Miguel aparcó la furgoneta en la puerta del bar. Él y Amanda, tras despedirse, se fueron a buscar a su hija a la casa de Víctor y María. Yo me quedé con Nina, al lado del vehículo, mirándonos… Unos segundos antes de que pudiéramos abrazarnos vimos a Manuel salir del bar. Nos saludó y, en ese momento, apareció también Lucía, quien le dijo a Nina que su madre, Yanira, quería verla antes de acostarse. Otra vez se cortó mi espontaneidad. Ya no había nada que hacer. Acompañé a ambas, pues Lucía vive al lado de Nina. Al llegar se despidió de mí y entró en casa. Nos quedamos de nuevo de pie, mirándonos. Nina se acercó y nos abrazamos. Me dio un beso largo en el cuello y susurró:
—Cuando la magia es verdadera, siempre vuelve. —Me apretó contra ella y se separó—. Tengo unas ganas enormes de besarte, pero si nos besamos ahora no podré parar y sé que tú tampoco… y tengo que entrar —dijo finalmente, señalando su puerta.
—Sí, lo sé. Para una vez que iba a fluir… —respondí, intentando disimular con mi risa la pasión que recorría todo mi cuerpo.
Nunca he levitado, pero creo que aquella noche, camino de mi casa, lo hice, pues sin darme cuenta ni haber sido consciente del camino recorrido, me encontré frente a mi puerta. Para tratar de calmarme un poco y dominar mi ansiedad, saqué a Tao y Greta y di un largo paseo, pero de calmarme, nada de nada. Me sentía arder por dentro. Ya en la cama, no conseguía dormir. Rememoraba, una y otra vez, todo lo que había sucedido aquel día, sobre todo el momento de la caracola. Sentí de nuevo sus labios sobre mi cuello, sus labios sobre los míos en aquella «pequeña pista» fugaz, su mano sobre mi pierna, sus dedos acariciándome… Tengo que confesar, y confieso, que solo conseguí dormirme, cerca ya del amanecer, después de masturbarme pensando en ella.
Me levanté un poco más tarde que de costumbre. Tras una ducha que acabó de despertarme, salí con mis dos perrillos y decidí desayunar en el bar, donde, además de tortas de pan, siempre tenían algún bizcocho y galletas caseras que las familias llevaban de vez en cuando. Yo también solía hacerlo dos o tres veces al mes.
Me encontraba exultante. Era feliz. Mis fantasmas no habían desaparecido realmente. Sabía que continuaban agazapados en algún recoveco de mi mente racional. Sin embargo, en aquellos momentos las emociones me arrastraban, impidiendo que mis temores se manifestasen. Estaba impaciente por ver de nuevo a Nina y, aunque me pasé la mañana paseando por los alrededores y volviendo al bar dos o tres veces, no coincidí con ella. Pensé que pasaría por mi casa aquella tarde, así que me senté en el jardín con un libro, del que no fui capaz de leer ni tres páginas, pero anocheció y Nina no apareció.
Los nervios empezaron a apoderarse de mí. No lo entendía. Había estado esperando verla en cualquier momento y el día había terminado en decepción.
«¿Por qué…? ¿Por qué no me ha buscado?», me pregunté.
Intenté sosegarme. Algo habría pasado para que Nina no se hubiese presentado. No podía dejar que las dudas empezasen a adueñarse otra vez de mí.
«También podía haberme acercado yo por su casa», pensé.
La verdad es que estuve a punto de hacerlo cuando vi que anochecía y Nina no había dado señales de vida, pero recordé a su madre y no quise presentarme a aquellas horas. Pero ¿y si había pasado algo?
«No», me dije, intentando alejar aquellos pensamientos negativos. «No ha pasado nada, porque, de haber sucedido algo, Amanda o Lucía habrían venido a decírmelo».
En ese momento me di cuenta de que tampoco había visto a ninguna de ellas, pero Elena estaba en el bar y no me había comentado nada, así que me tranquilicé y me acosté pensando que al día siguiente encontraría la respuesta.
