Henri Galinié - Ciudad, espacio urbano y arqueología

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La «fábrica urbana» plantea un marco conceptual y un utillaje teórico para comprender por qué una ciudad es como es en su estado final, en su resultado observable. A partir del producto final de la ciudad, del espacio, como la percibimos hoy, y de la visión del proceso histórico que nos ofrece la arqueología, podemos entender cómo fue la acción social que le otorgó una determinada identidad y configuración, el «texto» primigenio que otorga carta de nacimiento a ese espacio. Las aportaciones de Weber, Bourdieu, Elias o el geógrafo Di Méo ayudan al autor a construir una lectura de las sociedades en el espacio. El libro plantea un marco conceptual y un utillaje teórico para formular los interrogantes adecuados que permitan comprender por qué una ciudad es como es en su estado final, en su resultado observable.

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LOS GRANDES TEMAS DEL LIBRO

La tentación es sugerir al lector que se sumerja en su lectura sin más. Pero resulta imposible no glosar algunas de las cuestiones que lo vertebran. No es una propuesta sencilla. No es un manual de excavación. No espere el arqueólogo iletrado fórmulas fáciles de aplicar. Se trata de asumir la implicación de los numerosos postulados que pueblan el libro y traducirlos a nuestras prácticas cotidianas. Se encuentra bien lejos de esos gurús de la arqueología que firman artículos metodológicos sin una sola referencia bibliográfica o quizá peor, de los ágrafos que pasan la vida impartiendo doctrina retórica.

El libro plantea un marco conceptual y un utillaje teórico para formular los interrogantes adecuados que permitan comprender por qué una ciudad es como es en su estado final, en su resultado observable.

Las fuentes y sus valedores

Una de las principales virtudes es el claro antipositivismo que respira todo el libro. Acostumbrados a tocar la realidad histórica con sus propias manos, los arqueólogos creen que ésta existe y que, como si de una transparencia en blanco y negro se tratara, los fragmentos «reales» que se encuentran van completando y dando color a esa utópica ciudad. Sin embargo, si desde un punto de vista constructivista aceptamos que esa realidad no es aprehensible, la construcción de la realidad de nuestras ciudades como de nuestro objeto científico es una «invención» que solo existe en función del sujeto. Así, de la misma manera que nuestra visión de la realidad es una construcción, igualmente lo son las otras construcciones sesgadas por otros tipos de fuentes: la documentación escrita es una construcción realizada por los que la produjeron y, por consiguiente, otra construcción la visión que los historiadores de los textos hacen de ella. En esta propuesta no existen ni fuentes principales ni la «documentación [escrita] es igual a historia» y la calidad de nuestra producción depende exclusivamente de «la calidad de la construcción del objeto científico que queremos estudiar». Al no existir esa «realidad» las fuentes solo son complementarias cuando hacemos el esfuerzo de establecer en qué medida lo son y qué aportan a la comprensión del espacio urbano.

Esta perspectiva libera de complejos a la arqueología. En algunas colaboraciones con los historiadores de los textos, cuando en ocasiones se les invita a observar los restos arqueológicos, no aprecian nada nuevo y no los entienden. Como mucho les permite poner «cara» a la ciudad que tenían en su cabeza, o dar soporte físico a las gentes e instituciones que frecuentan en la documentación. Pero el nuevo hallazgo no altera en nada los planteamientos previos, como mucho los alimenta aunque a priori parezca ir en contra de todo lo dicho anteriormente. En el peor de los casos la arqueología no habrá servido de nada.

En el otro extremo se encuentran los conversos. Bien sea por un imperativo profesional pues resulta difícil ocupar espacios académicos dando vueltas eternamente a las mismas fuentes documentales o bien por ese cierto glamour y exotismo que tiene la arqueología. Unos buscan las evidencias materiales de los textos que demostrarán in fine sus propias teorías perfectamente pautadas por los textos. Otros descubren súbitamente que la sociedad, los actores de un periodo, que han estudiado durante años tienen espacios sobre los que actuaron y quieren re-conocerlos. Otros, provenientes de disciplinas muy alejadas de la nuestra (farmacia, geología, informática...) simplemente se aburren y quieren demostrar lo útil que puede ser la arqueología cuando se apropian de ella.

