—¿Cómo descubristeis este lugar?
—No sé cuándo lo descubrieron. Yo lo conozco desde siempre. Solo sé que nuestros padres lo conocían, que nuestros abuelos y bisabuelos lo conocían, pero no sé exactamente qué antecesores de nuestro árbol genealógico dieron con esta cueva. Quizás nadie la descubrió. Quizás vivían aquí. Quizás nacieron aquí. Quizás se refugiaron aquí huyendo de algo. Quizás salieron del mar. Quizás nadie descubrió la gruta, sino que sus habitantes descubrieron el exterior y fundaron la aldea.
—Demasiados quizás —respondí mirándola con interés—. ¿Nunca has investigado o intentado averiguar cuál de esos quizás es la respuesta? ¿O quizás tú ya la conoces? —pregunté de nuevo, volviendo su cara hacia mí.
Nina me dirigió una de sus profundas miradas y sonrió, pero no respondió. No quise insistir. Había entendido lo de los tiempos, pero la abracé con fuerza. Entonces tomó mi cara entre sus manos y mirándome a los ojos añadió enigmáticamente:
—Es posible que la respuesta esté en uno o varios de los quizás. Es posible que sea un poquito de cada cosa.
—Eres especialista en excitarme y ahora estás excitando mi curiosidad.
—Sé paciente. Hay que subir los peldaños de uno en uno. Antes de responder a tu curiosidad sobre todo lo concerniente a esta gruta, debes aprender otras cuestiones. Pero prepárate, porque tendrás que tomártelo muy en serio. Y no va a ser fácil.
—¿Te refieres a lo que tú llamas el camino?
—Sí, pero quiero que si lo inicias sea con total libertad y porque realmente deseas hacerlo. No debes permitir que nada ni nadie interfiera en tu libre decisión. Debes meditarlo muy profundamente y dejarte guiar por tu corazón.
—Prometo tomármelo muy en serio, porque sé que lo es. También sé que no va resultarme fácil y no sé si tendré la capacidad, la paciencia y la disciplina que intuyo que son necesarias para llegar a la meta.
—No te pongas metas, mi cielo. No hay metas. Solo hay evolución, transformación… Imagina a un viajero que quiere llegar a un lugar determinado que desea conocer. Puede hacer dos cosas, viajar lo más rápido que pueda con la obsesión de llegar cuanto antes, sin poner atención en nada más, o viajar con serenidad y con la mente despierta para aprender y disfrutar de cada etapa del viaje. En el primer caso, solo importa la meta. En el segundo, lo importante es el viaje. Me gustaría que tú hicieras el viaje.
—¿Crees de verdad que puedo ser ese tipo de viajera?
—Estoy completamente segura. Lo supe el mismo día que te conocí. Tienes capacidad para ello. Estás en la escala vibratoria correcta para iniciar ese camino, pero la paciencia y la disciplina tendrás que trabajarlas mucho. Tienes que aprender a ser paciente. La luz solo llega cuando amanece. La impaciencia puede llevarte a la dispersión. He observado que tienes una curiosidad innata, que en sí misma es muy positiva, pero siempre que la controles y no te desborde. Si te interesan muchas cosas, puede ser que te impacientes y esa impaciencia puede lograr que te cueste concentrar tu energía en un solo objetivo y te disperses, con lo cual estarías desperdiciando tu fuerza y tu eficacia.
En ese momento la miré totalmente alucinada, porque acababa de hacer la radiografía de uno de los fallos que durante toda mi vida me habían acompañado. Me recordaba empezando multitud de cosas que abandonaba no tardando mucho porque en el horizonte de mi curiosidad había aparecido otra cuestión que despertaba también mi interés. Así, siempre había ido saltando de un tema a otro sin conseguir profundizar del todo en ninguno. Nunca había conseguido ser maestra de casi nada, pero, eso sí, siempre había sido aprendiz de todo. Por eso volví a mirarla asombrada.
Nina se dio cuenta, interrumpió su razonamiento y me interrogó con la mirada.
