Marga Serrano - Más allá de las caracolas

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Más allá de las caracolas: краткое содержание, описание и аннотация

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Más allá de las caracolas trata de la evolución psicológica y espiritual de una mujer en la cuarta etapa de su existencia. En unas extrañas vacaciones, en las que nada sale como estaba programado, conoce una pequeña aldea, al otro lado del océano, que la atrapa emocionalmente, y siguiendo un fuerte e incomprensible impulso traslada su vida allí. Durante su estancia vive la experiencia de encontrar el amor verdadero, que puede surgir en cualquier lugar, con cualquier persona y cuando menos lo esperamos.A partir de esa experiencia vital, en la que no falta una oscura y enfermiza etapa de celos, producto de su inseguridad emocional y de problemas de su pasado aún no resueltos, comienza un camino de introspección y evolución que la lleva a conocer y tomar contacto con el mundo mágico al que, generalmente, no tenemos acceso, lo que le hace darse cuenta de que no solo es real lo que vemos o tocamos. Hay otras realidades que nos rodean, como una especie de multiverso individual, cuyo acceso solo es posible cuando se hace a través del corazón y la espiritualidad, que supera ampliamente cualquier sentimiento relacionado con las religiones. La protagonista, a través de un duro camino de lucha interior contra las malsanas inclinaciones del ego y contra su propia razón, finalmente accede también a un secreto ancestral que esconden los habitantes de la pequeña aldea, convirtiéndose a partir de ese momento en copartícipe y guardiana del mismo.

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Mientras el joven que atendía al público, principalmente estudiantes, tras un pequeño mostrador con un ordenador encima cogía mis tres libros y tomaba nota de la devolución, nos miramos. Nina me sonrió con ternura y susurró muy despacio:

—Cuando la magia es verdadera, siempre vuelve.

La voz del bibliotecario me salvó, porque no sabía ni qué responder. En realidad, no estaba en disposición de hacer ni decir nada. Por un lado, me sentía enormemente feliz. La deseaba como nunca había deseado a nadie anteriormente, maldije la interrupción de la tienda justo cuando iba a besarla y deseaba que volviera a surgir una nueva ocasión. Pero, por el lado contrario, mi mente racional y cobarde volvió a entregarse a mis miedos. De nuevo la barrera de la edad, de nuevo mi pensamiento obsesivo de que aquello no tenía ninguna posibilidad, porque pensaba que lo de Nina no era más que un capricho que solo me haría sufrir. En aquel momento, sentí lo que llamamos tiempo de una manera espantosa, así como una soledad y una tristeza tan profundas que no pude evitar un conato de lágrimas.

Nina se dio cuenta y fue ella la que respondió al joven. Le pidió el fichero de títulos y, tomándome del brazo con delicadeza, me llevó hasta una mesa, donde nos sentamos para elegir los libros que quería llevarme. Mi desplome emocional hizo surgir mi orgullo racional y conseguí reunir fuerzas para sobreponerme: «Solo me faltaba ponerme a llorar para terminar de hacer el ridículo», pensé con rabia y con un nudo en la garganta.

Y aunque me costó, logré mirar el fichero y elegir, casi al azar, otros tres títulos. En ese momento me daba igual, solo quería pasar el trámite y salir a la calle aunque esa salida no solucionase nada, puesto que, lógicamente, ella iba a salir conmigo. Al acabar de escribir en el formulario el título de los libros que quería, Nina, consciente de mi vulnerabilidad y mi tristeza, no dejó que me levantase. Me cogió las manos y me miró, esta vez muy seria. Sentí la energía de sus ojos penetrar en los míos y, tras unos segundos, de la manera más desconcertante, sentí, poco a poco, que la serenidad iba entrando en mi interior mientras me dedicaba una sonrisa tranquilizadora y tierna.

—Tenemos que hablar de muchas cosas, pero no ahora ni hoy. Dentro de un par de días, con calma. No debes tener miedo de mí… ni de ti. No debes tener miedo de nada, porque el miedo es lo único que puede obstaculizar tu avance y puede impedir que seas feliz. Si una persona permite que el miedo se apodere de ella, se vuelve vulnerable. El miedo descontrola y bloquea la mente. Si analizas la historia, comprobarás que el miedo es una de las formas de opresión mental más utilizadas para someter, oprimir y tiranizar a los seres humanos. Tienes que dominar y vencer tus miedos. Yo puedo y quiero ayudarte, pero por mucha ayuda que recibas eres tú, solamente tú, quien tiene la opción de elegir el camino que quiere seguir.

Yo la escuchaba y alucinaba un poco con sus palabras, ya que, por un lado, me parecía que estaba respondiendo a mis temores y dudas internas y, por otro, me parecían un poco enigmáticas, como si hubiese algo más que no alcanzaba a descifrar del todo.

Tras una breve pausa, sin dejar de mirarme fijamente, continuó.

