Miguel Iván Ibarra Aburto - Exabruptos. Mil veces al borde del abismo

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Exabruptos. Mil veces al borde del abismo: краткое содержание, описание и аннотация

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Ramiro Torres, el protagonista de Exabruptos, marcha por su mundo de ficción obsesionado por un hedonismo que no le permite ver lo que ha ido conquistando en la vida. Aún cuando sus propios sentimientos le indican que su vida familiar tiene un valor poco usual, Ramiro está siempre dispuesto a arrojarlo todo por la borda cuando se trata de conseguir esa falda que acaba de aparecérsele en el camino.
Así, no es casual que amables fantasmas de otrora reaparezcan para complicarle la existencia. Sin embargo, en esta primera novela de Miguel Ibarra, las mujeres no lo son todo en la vida de su personaje. Ramiro Torres también está comprometido con un lado oscuro, con un peligroso mundo de espías e intereses geopolíticos, que lo lleva a viajar fuera de Chile y que lo catapulta al centro mismo de la aventura.
Y en ese sitio, por supuesto, también hay más de una mujer.

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Ramiro sirvió dos tazas de té y se sentaron en la pequeña sala. Ella no alcanzó a hilvanar una frase mínima, porque, casi sin darse cuenta, se encontró con los húmedos labios de ese hombre que también la buscaba agitadamente. De inmediato se entregó a aquello que por tanto tiempo había aguardado.

Transcurrieron cuarenta y cinco minutos de éxtasis, placer y entrega total. Ramiro había sabido controlar la situación y veía a Corina feliz porque sus expectativas de seguro no habían fallado, aunque sabía que no podría tener a ese hombre siempre y solo para ella.

A medio vestir, se enderezaron y se miraron uno al otro con aire de picardía y aventura. Ramiro parecía un verdadero espantapájaros. Mientras se abrochaba la camisa con una mano, con la otra intentaba subirse los pantalones. El pelo lo tenía revuelto y echado hacia los ojos. Su amante no lo hacía nada de mal. La falda enrollada alrededor de la cintura, desordenada y arrugada y la blusa colgándole de un hombro, mientras que el sostén, sin haber sido desabrochado, se mantenía circundando por sobre aquellos senos desnudos y erectos.

–No puedo creer que esto haya pasado y menos aún en la oficina –dijo Corina mientras buscaba el calzón.

–Eso es lo atractivo en una relación. No importa el lugar. Mientras más peligroso sea, más es la excitación –explicó Ramiro con desplante. Ella lo observó brevemente y sonrió.

–Es fácil para ti, pero no para mí. De todas formas, es lo más maravilloso que me ha sucedido.

Terminaron de escarmenarse el pelo y bajaron juntos hasta el vehículo. Corina se veía esplendorosa. Se sentó cómodamente y echó la cabeza hacia atrás, cruzando la pierna derecha sobre el muslo. Ramiro puso contacto y, antes de echar a andar se acercó a ella. Recorrió sutilmente con sus labios aquel cuello hermoso y fragante, y susurró:

–Eres una mujer tremendamente divina y apasionada.

Corina, con los ojos cerrados, lo dejó hacer. Luego reaccionó.

–Y tú eres muy tierno y varonil. No creo que alguien pueda resistírsete –suspiró largamente y agregó–: Al menos le costaría mucho.

–¡Calla! –rogó, besándola en los labios.

Tomaron la Errázuriz y gran parte del camino lo continuaron en silencio. Solo un par de miradas y unas nerviosas sonrisas, barnizaban aquel maravilloso encuentro pasional.

La azotada de piso que se había pegado Joaquín fue de verdad espectacular. En cuanto a los invitados, no habían sido muchos, solo los más amigos y casi todos empleados del mismo departamento. La excepción la constituía Ramiro, quien siempre era invitado por los muchachos, honor que se había ganado al estar constantemente al lado de ellos en las luchas sindicales, aunque no perteneciera al mismo sindicato. También, en reiteradas ocasiones les había demostrado un irrestricto apoyo en muchas de sus peticiones a la gerencia, los asesoraba en materias administrativas y con respecto a leyes sociales. Por supuesto, ello le había acarreado más de un problema con los otros jefes de áreas, o con algunos personeros sindicales que solo les gustaba revolver el gallinero con solicitudes fuera de toda órbita o simplemente hacer farra política. Perro y blando, según los ejecutivos, y arrastrado defensor de los derechos de la empresa, para los empleados conflictivos. Eran los apelativos gratuitos con los cuales él no se identificaba para nada. No obstante su gran espíritu profesional y su capacidad de negociar situaciones extremas, como por ejemplo intervenir para deponer peticiones no viables y decir no a la huelga, le permitían contar con amplio apoyo en todos los sectores y, lo más importante, en el seno de la gerencia general.