—Pero ¿cómo puedes saber eso de mí? Hay veces que me asustas un poco.
Se echó a reír y acarició mi rostro.
—No es que lo sepa, pero me he dado cuenta de que eres un poco impaciente y sé que la impaciencia no es buena si quieres comenzar el camino de la evolución espiritual.
Fui consciente de que, en cuestión de psicología, Nina era una experta. Le di las gracias por su advertencia y me abracé a ella de nuevo. Así permanecimos durante mucho tiempo, disfrutando del silencio que nos envolvía, solamente roto por el leve sonido de la pequeña cascada, y viendo cómo la claridad, que entraba por los orificios de la roca, se iba diluyendo, permitiendo el regreso de las sombras producidas por la luz de la pequeña hoguera.
La verdad es que pasar la noche en aquella gruta imponía un poco. Cuando se acababa la luz del día, el resplandor del fuego o la tenue luminosidad de las velas parecían agrandar aquella caverna, dando la sensación en algunos momentos de que aquellas sombras adquirían vida propia y se movían entre las rocas. Creo que si hubiese estado sola no habría conseguido dormir ni un instante, y eso que no me considero una persona miedosa; pero pensar dónde me encontraba y, sobre todo, ser consciente de que había otras dos galerías que, en la oscuridad, más que ver, adivinaba y que aún no sabía adónde conducían lograba que me sintiese un pelín inquieta, lo que hizo que me abrazase más fuerte a Nina. Ella me miró sonriente.
—¿Tienes hambre? —preguntó.
—¿De qué tipo?
Nina me dedicó una mirada burlona y soltó una carcajada. Nos levantamos, echamos otro par de troncos al fuego y terminamos con el surtido de queso y fiambres.
—La próxima vez que vengamos hay que traer más leña, queda poca.
—¿Soléis venir mucho?
—De vez en cuando, sobre todo en invierno, pues el baño es mucho más agradable.
—Intuyo que no toda la aldea conoce esta gruta, ¿verdad?
—¿Por qué intuyes eso?
—Porque si yo descubro un entorno tan vulnerable como este, intentaría mantenerlo en secreto para protegerlo aunque con ello violentase en cierto modo la confianza y la hermandad que existe en la aldea.
—Sí, así es. Tuvieron que sopesar y meditar el dilema, pero nuestros antepasados decidieron que, por encima de todo, primaba la protección de este espacio. Así que, hace ya un montón de años, todos los habitantes de la aldea hicieron un juramento de silencio para salvaguardar este entorno. Y ese secreto se ha ido transmitiendo solamente a las personas que, según el Consejo de los Mayores, estaban lo suficientemente preparadas para seguir protegiendo este rincón de la naturaleza. En realidad, salvo los niños y adolescentes, el resto lo conoce y protege, aunque algunos venimos más que otros.
—Sí, lo entiendo. No quiero ni imaginarme cómo habría acabado todo esto si llega a oídos de algún empresario turístico sin escrúpulos que solo piensa en el beneficio. Habrían destrozado la costa y no sé qué hubiera sido de la aldea. Gracias por haber confiado en mí. Te aseguro que seré una guardiana más de esta maravilla. Y gracias también por esta sorpresa y por haberme regalado estos dos mágicos días.
Nina me miró sonriente, se levantó, se quitó la ropa y se dirigió al estanque:
—Ven, agradécemelo en el baño.
La seguí y nos zambullimos en el agua. Nadamos unos minutos y volvimos a tumbarnos en la rampa.
—¿Sigues teniendo hambre? —preguntó Nina con una sonrisa burlona e incitadora.
—¡Ah! Pensé que no quedaba más queso —respondí riéndome mientras comenzaba a juguetear con mis manos sobre su cuerpo y sentí las suyas sobre el mío. Cuando volvimos al amparo del fuego estábamos casi agotadas. Nos secamos, volvimos a añadir dos troncos, nos preparamos otro par de infusiones y nos metimos en los sacos.
—Nina, tengo un par de preguntitas antes de dormirnos —dije con voz un poco mimosa.
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