—Solo tú puedes elegir si quieres sufrir o quieres ser feliz. Si quieres anclarte en tus paralizantes y absurdos miedos o si prefieres entregarte a la vida y permitir que la vida te llene. Si quieres permanecer en tu mundo, que tú crees seguro, o abrirte a lo que el destino te vaya ofreciendo. Si quieres pasar por esta vida como un ser tibio, incapaz de realizar acción alguna, o, por el contrario, implicarte en tu microcosmos y hacer que la energía fluya. Si quieres que tu raciocinio encierre tu corazón en una cárcel o consentir que tu corazón libere tu mente. Si quieres amar a través del deseo de un ego posesivo y egoísta o deseas entregar y recibir el amor desde la libertad y el respeto. Solo tú puedes elegir —terminó diciendo mientras acariciaba dulcemente mis manos.

Acaricié las suyas. En ese instante sentí que me invadía una inmensa ternura que consiguió calmar mi desasosiego y restaurar de alguna forma mi seguridad. Le sonreí.

—Gracias… Lo siento… Pensarás que soy más infantil que cualquiera de los niños de la aldea.

Me miró, volviendo a mostrar su encantadora sonrisa.

—Por si no te has dado cuenta, me encanta eso que tú llamas infantilidad. ¡Ojalá fuésemos todos un poco más infantiles! ¿Sabes por qué me encanta? Por la sencillez, la sinceridad y la naturalidad que encierra. Así que me gustaría que tú fueses aún más infantil para que dejases fluir tu espontaneidad como lo has hecho hace un momento en la tienda. Los niños fluyen, los adultos esconden. Y me gustaría que tú no escondieses nada.

—Hummm… Solo puedo prometerte que lo intentaré, pero, como estoy en el tramo más adulto, no sé si lo conseguiré —dije ya tratando de bromear.

—No tienes remedio. ¡Qué trabajo me vas a dar! —me respondió Nina tras soltar una carcajada—. Anda, vuelve a mirar el fichero, porque creo que no te has enterado muy bien de los libros que has elegido.

Efectivamente, no me interesaban para nada. Finalmente, elegí un libro de relatos cortos, otro de poesía y otro sobre las etnias más antiguas del país para ver si podía seguir la pista de la historia que me había contado Amanda, aunque sospechaba que aquel evento no figuraba en ningún libro.

No podía creer que del estado en el que me encontraba hacía media hora Nina hubiese logrado aquel milagro. Me sentía como si hubiese salido de un ejercicio de relajación. Nos levantamos, recogimos los libros y, dada la hora que era, nos dirigimos al restaurante donde habíamos quedado con Amanda y Miguel. Durante el camino, de una forma espontánea, me cogí del brazo de Nina, quien me miró, apretó mi brazo contra su cuerpo y sonrió. Cada vez era más fuerte mi convencimiento de que aquella mujer no solo veía mi interior, sino que conseguía hipnotizarme con sus palabras. Pero era feliz. No obstante, sabía que mis miedos seguían solapados en algún rincón de mi mente. Pero allí, en aquel momento, con ella a mi lado, me sentía alegre y feliz.

La comida fue muy amena. El local era muy acogedor; tenía un pequeño jardín en la parte posterior, donde nos prepararon una mesa a la sombra de un gran roble. Todos estuvimos bastante parlanchines, sobre todo yo, haciendo que Amanda me mirase a veces entre extrañada y divertida, pues nunca me había visto así. En algunos momentos me di cuenta de que me miraba a mí, miraba a Nina y sonreía con un gesto pícaro, como si hubiese descubierto algún secreto.

«Solo me faltaba esto, que Amanda me someta al tercer grado cuando estemos a solas. Además, no ha pasado nada y no voy a descubrir mis sentimientos a nadie», pensé.

En ese momento recordé las palabras de Nina: «Los niños fluyen, los adultos esconden». Sin embargo, a pesar de mi relajación, quizás demasiada, porque no me daba cuenta de que mi locuacidad era en realidad una salida al nerviosismo que tenía acumulado, no me encontraba en disposición de abrirme tanto como para llegar a exponer mis emociones, aunque fuese a Amanda. En el fondo, pensar en ello me daba vergüenza. Otra vez los fantasmas de la edad… Alejé aquellos pensamientos y me concentré en la conversación.

Al acabar la comida dimos un paseo por la ciudad y regresamos a casa. El camino de vuelta fue bastante más distendido, aunque las curvas y el traqueteo de la furgoneta facilitaban el contacto entre nuestros brazos y piernas. A veces, aprovechando algún silencio en las conversaciones, cerraba los ojos para sentir con más intensidad la proximidad de nuestros cuerpos y no hice ni el más mínimo movimiento para separarme de ella. Nina, por supuesto, tampoco y de vez en cuando hacía que me estremeciese al sentir su mano descansar plácidamente sobre mi pierna mientras sus dedos se movían acariciándola. Volví a sentir de nuevo oleadas de deseo y adivinaba el de ella a través de sus dedos. No pude resistirme y puse mi mano sobre la suya. Nina la volvió y las entrelazamos, apretándonos aún más la una contra la otra. Así permanecimos, como dos adolescentes, hasta la entrada de la aldea.

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