Ya en la cena, Ramiro solicitó sentarse en cualquier parte, no a la cabecera como le tenían dispuesto, provocando con ello más de un comentario suspicaz.

–Usted es una excelente persona, don Ramiro, pero como ejecutivo no debe rebajarse –lo carboneaba el viejo Bartolomé.

–Tranquilo, don Bartolo, esta es una comida de amigos y no de la empresa –le recordó, sacando aplausos.

–Sí, pero igual –insistió otro–. La posición no se debe olvidar nunca.

–Pierda cuidado, Carlos, no la he olvidado –recalcó–. Es más, por lo mismo es que estoy eligiendo cambiar de lugar.

–Bueno –interrumpió Joaquín–. Si don Ramiro se queda en otro lugar, tendré que sacrificarme poh. Total, pa´ eso yo soy el que pago.

Mientras con sonoros aplausos, gritos y fanfarria de cubiertos se celebraba la primera alocución de Joaquín, todos comenzaron a sentarse en torno a la mesa. Ramiro nunca se había acostumbrado a los platos finos, aun cuando a veces –por el Manual de Carreño o por simple urbanidad– los aceptaba. Estimaba que ellos solo engañaban a la vista y no alimentaban lo suficiente. Como su plato favorito era el lomo a lo pobre, esta vez no tuvo mucho que pensar. En cuanto al acompañamiento líquido, prefería un buen vino cabernet sauvignon o un merlot con tradición, pero sabía que en esta ocasión tendría que aceptar cualquier tinto. Como postre, le fascinaban las papayas al jugo con helado de lúcuma y, por último, un bajativo dulce con poco licor. Su opinión filosófica era que cualquier evento se disfrutaba mucho mejor sin emborracharse, ya que así uno podía tener el control total de la situación y, por supuesto, también, ver como entregaban material del bueno los borrachos, cómo el whisky transformaba a los gerentes en verdaderos ases de la conquista –lachos– y como algunas esposas de estos caballeros se soltaban y bailaban con total desenfado sobre las mesas, sin dejar de lado a aquellos que mutuamente se ponían a cobrarse sentimientos cochinos y añejos. Por último, en el trayecto hacia la casa uno no rifaba la vida en un manejo descuidado.

Esa jornada no había sido la excepción, el trago había envalentonado a algunos empleados, que decidieron decirles unas cuantas cosas a sus respectivos jefes, el lunes por la mañana. Ramiro sabía que esto no sucedía y que muchos de ellos, de seguro, en una próxima jornada mojada, estarían acordando nuevamente lo mismo. Después de agradecer la invitación, Ramiro se excusó y decidió retirarse, así los empleados más tímidos tendrían libertad para soltarse. No obstante, como era ya común, varios se aprovecharon de esta instancia para evadirse del asedio de los más buenos para el trago. Ramiro observó directamente a Corina y ella presa quizá de algún temor interno, no quiso acompañarlo. En tales circunstancias, ofreció llevar a algunos de los que se retiraban.

De vuelta a casa, Ramiro enfiló por Marina y se encontró con todos los semáforos en color amarillo intermitente.

Eran las tres de la mañana cuando besó a su mujer y procedió a acostarse; Lorena apenas despertó, musitó algo dulce y lo abrazó por los hombros. Ambos se durmieron.

CAPÍTULO 4

Los ojos animosos de Lorena reflejaban enteramente el momento que vivía. Su nítida expresión corporal y la forma casi arrogante de considerar cada uno de los problemas que se le presentaban pronosticaban, sin lugar a dudas, un pronto quiebre de los esquemas tradicionales que hasta entonces se habían mantenido en ese hogar. Le gustaba su trabajo, aún en desmedro de su propio entorno personal. Había dejado un tanto abandonadas sus antiguas actividades como la cocina, la lectura y el bordado, incluso, era común que la noche la pillara trabajando.

Era una secretaria ejecutiva laboriosa, comprometida y capacitada en las materias que debía tratar. En poco tiempo había logrado asimilar todo lo aprendido en el instituto y ponerse al día en el rodar de la empresa. En cierto modo, su sueño más grande era similar al de él, pensó su Ramiro, deseaba dirigir alguna vez su propia empresa, no depender de un jefe y trabajar libremente en beneficio propio y no de terceros. La lectura la había ayudado a relacionarse mejor con la gente. La compañía donde trabajaba estaba ampliando sus servicios a varios puntos del país y se estaba modernizando. Eso implicaba que a menudo ella debía desplazarse junto al personal de gerencia a esos centros de atención, con el fin de asesorarlos y crear con ellos una estrecha vinculación en aspectos administrativos y operacionales.

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