Estoy seguro de que cada cual sabrá poner nombres y apellidos a cada uno de los ejemplos y también estoy seguro de que todos somos capaces de encontrar los contraejemplos. Pero lo que me interesa aquí no es iniciar un debate corporativista. Todas las disciplinas y sus practicantes tienen derecho a eso que está en boca de todos, la interdisciplinariedad, menos difícil de pronunciar que de practicar. Pero la práctica de algo tan complejo como es acercarse a las sociedades del pasado a través de los objetos materiales no es algo que pueda abordarse sin una reconversión de la que se anuncian algunas claves en el libro de Henri Galinié y a la que no son ajenos ni la concepción de espacio ni la de tiempo que en él se proponen.

Espacio y Tiempo

El espacio que Henri Galinié nos propone no es el soporte de las actividades humanas ni el antiguo marco geográfico que inauguraba las publicaciones de historia o de arqueología. No es el espacio cartesiano ni la distancia. Es un dato, una fuente más. En la relación que mantienen las sociedades con el espacio «el espacio da cuenta de esta relación aún cuando la sociedad no dice nada». Que existan desplazamientos enteros de ciudades algunos kilómetros más allá del lugar de su fundación original, que determinadas formas espaciales, monumentos y construcciones, terruños, castillos o palacios..., estén en un sitio y no en otro, dejen huella o no, o estén en el origen de conflictos sociales, no son otra cosa que esa capacidad de «hablar» cuando la sociedad no lo hace, o lo que es lo mismo, cuando la sociedad no escribe sobre lo que ha hecho ni merece ser reseñado por los productores del corpus de documentación. Es el valor de los silencios espaciales o temporales y de las lagunas documentales que no son necesariamente lo mismo. Pero, por todo ello, la arqueología es una disciplina eminentemente espacial. Como postula el autor, deberíamos hacer arqueología con los lugares.

El espacio, y por ende, la ciudad es un puro constructo, un constructo «impensado», inventado colectivamente por los actores sociales y, consiguientemente, dotado de una identidad. Su organización es, ante todo, la producción de un texto, de un lenguaje sobre el territorio y su organización. Cada una de las acciones sociales que se han sucedido en el espacio tiene como consecuencia la construcción de la ciudad pero no existe un proyecto global que sustente la forma última de la misma. A partir del producto final de la ciudad, del espacio, como la percibimos hoy, y de la privilegiada visión del proceso que nos ofrece la arqueología, podemos entender cómo fue la acción social que otorgó una determinada identidad y configuración, el «texto» primigenio que le otorga carta de nacimiento a ese espacio.

En ese marco espacial complejo no cabe el tiempo cronológico habitual. Espacio y tiempo son sociales. Las relaciones entre espacio y sociedades se hacen en el tiempo y se moldean a partir de esa dimensión. El tiempo es fruto de la acción social y los efectos de ésta van mucho más allá de los marcos temporales que pueden medirse habitualmente. ¿Cómo explicar si no la impronta en una calle actual de los límites circulares de un anfiteatro antiguo que aun hoy siguen constriñendo nuestras acciones sociales cuando pretendemos ordenar el espacio de la ciudad?

Nuevos marcos, nuevos conceptos

Weber, Bourdieu, Elias o Ricreur ayudan al autor a construir una lectura de las sociedades en el espacio. Si las sociedades son las que cambian y, como consecuencia, los espacios que construyen; si es indiferente observar el cambio en la ciudad porque ésta no es sujeto de su evolución, se hace evidente que debe proponerse un marco alternativo en el que interpretar la sociedad que se oculta detrás de la ciudad material. Si no es la ciudad la que actúa y tampoco es una indefinida sociedad el sujeto de las transformaciones urbanas, debemos esforzarnos entonces por comprender las relaciones entre los residentes en la ciudad que, con sus acciones, de manera colectiva o individual, conducen al resultado final, a la fábrica urbana, a su funcionamiento.

Separados solamente con una finalidad heurística los conceptos de fábrica y funcionamiento son el resultado de la aplicación de los conceptos weberianos de explicación y comprensión . La fábrica urbana nos muestra los procesos por los que, partiendo de un determinado estado se pasa al siguiente y así sucesivamente hasta alcanzar el producto final, impensado e inconsciente, en continua transformación, comprometiendo y condicionando las evoluciones posteriores. Mientras que el funcionamiento de la ciudad nos conduce a comprender las acciones sociales que condujeron del motivo inicial al desarrollo. Comprender fábrica y funcionamiento significa un paso obligado por la arqueología y por el espacio como fruto de las acciones sociales.

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