No se puede dejar que este espacio geográfico se cubra por la urbanización que no deja de extenderse alrededor de la tercera ciudad de España, pues no se trata simplemente de un problema de suelo que se urbanice o no, sino del futuro de un «territorio», es decir, de un conjunto de lugares donde la sociedad y su espacio se han combinado en un «sistema societal» localizado, basado en una agricultura de regadío en las puertas de una gran ciudad. Este conjunto ha sido y es todavía generador de suficientes valores añadidos para que hoy su futuro sea considerado con atención. Valor añadido económico, en el que se piensa siempre en primer lugar: el de los empleos agrícolas y producción de legumbres y frutos que engendran otros empleos y otros valores añadidos en los servicios, el comercio y la industria agroalimentaria. Y también valor medioambiental de este paisaje en el que la lógica de la naturaleza y de la biodiversidad propone a los ciudadanos un espacio abierto de descanso y un marco de ocio. Por último, un valor añadido para el inconsciente individual y colectivo por la formación de una memoria visual y sensorial a través de las representaciones que constituyen un territorio identitario para los valencianos. Los geógrafos franceses, Jean Brunhes, Paul Vidal de la Blache, que han visitado la costa mediterránea de España mucho después que viajeros eruditos como Laborde y Jaubert de Passá, han introducido la huerta en la gama de los paisajes agrarios mediterráneos en referencia a las huertas de este país: Jean Brunhes ha incluido en su tesis la huerta de Valencia como un modelo de organización hidráulica y económica y como base de comparación para su tipología de los espacios regados de la Península Ibérica y de África del norte (Brunhes, 1902, p.67). Se puede decir que la huerta de Valencia se encuentra en el punto de partida de la «invención» científica de este tipo de paisaje agrario y que a este respecto merece una atención particular. Pero ésta presenta caracteres geográficos también muy particulares que complican la cuestión de su supervivencia.
2. La huerta agrícola en el espacio de su comarca
Desde hace un siglo los lazos entre la ciudad y el campo han cambiado de significado a causa de la presión urbana que se ha ejercido sobre sus parcelas, cada vez con más fuerza, debido a la aceleración del crecimiento de la ciudad en la segunda mitad del siglo XX. Los antiguos colonos, arrendatarios de propietarios, a menudo, ciudadanos unidos por arrendamientos históricos, fueron en parte expulsados de las tierras que explotaban debido al alza de sus precios en el mercado financiero y a las necesidades de suelos urbanizables, es decir, destinados a construir viviendas, zonas de actividades, equipamientos urbanos, redes de transporte. Este proceso ha sido descrito por numerosos autores valencianos y yo no volveré a ello aquí. Sin embargo, es necesario recordar que la posición geográfica de las tierras de la Huerta ha hecho de ellas un espacio particularmente expuesto y amenazado por la transformación, en un siglo, de una aglomeración de medio millón de habitantes en un área metropolitana de casi 1,8 millones. Además, la transformación de la ciudad de Valencia en una capital de comunidad autónoma, gran ciudad industrial y de servicios, y de su región urbana en un área metropolitana, ha provocado una serie de cambios territoriales en que las necesidades de la economía y de la planificación del desarrollo han conllevado la ocupación de los suelos por el hábitat, las infraestructuras de transportes, industriales y de comercio.
Sin embargo, esta urbanización se ha realizado en un marco geográfico particular, el de la huerta histórica de «las siete acequias»: ésta dibuja a grandes trazos un triángulo abierto en abanico hacia el mar a partir de un vértice que se sitúa sobre el Turia aguas arriba de la ciudad, en el lugar de las tomas de agua de los canales de riego. Y es en este triángulo regado donde se han desarrollado la ciudad, la aglomeración, el área metropolitana, según la organización radio-concéntrica clásica de la geografía urbana: ejes radiales y circunvalaciones son por tanto los rasgos principales y su impacto en la huerta está lleno de consecuencias.
a. Una huerta «rodeada»
Una gran parte de la huerta, en particular en el sur y en el oeste, esta atenazada/encerrada entre el crecimiento de la ciudad y el de las aglomeraciones periféricas. Los antiguos municipios agrícolas y rurales asentados al contacto entre las colinas de secano y el regadío de las 7 (+1) acequias, formaban, hasta mitad del siglo XX, un collar de polos rurales, a unos kilómetros de los antiguos límites de la ciudad, desde Alfafar al sur hasta Meliana al norte, pasando por Torrente, Manises, Paterna y Moncada. Ya descritas por López Gómez como «conruraciones» (López Gómez, 1962), estos satélites de la ciudad por su población y sus actividades han experimentado, en la segunda mitad del siglo XX, como todas las periferias de las grandes ciudades, un crecimiento mucho más rápido que el del centro de la ciudad, y sus espacios urbanizados coalescentes forman hoy una corona casi continua desde Lloc Nou de la Corona al sur hasta Meliana al norte.
b. Una huerta «dividida»
Por otra parte, este espacio ha sido dividido en trozos, como un pastel, por los principales ejes de comunicación que parten radialmente los alrededores del centro de la ciudad: las carreteras nacionales (hacia Barcelona, Madrid y Alicante) son los primeros ejes radiales de esta urbanización periférica, pero han sido reemplazados por las carreteras secundarias (hacia Liria y Torrente) y más tarde por las vías rápidas y las autopistas. Éstas se han trazado, a menudo, en paralelo a las carreteras principales ya existentes, por tanto, en los terrenos agrícolas de las huertas o incluso en las ciénagas y los arrozales (la pista de Silla hacia el sur, la pista de Barcelona hacia el norte). Éstas nuevas vías de comunicación han provocado la implantación de nuevas zonas de actividad (comercio, industria), no planificadas (pista de Silla), o planificadas más tarde (pista de Barcelona), las cuales han consumido gran cantidad de terrenos agrícolas.
Finalmente, para que el modelo radio-concéntrico urbano apreciado por los geógrafos sea completo, hay que considerar el comportamiento de los sucesivos cinturones de la aglomeración urbana. El primer cinturón de los años 1950-60 es hoy intra-urbano completamente integrado en la ciudad y el segundo, trazado durante el crecimiento urbano de los años ha quedado anticuado por las nuevas autovías que, tanto en el sur como en el norte de la ciudad acompañan con un cierto retraso la coalescencia urbana de los antiguos municipios rurales.
El gran cinturón de la autopista del Mediterráneo, que no está nunca a menos de 10 km de la ciudad, rodea toda la huerta y la aglomeración por el oeste, sin tocar las tierras agrícolas que nos interesan aquí; por el contrario, el plan de reestructuración de los trazados ferroviarios ha sido un gran «consumidor» de tierras agrícolas, así como el establecimiento actual de las líneas de alta velocidad hacia Alicante y Madrid, respecto a la huerta sur, en los términos de Picaña, Torrente, Alacuás y Valencia.
c. Una huerta «sacrificada»
Dos actuaciones públicas valencianas han intensificado los efectos del crecimiento urbano radio-concéntrico descritos aquí:
el plan Sur, que ha desplazado el Turia de su cauce intra-urbano para evitar las inundaciones catastróficas: proyectado en 1958 e inaugurado en 1973 ha creado un nuevo cauce a través de la huerta Sur. Esto ha supuesto una reestructuración completa de las relaciones por carretera y por ferrocarril de toda la parte meridional del área metropolitana, pero ha introducido también una nueva «barrera» en torno a la mitad sur de la ciudad, a menos de 4 kilómetros del centro histórico: iba a entregar rápidamente a la urbanización terrenos agrícolas muy «cercados», lo que el consejo municipal no tardó en hacer.
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