Marga Serrano - Más allá de las caracolas

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Más allá de las caracolas: краткое содержание, описание и аннотация

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Más allá de las caracolas trata de la evolución psicológica y espiritual de una mujer en la cuarta etapa de su existencia. En unas extrañas vacaciones, en las que nada sale como estaba programado, conoce una pequeña aldea, al otro lado del océano, que la atrapa emocionalmente, y siguiendo un fuerte e incomprensible impulso traslada su vida allí. Durante su estancia vive la experiencia de encontrar el amor verdadero, que puede surgir en cualquier lugar, con cualquier persona y cuando menos lo esperamos.A partir de esa experiencia vital, en la que no falta una oscura y enfermiza etapa de celos, producto de su inseguridad emocional y de problemas de su pasado aún no resueltos, comienza un camino de introspección y evolución que la lleva a conocer y tomar contacto con el mundo mágico al que, generalmente, no tenemos acceso, lo que le hace darse cuenta de que no solo es real lo que vemos o tocamos. Hay otras realidades que nos rodean, como una especie de multiverso individual, cuyo acceso solo es posible cuando se hace a través del corazón y la espiritualidad, que supera ampliamente cualquier sentimiento relacionado con las religiones. La protagonista, a través de un duro camino de lucha interior contra las malsanas inclinaciones del ego y contra su propia razón, finalmente accede también a un secreto ancestral que esconden los habitantes de la pequeña aldea, convirtiéndose a partir de ese momento en copartícipe y guardiana del mismo.

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No sé qué profundidad tendría aquella poza, pero debía de ser bastante, puesto que solo se podía hacer pie en la orilla de uno de los extremos de la figura oval, donde un montón de rocas permitía ponerte de pie, con el cuerpo sumergido casi hasta los hombros. En el lado contrario, otra gran piedra plana e inclinada en rampa, que no sé si era su posición natural o la habían colocado así, permitía sentarse y hasta tumbarse en ella con el agua cubriendo todo o parte del cuerpo. Di unas cuantas brazadas y me eché sobre ella mirando hacia el techo de la caverna. Después cerré los ojos y sentí que mis músculos se relajaban poco a poco.

La temperatura en el interior de la cueva era agradable. El calor que desprendía el agua caldeaba el ambiente y calculé que debía de haber entre trece y dieciocho grados, dependiendo de la proximidad o lejanía de aquella poza. Recordé alguna de mis estancias en balnearios, donde me encantaban las saunas y los baños de contraste, y me di cuenta de la suave cascada que tenía al otro lado. Abrí los ojos. Amanda se había sentado a mi lado, mientras que Lucía seguía en el agua.

—Oye, supongo que puedo meterme debajo de la cascada como si fuese una ducha…

—¿Para qué crees tú que la naturaleza la ha colocado ahí?

Nos levantamos a la vez y, bordeando el estanque, pisando las piedras templadas, entramos en aquella oquedad, que era como un espacio privado, y nos pusimos debajo de aquella pequeña catarata. El agua, como era de esperar, estaba fría y me estimuló completamente. Repetí la operación dos o tres veces y volví a tumbarme en la rampa, agradeciendo el calorcillo del agua. Acababa de cerrar otra vez lo ojos para dejarme llevar por las sensaciones cuando oímos que alguien llegaba. Me senté y vimos aparecer a Miguel y a Nina. Al darme cuenta de mi desnudez me dio un ataque de pudor y me metí rápidamente en el agua.

Ambos se acercaron al borde y nos saludaron. Nina buscó mis ojos y me sonrió. A continuación, también con la mayor naturalidad, Miguel se quitó la ropa y se metió en el agua. Nina lo hizo un poco más despacio. Yo estaba de pie donde las rocas me lo permitían, mirándola. Y ella, deleitándose en la impresión que sabía me estaba causando, comenzó a desnudarse muy lentamente, sin dejar de mirarme y con aquella sonrisa provocadora. Cuando la vi desnuda, acercándose a la rampa que quedaba a mi izquierda, sentí una oleada de deseo y una sensación de calor eléctrico que recorrió todo mi cuerpo.

Mi excitación estaba a punto de estallar. Mis ojos recorrieron su cuerpo, imaginé mis manos acariciando sus brazos, su cintura, sus pechos, sus piernas, imaginé mi boca buscando la suya y mis labios besando su cuello… En esas andaba cuando Nina, tras meterse en el agua, nadó hacia donde yo me encontraba y, poniéndose también de pie en las rocas, se acercó a mí y, en un movimiento rápido, apretó su cuerpo contra el mío, me besó en los labios y se lanzó al agua. Y yo me quedé allí, contemplándola e intentando tener la suficiente fuerza de voluntad para pasar lo que quedase del día sin que los demás se diesen cuenta de lo que sucedía. Pero era un verdadero tormento, sobre todo sabiendo que Nina iba a seguir con sus jugueteos.