Tras una noche casi sin dormir, me dirigí a desayunar otra vez al bar. Estaba Elena, como casi siempre, pero no vi a nadie más. Fui a dar una vuelta por los alrededores y alargué el paseo hasta el bosque donde nos habíamos encontrado el día de mi experiencia. Mi experiencia… Casi me había olvidado de ella aquellos últimos días. Mi estado emocional estaba tan volcado en los sentimientos y deseos que me provocaba Nina que había apartado momentáneamente de mi campo de atención la conmoción que me había provocado aquella extraña e impactante sensación de sentirme agua.
Me senté en la misma piedra y contemplé de nuevo el océano. Quise alejar mis pensamientos de Nina y centrarme en repetir la experiencia, pero era imposible concentrarme en nada porque su imagen llenaba mi mente. Deambulé un rato por el bosque y, finalmente, regresé de nuevo con mi decepción a casa.
Salí al huerto para mirar hacia la vivienda de Yanira, pero no vi a nadie. Entré a prepararme algo de comida, esperando que por la tarde Nina apareciera, pero la tarde pasó y nadie llamó a la puerta. Sobre las siete me di otra vuelta por el bar. Por fin, allí estaba Amanda, haciendo juegos con los niños. Nos saludamos y me senté un rato con ella, pero ni vestigios de Nina. Quería preguntarle, pero por esa tonta idea de que pudiera sospechar algo no lo hice y otra vez, con la frustración a cuestas, me fui para casa. Ya no sabía qué pensar y se había hecho tarde para acercarme a la suya. En realidad, me resistía a hacerlo, pues esperaba que ella me buscase. No comprendía, después de lo que había ocurrido, que al día siguiente no lo hubiese hecho.
«¿Me estará poniendo a prueba?», me pregunté. «¿Pero qué clase de prueba? ¿Qué pretende? ¿Que dé yo el paso? ¿Pero qué paso? La cosa quedó muy clara la otra noche. Lo único que había que hacer al día siguiente era buscarnos para exteriorizar y compartir nuestros sentimientos, nuestro deseo».
«Pero ¿y si Nina esperaba que fuese yo quien la buscase?», continué con mis divagaciones. «El cacao mental y las dudas los tengo yo, y quizás esperaba que la buscase para demostrarle que había superado mis conflictos y, al no hacerlo, es posible que piense que otra vez le estoy dando vueltas y quiere darme tiempo…».
Ya no me quedaban más escenarios ni más guiones, así que tomé la determinación de pasarme por su casa al día siguiente. No podía pasar un día más con aquella zozobra.
Me levanté de nuevo casi sin haber podido dormir. Me dirigí al bar para desayunar y también por si Nina aparecía. A media mañana me armé de valor y me acerqué a su casa. Yanira estaba sentada tomando el sol y me indicó que me sentase a su lado.
—¿Está Nina? —le pregunté mientras la saludaba.
—¡Ah! Vienes a verla a ella. Pensé que venías a verme a mí —respondió mientras me miraba con la misma sonrisa guasona de su hija.
—No, Yanira —contesté también sonriendo—. Tengo que hablar con ella, pero también venía a verte a ti.
—Pues no habías vuelto desde el día de la comida.
—Sí, es verdad, tienes razón. Pero he estado haciendo cosas y…
Yanira me interrumpió, tomando una de mis manos.
—No tienes que buscar disculpas. Nina es Nina y yo soy yo. Puedes venir a verme siempre que te apetezca sin problemas. Me agradas y me gusta mucho hablar contigo.
—Gracias, Yanira. Te aseguro que vendré a visitarte más a menudo. A mí también me gusta mucho hablar contigo.
—Sí, pero ahora querías hablar con Nina… No está y no sé cuándo volverá.
—Entonces ¿está fuera? ¿Dónde?
En ese momento apareció Lucía, a tiempo para oír mis preguntas.
—Alguien la necesitaba —explicó Yanira mirando a Lucía—. Vinieron a buscarla.
Noté algo extraño en las miradas de ambas, pero no pensaba marcharme de allí sin saber algo más.
—Pero ¿quiénes han venido a buscarla? ¿De la ciudad? ¿De algún pueblo?
—Sí —respondió con rapidez Lucía—. Está en una de las aldeas que hay cerca del parque natural. Posiblemente esté aquí mañana.
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