5. Trabajo, capital y empresarios en la Revolución Industrial
El cambio económico se puede desglosar en dos elementos: las variaciones en la cantidad de factores de producción utilizados y las transformaciones en la manera de utilizarlos. Hemos visto ya los cambios que las innovaciones producían en la manera de utilizar los factores. El aumento en las cantidades de los factores utilizadas fue también importante. A consecuencia de la Revolución Industrial, tanto el trabajo como el capital fueron utilizados en una cantidad y una intensidad mayores, tanto de manera directa, en los sectores industrializados, como indirectamente, en la producción de otros bienes y servicios. Las preguntas que hay que hacer en este apartado son qué importancia tuvo la oferta de factores de producción, de dónde procedían y cómo fueron dirigidos hacia su mejor utilización gracias al mercado (Mokyr, 1985).
El trabajo era un factor abundante a principios de la Revolución Industrial. El «ejército de parados» que, según Marx, formaban los campesinos expulsados del campo a consecuencia del proceso de enclosure y que abastecería la mano de obra para el proceso de industrialización, nunca existió: la población agraria inglesa siguió creciendo durante la Revolución Industrial (cuadro 3.4). Aun así, la baja proporción de población dedicada a la agricultura y el fortísimo incremento de población que experimentó Gran Bretaña desde mediados del siglo XVIII ofrecían una fuerza de trabajo suficiente para satisfacer la demanda de las nuevas empresas.
CUADRO 3.4
Población y población agraria en Gran Bretaña (millones de personas)
Fuente: Guía práctica ..., p. 37, a partir de maddison (1991).
Así pues, la mano de obra no era escasa, pero más que la cantidad lo que interesa es su capacidad de adaptación a la actividad industrial, la formación de la clase obrera. En este sentido, la amplia proporción de población ocupada anteriormente en los sectores textil y siderúrgico ofrecía el personal y la experiencia necesarios: los mismos trabajadores pasaban de trabajar a mano a operar con las máquinas y, así, las fábricas podían aprovechar también a los especialistas (capataces, herreros, tintoreros). Asimismo, una parte del nuevo empresariado procedía también, como veremos, de los mismos sectores. La prueba más clara de la suficiencia de mano de obra es el mantenimiento de salarios bajos. El coste de oportunidad del trabajo venía determinado por la productividad del sector tradicional, que era todavía el predominante durante toda la etapa de la Revolución Industrial. Por lo tanto, para atraer mano de obra las industrias nuevas solo tenían que ofrecer salarios ligeramente superiores o simplemente más seguridad en el trabajo, cosas muy compatibles con las tasas de beneficio y de reinversión necesarias para la continuidad del proceso.
Tampoco era escaso el factor capital: en el siglo XVIII, la tasa de interés en Gran Bretaña (3%) era la más baja de Europa después de la holandesa. La acumulación de capital provenía básicamente de las rentas agrarias, del comercio exterior y de la explotación colonial, incluyendo el comercio de esclavos. Las características del factor capital durante la Revolución Industrial pueden reducirse a los siguientes puntos:
1 Directamente, la Revolución Industrial se inició con poco capital. Las primeras máquinas eran relativamente baratas y la expansión posterior se hizo más con reinversión de beneficios que con recursos en los mercados de capitales. Cuando el capital personal no era suficiente, se obtenía mayoritariamente de parientes, amigos y conocidos. Solo para el capital circulante se recurría ampliamente a la banca. Esta situación variaría rápidamente con la construcción de líneas ferroviarias, ya fuera de la etapa que ahora estudiamos.
2 Durante la Revolución Industrial, la tasa de inversión (inversión/PIB) se duplicó aproximadamente. Según Feinstein (1978), pasó del 8% anual en 1760-1770 al 14% en 1780-1800, tasa que se mantendría hasta mediados del siglo XIX. Según Crafts (1995), las tasas eran más bajas: 5,7% en 1760, 11,7% en 1830. Resulta más interesante el hecho de que la tasa de inversión en el sector algodonero triplicó la media de la tasa de inversión industrial (Pearson, 1993).
3 La relación entre capital fijo y capital circulante varió notablemente. Así, en la economía preindustrial la mayor parte del capital era capital circulante; con la Revolución Industrial crecieron ambas formas de capital, aunque mucho más el capital fijo, de modo que hacia el año 1830 este superaba ampliamente al capital circulante.
4 Para todo proceso de industrialización o de crecimiento económico son muy importantes el capital humano y el capital social acumulado (caminos, puertos, escuelas, hospitales...). Gran Bretaña disponía de todo ello al nivel de los países más avanzados.
Sea como fuere, el capital fue un factor secundario de la Revolución Industrial: al parecer, menos de una cuarta parte del crecimiento de la producción por trabajador entre 1760 y 1830 puede ser atribuible al factor capital. En definitiva, el capital no fue un obstáculo, pero tampoco un gran estímulo para la industrialización de Gran Bretaña: el mercado de capitales funcionó durante la Revolución Industrial de la misma manera que durante la etapa preindustrial. Sin embargo, no hay que olvidar que pequeños aumentos en la inversión de capital son compatibles con avances tecnológicos y organizativos importantes.
5.3 El papel del empresariado
Tanto las innovaciones técnicas como el trabajo y el capital son factores de producción, pero solo son activos si un empresario toma la decisión de invertir capital y tiempo en la organización y comercialización de la producción. Se suele definir al empresario como un maximizador de beneficios en un contexto (económico, sectorial, etc.) determinado, pero, en realidad, un buen empresario va más allá, modifica a su favor el contexto, las limitaciones de partida.
Sobre el papel de los empresarios en la Revolución Industrial (y en el crecimiento económico en su conjunto) existen dos opiniones: los que consideran al empresario como primer motor, como factor principal del desarrollo económico (Schumpeter), y aquellos que opinan que en cualquier sociedad existe la proporción correspondiente de empresarios e incluso que, si dicha proporción es baja, se puede importar al empresariado del mismo modo que se importan las materias primas o la fuerza de trabajo. Ambas afirmaciones no son contradictorias, pero indican valoraciones diferentes del empresario en el crecimiento económico.
A nuestro entender, el empresario es un elemento esencial del progreso económico, que se encuentra siempre presente en todas las sociedades mínimamente avanzadas. Sin embargo, para que una sociedad disponga de un empresariado suficiente y de calidad tiene que disponer de una mínima capacidad de ahorro repartida de forma no excesivamente desigual y, además, la actividad empresarial debe ser socialmente aceptada y reconocida. Sin capacidad de ahorro, muchos empresarios virtuales se ven ahogados por la falta de capitales. Por otro lado, si el ambiente social no es favorable, los talentos empresariales se pueden desviar hacia otras actividades socialmente mejor consideradas. Cualquiera de las dos limitaciones puede provocar que el número o la calidad de los empresarios resulte insuficiente para aprovechar al máximo las oportunidades de crecimiento económico. Por lo tanto, la situación económica y social condiciona la cantidad y la calidad de la empresariado (Mokyr, 1985).
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