Miguel y Amanda habían salido del agua y se habían sentado en el borde del estanque. Lucía estaba saliendo también en aquel momento y Nina seguía nadando. Al cabo de un rato, yo salí también por la rampa y me dirigí a la cascada. Necesitaba más que nunca que aquellos chorros de agua enfriasen mi anatomía. Me metí debajo de aquella ducha natural, en uno de sus extremos, donde el agua caía con menos fuerza. Apoyé mis manos contra la pared y dejé que resbalase por mi cabeza, mi cara y mis hombros, pero no conseguía calmar mi impaciencia. Llevaba varios minutos en aquella posición, preguntándome cuándo iba a ser posible que pudiese estar a solas con ella, aunque tenía la impresión de que aquellos tiempos tampoco los gestionaba yo. De improviso, sin haberla oído llegar, la sentí detrás de mí. De nuevo sus brazos rodeando mi cintura, abrazándome contra su cuerpo, besando mi cuello… Sentí sus firmes pezones contra mi espalda y me olvidé de Miguel, de Amanda, de Lucía, de mi edad y hasta de mi nombre. Me volví hacia ella, la abracé, acaricié sus labios con los míos y sentí su lengua buscándome. La empujé suavemente contra la pared. Me apreté contra ella, tomé su cara con mis manos, volví a besarla y comencé a acariciarla, primero sus brazos, su cintura, subiendo lentamente hasta sus senos. Busqué con mi boca sus pezones, por los que resbalaba el agua del manantial, y los acaricié con mi lengua, una y otra vez, mientras sentía las manos de Nina recorriendo mi espalda y una de sus piernas colocarse entre las mías. Me apreté más contra ella, acaricié sus muslos, seguí lamiendo sus pezones y mi mano buscó con ansiedad su sexo, acariciando su pubis y su clítoris hasta que la convulsión de su cuerpo me indicó que había alcanzado el orgasmo.

Nos abrazamos con fuerza, Nina buscó mi boca y volvió a colocar su pierna entre las mías, frotándola contra mi sexo. Esta vez fue ella quien me dio la vuelta, me apretó contra la pared y comenzó a acariciarme. Sus manos sobre mis pechos, después sus labios. Siguió masajeándome con su pierna para seguir con su mano, que buscó también mi sexo, acariciándolo hasta que el incendio que tenía dentro de mi cuerpo estalló, haciéndome alcanzar el clímax más increíble que había tenido en mi vida.

Continuamos besándonos durante un rato más hasta que Nina me separó con dulzura.

—Ven, salgamos de aquí.

—No —dije apretándome de nuevo contra ella—. Quédate un rato más, por favor.

Tomó con su mano mi mentón y me besó en los labios.

—Se han ido. No hay nadie.

—¿Se han ido? —pregunté con incredulidad.

—Sí, hace un rato.

—Pero… ¿por qué no me lo has dicho antes?

—Porque no me has dado tiempo —respondió tras soltar una carcajada.

Me cogió de la mano y volvimos a la piscina. Después del tiempo que habíamos permanecido debajo del agua fría de la cascada, a pesar de nuestros calores, agradecimos el baño y la agradable temperatura del agua. Tras nadar unos minutos, Nina se tumbó en la rampa y yo, a su lado, continué acariciándola. Besé sus pies, sus piernas, sus muslos y mi boca buscó su sexo, que rocé con mi lengua, sintiendo que la pasión me hacía arder de nuevo. Ella separó mi cabeza, me atrajo hacia arriba y me besó.

—Lo siento —dije—. ¿No te gusta?

—Hummm… Me encanta, pero esta vez quiero que lleguemos a la vez. Anda, ven.

Se levantó y fue a buscar unas toallas. La miré con embeleso mientras se secaba.

Nina, riéndose, se acercó y, tras abrazarme y besarme, cogió mi toalla y empezó a secarme. Me colocó mirando hacia la entrada de la cascada y dijo:

—No te muevas ni te des la vuelta hasta que venga a buscarte.

Al cabo de un rato regresó y volvió a abrazarme.

—Te voy a dar la vuelta, pero cierra los ojos. No los abras hasta que yo te diga.

Me tomó de la mano y la seguí. Me indicó dos veces que subiera otros tantos peldaños en la roca y se paró.

—Ya puedes abrirlos.

Estaba frente al espacio chill out. Nina lo había rodeado de velas, colocadas encima de las piedras, logrando un ambiente acogedor y romántico. Se dirigió a los colchones tapados con fundas, mantas y edredones, se tumbó y extendió su brazo invitándome a que me echase a su lado. Lo hice muy despacio mientras mis ojos recorrían su cuerpo. Me tumbé junto a ella y comencé a acariciar sus piernas para ir subiendo hacia su cintura y sus senos. Mientras, Nina me rodeaba con sus brazos, acariciaba mi espalda y buscaba mi boca.

Así permanecimos bastante rato, con mi pierna entre las suyas, sintiendo su sexo y con el mío frotándose contra su muslo, notando sus pezones tocando los míos. De nuevo sentí que ardía por dentro.

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