esa moneda de Augusto César con ese título divino, Ehrman se pronuncia sobre este hecho diciendo: “Esto no es una coincidencia. Cuando Jesús aparece en el escenario como hombre divino, él ―Jesús― y el emperador ―Augusto César― estaban en competencia”.46

Según Ehrman, Jesús pasó a ser reconocido como Dios por una competencia directa con el romanismo, donde el mismo emperador fue proclamado Dios. El teólogo e historiador platica que, cuando estuvo en las ruinas de Priene en Grecia (al norte de Mileto, en Turquía) y anduvo viendo los sitios impresionantes con las montañas al fondo y los templos griegos, vio una inscripción en griego que estaba afuera del templo de Priene y que se refería a Dios (César) Augusto. Esta inscripción lo hizo recapacitar que fue justamente cuando el cristianismo comenzó con su proclamación de Jesús como Dios, que al mismo tiempo el culto al emperador estaba comenzando a moverse en todo el reinado: “Me di cuenta que era una competencia”.47

Todas estas historias maravillosas e increíbles están llenas de asombro, rayos que parten paredes para avisar de un evento importante que va a suceder, sueños y visiones. Estos elementos los encontramos, por lo general, en historias milagrosas de las cuales la historia de Jesús no se queda atrás. En ella también había elementos mágicos, como la visita de los Reyes Magos, los ángeles que se le aparecen a María y a José, la salvación de Jesús del edicto de matar a todos los bebés nacidos en su tiempo, forzando así una referencia a un pasaje bíblico del Antiguo Testamento, sacada de su contexto original, para reforzar que la profecía se había cumplido.

El ver a Jesús envuelto en milagros y grandes hazañas, como hemos visto, no es exclusivo de la vida de Jesús. Ya había historias similares y muy increíbles antes de Jesús. Pero esto no solo sucede en el Medio Oriente o en Europa, también en América Latina vamos a encontrar rasgos muy interesantes de exaltación a los líderes de sus etnias.

Los olmecas

Cuando en la Navidad del 2018 fuimos mi familia y yo a visitar los estados de Puebla y Veracruz, conocimos el Museo de Antropología de Xalapa con sus impresionantes cabezas olmecas y la más grande colección de ellas en el mundo en un solo lugar. Estas cabezas colosales no eran cualquier cabeza labrada en piedra, eran la representación del poder y de la deidad de sus jefes, como vamos a ver un poco más adelante, pero antes vamos a entender el contexto de los olmecas en el mundo.

Hace más de 20 mil años los humanos emigraron a América por el estrecho de Bering.48 Antes de los griegos, romanos y judíos, la civilización en América ya existía.

Los olmecas, al parecer, fueron originales en el desarrollo de sus deidades. Las montañas se han venerado por milenios por los hombres como poseedoras de poderes. En la Biblia se refiere a las montañas como centros de adoración o de epifanías (manifestaciones divinas). Moisés subió al Monte de Sinaí por órdenes de Dios y ahí recibió las dos tablas de la ley con los 10 mandamientos. En los olmecas las montañas figuran como centro de adoración y peregrinaje. Así lo testifica el Cerro del Manatí, en Veracruz, donde se encontraron múltiples ofrendas y emana un manantial de agua termal. Los antropólogos dicen que desde el año 1200 a. C. ahí peregrinaban y entregaban sus ofrendas a sus dioses.49

Las montañas han sido un imán para la raza humana, como imponentes lugares que invitan al respeto, y el judaísmo no es la excepción, al referirse a ellas como el lugar donde habita Dios, y donde fue construido el templo de Israel, en el Monte de Sion, que es una montaña también.

El renombrado arqueólogo Edwin Barnhart, especialista en la cultura maya por más de tres décadas, data a los olmecas como los primeros colonizadores de Mesoamérica.50 Incluye la mitad del territorio mexicano en el centro y sur, Guatemala, El Salvador, Belice, Honduras y Nicaragua. Tienen vestigios tan antiguos como hacia 1700 a. C., es decir, por los tiempos que vivió Abraham según el Antiguo Testamento, y antes de los imperios griegos, romanos y persas. Nos remontamos hasta los tiempos del imperio babilónico y egipcio. Así de antiguos son los olmecas, solo que ellos no habían desarrollado completamente un sistema de escritura51 en aquellos años y, gracias a las esculturas e interpretaciones de símbolos que tallaron en monumentos y estelas52, se ha podido conocer mucho de su cultura y de sus creencias.

Junto con la evolución en el Medio Oriente del pueblo de Israel hace 3,000 años, en América también estaba evolucionando la cultura olmeca en sus múltiples facetas. Desafortunadamente, la conquista de los españoles en el siglo XV, con el encargo de cristianizar a los indígenas, destruyó mucho de lo que los olmecas pensaban y creían. Sin embargo, las estelas de piedra con signos y características se han podido descifrar por los arqueólogos, y hoy podemos saber lo que pasó hace muchos miles de años.

Así lo relatan Kathleen Berrin y Virginia Fields en su libro del Museo de Antropología de Xalapa: “En todas las grandes ciudades de Mesoamérica se encuentran representaciones de los gobernantes. Sus características se registraban y su linaje se comparaba con el de los dioses”.53 Aquí también, al igual que en Grecia y Roma, había hombres que pasaban por tener linaje de dioses. Esto lo podemos apreciar claramente al haberse encontrado los retratos de los gobernantes en lugares sagrados de los olmecas y mayas, otorgándoles una naturaleza superior a la de los demás. Este parece ser el mensaje principal en los monolitos olmecas que se han descubierto, en la opinión de respetados arqueólogos.

Las cabezas colosales de los olmecas no se usaban solo como adornos sino también como tronos de los líderes que los consideraban dioses de ellos. Esto fue probado por el arqueólogo David C. Groove al descubrir en un mural en Oxtotitlán, Guerrero, una pintura todavía preservada en una cueva con colores vivos policromados en rojo, verde, amarillo, naranja, café y negro, en la que se aprecia a un jefe olmeca sentado en una cabeza colosal. Desde ese descubrimiento se ha aceptado que tales monumentos eran los asientos de los gobernantes olmecas, tanto en sentido metafórico como real.54 El culto a la figura del gobernante olmeca es muy claro. El suyo se comparaba al linaje de los dioses, es decir, el culto a un líder, tal como lo hicieron los griegos y los romanos ―que le asignaban ascendencia divina―, era también evidente en los olmecas, mayas, aztecas y demás culturas mesoamericanas. Este patrón de asociar a un hombre con la divinidad no es exclusivo de todas las culturas que ya he mencionado.

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